2010: Restablecer la autoridad o sucumbir

2010: Restablecer la autoridad o sucumbir

Los acontecimientos de la presente semana  no dejan duda de lo imprescindible e impostergable que resulta restablecer el principio de autoridad para subsistir como nación libre y civilizada, en el contexto de una crisis económica en la que ambos elementos se asocian entre si en su origen o agravamiento.

La falta de autoridad tiene su expresión máxima en la infiltración del crimen organizado en estamentos gubernamentales, incapacitándolo para someter al orden a los incumplidores de la ley, e impulsando a la ciudadanía a asumir la actitud de “sálvese quien pueda”.

Esa falta de autoridad es aprovechada por los poderes fácticos, en connivencia con los institucionales, para ejercer sobre la ciudadanía efectos opresores inductores de negligencia, indefensión, resignación y desgano; provocando a su vez comportamientos que desprestigian el papel de la iniciativa particular y conspirando con el cumplimiento del rol del Estado como procurador del Bien Común.

Desde las filas gubernamentales pueden citarse como causante de estos efectos opresores la concusión tributaria, la forma avasallante como se han aprobado la constitución y otras leyes como la de presupuesto así como sucesivos endeudamientos, la recurrencia a intercambios de disparos; y arbitrariedades contra ciudadanos  indefensos quién sabe si para ocultar negligencias como la mostrada en la poca capacidad para dar seguimiento a controles elementales relacionados al movimiento de personas y vehículos.

Pero también hay opresión acompañada de negligencia en conductas privadas desempeñadas abusivamente. Ejemplo de ello son los cargos por parte de empresas financieras sobre consumos no efectuados que  terminan sepultando crediticiamente a potenciales usuarios del crédito fomentado por las autoridades para reactivar la economía; mientras la poca vocación de servicio pretende compensarse con ampulosos “servicio al cliente”  cuyo personal ofrece “ayudar”, no “servir”, olvidando aquella tradicional expresión que “el cliente siempre tiene la razón”.

Todo ello sometiendo a la ciudadanía a un estado de indefensión que provoca o acentúa el desgano de ésta en su calidad de servidora, pública o privada; degradando aún mas el servicio llamado a prestar.

Un desgano que aliena la fe y esperanza e inhibe la capacidad de superación; y condena a una peligrosa resignación capaz de catapultar cualquier aventura política impulsada por intereses opuestos a la dominicanidad incluyendo aquella que persigue unificar el régimen político de la isla y por lo cual sus propulsores son capaces de revolotear todas las aguas posibles para facilitar la pesca en ellas.

Internalizar y superar la urgencia de restablecer la autoridad ante la posibilidad que la dominicanidad sucumba por desgano, debe constituir la principal aspiración de este año que comienza. 

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