2013 fue el año de la parálisis política en EE.UU.

2013 fue el año de la parálisis política en EE.UU.

ESTADOS UNIDOS. AP. Al fin se atenuaban los daños causados por la grave recesión mundial. Una reñida campaña presidencial en Estados Unidos finalmente acabó. Comenzaba el 2013, y muchos albergaban la esperanza de que habría noticias más alentadoras, de que un país cansado de las pugnas internas, las tragedias, los desafíos, recuperaría sus fuerzas.

Al fin y al cabo, el año comenzó con el inicio de un gobierno que ofrecía al menos la leve esperanza de un alivio de las tensiones políticas.    Esas probabilidades aumentaron por una recuperación económica que dejó al desempleo a su menor nivel en cinco años, impulsó a los mercados bursátiles a niveles récord e hizo subir los precios de las viviendas.

Nunca es posible predecir las noticias, por supuesto, pero al transcurrir el 2013, se asomaba la posibilidad de que Estados Unidos, agobiado por las divisiones internas, recuperaría su ímpetu.

 En lugar de ello, el año se caracterizó por la parálisis, la discordia y la falta de confianza. Para quienes opinaban que el sistema político y las instituciones de gobierno han dejado de funcionar, el año 2013 se los confirmó.    Ejemplos de la desconfianza fueron cuando tanto el ciclista Lance Armstrong como el beisbolista Ryan Braun admitieron que se dopaban cuando practicaban sus deportes, a pesar de que lo antes negaban enfáticamente; cuando el gobierno admitió que no se percató de las advertencias antes de la masacre en la Base de la Marina en Washington; cuando se hizo evidente que se hubieran podido salvar vidas antes del tifón en las Filipinas; cuando estallaron las protestas callejeras en Turquía, Egipto y Ucrania. Hasta hubo un nuevo papa, que reconoció la necesidad de aplicar reformas.

 Pero la mayor parálisis fue en Washington, D.C., comenzando casi inmediatamente después de que el presidente Barack Obama tomó el juramento para iniciar su segundo período, y regresaron a la capital los congresistas, supuestamente conscientes del descontento popular.    Durante varias semanas, senadores de ambos partidos hablaban de una nueva voluntad de cooperar e intentar una reforma migratoria.    “Tenemos la obligación y la necesidad de enfrentar esta nueva realidad”, expresó el senador republicano Marco Rubio de Florida.    Obama respondió días después: “Es ahora el momento”.

Pero después de que el Senado aprobó un proyecto de ley con respaldo de ambas bancadas, la reforma quedó estancada en la Cámara de Representantes que estaba controlada por los republicanos, con lo que cualquier cambio, incluso algunos que eran sumamente graduales, quedaron aplazados.

Aproximadamente al mismo tiempo, con la nación todavía de luto por la masacre de Newtown, la Casa Blanca trató de impulsar reformas a las leyes sobre la tenencia de armas. Pero pasó el tiempo y se hizo evidente que los congresistas no se ponían de acuerdo en ningún tema, hasta el punto en que no fue posible ni siquiera aprobar una medida que obligaría a los comerciantes de armas a revisar mejor los prontuarios policiales de los clientes.

 “íLes debería dar vergüenza!” gritaron dos mujeres en la galería del Senado al anunciarse el resultado de la votación, expresando un descontento general que para fines de año fue casi lo único en que todos los estadounidenses estaban de acuerdo.    El escepticismo generalizado sobre el funcionamiento del gobierno resurgió cuando se reveló que el Servicio de Rentas Internas estaba investigando excesivamente a a grupos de derecha, aunque luego se reveló que hizo lo mismo con algunos grupos liberales.

Luego, en junio, el público se enfrentó a un tema nuevo e inquietante. Desde los ataques terroristas del 11 de septiembre, el país por lo general aceptaba que a fin de mantener la seguridad y evitar nuevas tragedias, el gobierno tenía que intensificar su vigilancia de la ciudadanía y que habría que ceder algo de privacidad y comodidad.

Pero entonces se reveló que  Edward Snowden, un analista de la Agencia de Seguridad Nacional, había filtrado documentos secretos sobre el programa de vigilancia del gobierno que revelaban que el gobierno no sólo espiaba a sus enemigos, sino a los países aliados y hasta a su propia ciudadanía también.

