2005: un año de sufrimientos

2005: un año de sufrimientos

NUEVA YORK (AP).- La historia del 2005 ha quedado impresa en los rostros del mundo: gente azotada por vientos y olas, o por los terroristas que apuntaron sus miras a soldados, hoteles o gente común que iba al trabajo. Los días y meses del año están marcados por el dolor, el horror y el luto que surcaron el mundo de Pakistán a Sudán, de Amán a Londres y Nueva Orleáns.

Para los estadounidenses, habituados a las tragedias en países lejanos, 2005 trajo la catástrofe, primero natural y luego humanitaria, que azotó a Luisiana y Misisipí un fin de semana cerca del fin del verano y cuyas consecuencias se harán sentir por años.

Y como trasfondo de todo, el goteo constante e implacable de las muertes en Irak. El conflicto alcanzó este año su día número 1.000 y la cifra de soldados estadounidenses muertos en Irak rebasó los 2.000. El número de iraquíes muertos _civiles, soldados y policías_ es muy superior al de las bajas estadounidenses y de otros miembros de la coalición invasora.

The Associated Press calculó a fines de octubre que casi 4.000 iraquíes habían muerto en los seis meses anteriores, de los cuales dos tercios eran civiles. La abrumadora mayoría murió en ataques insurgentes; la AP no incluyó en el cálculo los milicianos muertos. En algunos casos, la muerte provocó un sufrimiento reverente:

En abril, el arzobispo Stanislaw Dziwisz lloró al colocar un velo blanco sobre la cara del papa Juan Pablo II antes de cerrar su ataúd, mientras el mundo sufría con él la muerte del primer pontífice que alcanzó la popularidad de un astro del rock.

Otras muertes provocaron disputas:Videos borrosos mostraban la cara de una mujer llamada Terri Schiavo, que se encontraba en estado vegetativo, y sus ojos seguían un globo o tal vez devolvían la mirada de su madre. Al quitársele el tubo que la alimentaba, ¨moría según su deseo, expresado por su esposo? ¨O había que mantenerla con vida como exigían sus padres?

Cindy Sheehan, cuyo hijo Casey murió en Irak, dio vida al movimiento antibélico en Estados Unidos con su protesta en el rancho texano del presidente George W. Bush. ¨Era una madre angustiada que exigía respuestas? ¨O una mujer ávida de publicidad, un títere de la izquierda que explotaba a su hijo muerto?

En ocasiones el sufrimiento pareció una broma cruel del destino. El 6 de julio estalló una ovación en el subterráneo de Londres al conocerse la noticia de que la ciudad era nombrada sede de los Juegos Olímpicos de 2012. «En este momento muchos piensan que Londres es la ciudad más importante del mundo’’, dijo el primer ministro Tony Blair.

Menos de 24 horas después, los mismos vagones del subterráneo se llenaron de humo, sangre y pánico. Durante la hora pico matutina, terroristas mataron a 52 personas e hirieron a más de 700 en el peor ataque que haya sufrido Londres después de la Segunda Guerra Mundial.

Una foto conmovedora fue la de un hombre que abrazaba a una pasajera y la sacaba de la estación de Edgware Road. Con su rostro envuelto en gasa blanca y las manos apretadas contra sus mejillas era una imagen espectral de la estupefacción.  «Esta atrocidad tan terrible y trágica ha costado muchas vidas inocentes’’, dijo el primer ministro. «Este es un día muy triste para el pueblo británico, pero seguiremos fieles al modo de vida británico’’.

En Estados Unidos, nada atrapó la atención nacional, evocando a la vez el horror y la incredulidad, como el huracán Katrina. El monstruo avanzó en su paso arrollador hacia Nueva Orleans, la tormenta que la ciudad situada bajo el nivel del mar siempre había temido. Pero entonces viró hacia el este y se abatió sobre la costa de Misisipí. Nueva Orleans, había esquivado la bala, se dijo en ese momento.

Pero entonces se abrieron brechas en los terraplenes, el agua se elevó y a la vista atónita de todo el país, una gran ciudad se convirtió en escenario de saqueos, tiroteos, incendios y cuerpos hinchados flotando en el estiércol hediondo y tóxico que dejó la tormenta.

Los vecinos que habían optado por soportar la tormenta _o carecían de los medios para alejarse_ buscaban desesperadamente que los liberaran del infame centro de convenciones o el atestado estadio Superdome. O de sus propios techos.

«Yo no trato así a mi perro’’, dijo Daniel Edwards, señalando a una anciana muerta en una silla de ruedas en el centro de convenciones tres días después de Katrina. «A mi perro lo enterr钒.

Bush _a quien todos recordaban su elogio al jefe de emergencias Michael Brown, «Brownie, estás realizando una gran tarea’’_ viajó una y otra vez a la zona y juró en el Barrio Francés: «Uno no puede imaginar a Estados Unidos sin Nueva Orleans, y esta gran ciudad volverá a ponerse de pie’’.

Pero hacia fines de año las víctimas de Katrina seguían desparramadas por ciudades de todo el país, sin saber cuándo podrían regresar a sus hogares o siquiera si querían hacerlo. La cifra de muertes superó los 1.300.

Y los huracanes seguían pasando.

Cuatro semanas después, Rita asoló el este de Texas y el oeste de Luisiana. Luego Wilma pasó por Florida y dejó a seis millones de personas sin electricidad.

En todo el mundo, las catástrofes fueron de una frecuencia y magnitud tales que era difícil tener conciencia de ellas.

Millones carecían de alimentos en Niger y la violencia asolaba Sudán. Un terremoto en Pakistán mató a 87.000 personas. El recuento de víctimas de la tsunami de fines de 2004 continuó durante todo el año y finalmente llegó a 176.000. Cifras que la mente no puede aprehender.

Por eso, para comprender lo que fue el 2005, hay que mirar los rostros individuales.

Por ejemplo, los ojos llorosos de Tasleem Liaqat, de 25 años, atrapada bajo los escombros del terremoto en la aldea paquistaní de Kialla. La sacaron los vecinos y dos horas después dio a luz a una beba con un mes de anticipación.

A la espera de ayuda, se cubrió a sí misma y su beba con una hoja de plástico para protegerse de la lluvia. En un carro tirado por su esposo y tres vecinos, llegó al hospital ocho días después del temblor.

Fue un ejemplo extremo, desgarrador del sufrimiento que campeó en el mundo durante todo el año.

En el hospital, con la pierna sujeta a una férula de metal y su bebé en brazos, la joven madre dijo: «No recuerdo nada, sólo el dolor. Tanto dolor’’.

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