2015: Gestionando lo impredecible

2015: Gestionando lo impredecible

Al formidable equipo de economistas dominicanos

El 2015 es, sin duda, uno de los años más impredecibles que he conocido desde que inicié mis estudios económicos en 1959. Existe un profundo contraste en la situación de vida entre las distintas regiones del mundo. Algunas, muy pocas, experimentan recuperación, la mayoría enfrentan crisis de toda clase. Un pequeño evento puede quebrantar el balance de cualquier nación. Por eso, quiero dedicar unas palabras a una situación que podría tener serias repercusiones.

Todo se inició con las tasas de interés ultra-bajas o, en su defecto, bajo coste de los préstamos que impuso la Reserva Federal a través de una masiva emisión inorgánica, lo que estimuló a las corporaciones a apalancar sus operaciones con bonos corporativos. Desde la crisis, este mercado creció un 42% y hoy está valorado en unos 7.7 millones de millones de dólares a nivel mundial. Solo en Estados Unidos en el 2014, se emitieron 1.43 millones de millones de dólares en bonos corporativos un 27% más de lo vendido en el auge de la burbuja crediticia en el 2007.

No obstante, existen preocupaciones entre analistas y operadores de mercados a consecuencia de la insuficiente supervisión de este mercado por las entidades reguladoras. Entre ellas podemos destacar la inmensa influencia de las grandes empresas de gestión de activos como Pimco y BlackRock que, a cambio de favores a los bancos emisores, aseguran una mayor proporción de los bonos y rendimientos más altos, aumentando los costes de financiación de las compañías en búsqueda de capital. Asimismo, la liquidez (el grado en que un activo puede ser comprado o vendido en el mercado sin afectar su precio) no ha aumentado a la par con la demanda de bonos corporativos y, si el mercado sufre pérdidas inesperadas, quienes utilicen estos bonos, como colateral de sus deudas, deberán reponer la garantía perdida mientras que las compañías deudoras enfrentarán solicitudes de reembolso. Esto podría resultar en una situación de impago similar a aquella de la crisis del 2008.

Además, las tasas de interés negativas de varios bancos centrales disminuyeron las opciones rentables de inversión. Como resultado, los inversionistas ahora buscan rendimientos positivos en posiciones más riesgosas, pautando las bases para una burbuja en el mercado de bonos. Esto se constituye en una consecuencia directa de una guerra de divisas donde varios países buscan proteger su sector exportador y evitar presiones deflacionarias depreciando su moneda (una moneda devaluada abarata las exportaciones de un país).

Un destino muy popular de los inversionistas son los bonos norteamericanos. La gran demanda de dólares, necesitados para comprar deuda americana, ha apreciado esta moneda a niveles que afectan, negativamente, las proyecciones del sector exportador y la inflación.

De igual manera, la apreciación del dólar ha impactado a empresas con intereses en el extranjero y a los mercados emergentes cuya deuda está denominada en dólares, puesto que un dólar apreciado encarece sus deudas a niveles desproporcionados, aun si una nación posee un tipo de cambio fijo.

Definitivamente, la situación es extremadamente compleja. La guerra de divisas tendrá ganadores y perdedores. Los inversionistas continúan prestando grandiosas cantidades de dinero a gobiernos y corporaciones a sabiendas de que un giro en el mercado podría tener resultados con costos considerables. Bien cierto lo que, esta vez, la deuda no está sustentada en el mercado inmobiliario (como en el 2008). De acuerdo con la Agencia Bancaria Europea, el prestamista europeo promedio financia el 96.3% de sus operaciones con deuda y el resto con el capital de los propietarios.

Por lo tanto, una hipotética reducción del valor de sus colaterales de tan solo un 3.7%, obligaría a las empresas a reponer el valor perdido con todo su capital, afrontando importantes consecuencias.

Indudablemente, estas cifras son preocupantes puesto que indican que las entidades crediticias han asumido una posición diferente a la esperada después de la crisis financiera que paralizó nuestras economías hace siete años. Todo indicaba que un desapalancamiento drástico era esencial, para, una vez más, crecer saludablemente. Lamentablemente, esto no ha ocurrido.

 

Investigador asociado:

Iván Kim Taveras

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