Aun así, aunque los detractores fustigaron a la NSA como símbolo de los excesos del poder, nadie podía dudar que por lo menos, era una agencia del gobierno que estaba funcionando. Para octubre, otras dependencias públicas ni siquiera estaban abiertas, pues los republicanos en la Cámara de Representantes, en un intento por obligar al gobierno a derogar la reforma del sistema de salud, se negaron a aprobar un presupuesto a tiempo, con lo que el gobierno quedó parcialmente paralizado por dos semanas.

El cierre de gobierno, y los temores de que ello podría volver a ocurrir, dominaron los titulares justo cuando la reforma del sistema de salud comenzaba a funcionar. Pero cuando el gobierno reabrió dos semanas después sin que se haya logrado nada, la atención se volcó a la reforma de salud, una medida que debía demostrar la capacidad del gobierno de resolver situaciones, y quedó en evidencia que tenía enormes fallas técnicas, lo que alimentó más el sentimiento de desencanto y desconfianza.

Al fin y al cabo, fue este el año en que una encuesta de Gallup halló que la confianza del público hacia el Congreso estaba en su piso histórico no sólo hacia el Congreso sino hacia cualquier institución pública. Más de 85% de los estadounidenses interrogados por la encuesta Harris hace pocas semanas dijeron que los que gobiernan no tienen ningún sentimiento de responsabilidad hacia ellos, comparado con 50% en el 2010. Y una encuesta AP-GfK halló que casi dos terceras partes de los estadounidenses desconfían de los demás, mermando una característica considerada un ingrediente esencial para cualquier democracia eficaz.

No cabe duda que tanto Estados Unidos como el mundo entero han confrontado peores crisis. Pero con las nuevas tecnologías, estamos viviendo en una era de máxima saturación informativa que le revela a todos los múltiples ejemplos de la disfunción institucional, con lo cual las dudas sospechadas rápidamente se convierten en dudas confirmadas, opina Sheila Suess Kennedy, autora de “Distrust, American Style: Diversity and the Crisis of Public Confidence” (”Desconfianza al estilo estadounidense: Diversidad y la crisis en la confianza pública”).

“Estamos nadando en una sociedad de la información, o a veces, en una sociedad de la desinformación, y por lo tanto es más difícil que alguien no esté conectado a las noticias”, dice Kennedy, destacando como los medios de comunicación alimentan el sentimiento de alienación que no existía antes, cuando por lo general, la gente no se enteraba de las fallas a lo interno de las instituciones públicas.    Añade Kennedy: “No es que la vida antes era más simple, pero la gente pensaba que era más simple”.

Por supuesto que no todas las noticias del año eran de ese tipo. Por ejemplo, tras años de discordia, sanciones y amenazas, seis potencias mundiales llegaron a un acuerdo para que Irán limite sus actividades nucleares. Las autoridades federales concluyeron complicadas investigaciones sobre JPMorgan Chase y SAC Capital, que tuvieron que pagar enormes multas. Hasta el cibersitio del programa de salud del gobierno empezaba a funcionar bien, para fines de año.

Pero ello no pudo contrarrestar el diluvio de noticias que llevó a la gente a cuestionar no sólo al gobierno sino también a las grandes empresas, al mundo de los deportes y a las instituciones religiosas.    El nuevo papa, Francisco, hizo referencia a esos sentimientos casi inmediatamente después de su ascenso al papado, al designar comisiones que le ayuden a reformar al banco del Vaticano y a reestructurar la complicada burocracia de la Santa Sede.    Pero el pontífice incluso fue más allá, mencionando un mensaje que ha sido parte de la doctrina eclesiástica desde hace tiempo, pero mencionándolo ahora como prioridad: el capitalismo mismo está en crisis y hay que luchar contra “la globalización de la indiferencia”.

Fue un titular más, un recordatorio más de las fallas de la sociedad moderna, aun cuando subrayaba los perennes esfuerzos por mejorar las instituciones. La necesidad de impulsar esas reformas casi quedaba en el olvido al culminar el año hasta que la noticia del fallecimiento de Nelson Mandela nos recordó que hasta los conflictos más enconados de la sociedad se pueden resolver cuando los líderes comienzan por reconocer los problemas y la capacidad que tienen para resolver.

“No sé pero hay pocos jefes de estado que son capaces de decir con facilidad `lo siento”’, dijo el ex arzobispo sudafricano Desmond Tutu, recordando a Mandela poco después del fallecimiento.    Agregó: “Y espero que no sólo nosotros sino nuestros líderes, pueden seguir su ejemplo”.

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