Lo primero que hay que decirle a Monchy Fadul, ministro de Interior y Policía, es que Servio Tulio Castaños, el de Finjus, no fue el primero ni será el último en llegar a esta elemental conclusión: para que César el Abusador pudiera operar durante veinte años, hasta convertirse en un “reconocido narcotraficante” al que sin embargo nadie se atrevía a ponerle la mano, tuvo que contar necesariamente con complicidades en los estamentos del Estado, como las tuvo José David Figueroa Agosto y Quirino Ernesto Paulino Castillo. Y es así y será así donde quiera que la industria del narcotráfico eche raíces y expanda sus tentáculos, y México y Venezuela son dos buenos ejemplos pero no los únicos. Así las cosas, a quien corresponde determinar las complicidades que hicieron posible las operaciones de la red que dirigía el capo caribeño es al Estado dominicano y sus organismos de seguridad, control y vigilancia, que para algo deben servir los impuestos que nos sacan de los bolsillos. Pero como bien sabe el ministro de Interior y Policía, aunque ahora pretenda hacerse el tonto, la capacidad de infiltración del narcotráfico en las instituciones y organismos llamados a perseguirlos dificulta esa labor del Estado, sobre todo si, además, sus instituciones son débiles y en muchos casos verdaderas caricaturas, como ocurre en este país. En conclusión: Servio Tulio Castaños no tiene porqué hacer el trabajo que le corresponde hacer a la DNCD, el DNI, los organismos de seguridad de los cuerpos militares y policiales y el propio Ministerio de Interior y Policía. Y eso también lo sabe Monchy Fadul, como sabe igualmente, porque lo sabemos todos, que ninguno de esos organismos está haciendo su trabajo, porque si fuera así República Dominicana no sería considerada por la DEA como un almacén de 48,442 kilómetros cuadrados desde el que se distribuyen cada año miles de toneladas de droga hacia Estados Unidos y Europa.