El fallecido año 2015 nos permitió la dolorosa pero honrosa tarea de examinar mil ochocientos sesenta y cuatro cadáveres de gente que en su mayoría ni quiso ni debió morir, pero que desgraciadamente se vio compelida a abandonar el mundo de los vivos. Como ya es costumbre en nosotros, hicimos una parada técnica en el camino, con la finalidad de reflexionar alrededor de las causas por las que perdieron su vida casi dos millares de almas. Me fue imposible dejar de evocar un bello poema del inmortal peruano César Vallejo, ido a destiempo en París en el 1938, víctima del paludismo. La poesía tiene como título MASA.
He aquí sus conmovedoras letras: “Al fin de la batalla,/ y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo:/ ¡No mueras, te amo tanto!/ Pero el cadáver ¡ay siguió muriendo.? Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,/ clamando ¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!/ Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo./ Le rodearon millones de individuos,/ con un ruego común: ¡Quédate hermano!/ Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo./ Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon;/ les vio el cadáver triste, emocionado;/ incorporóse lentamente,/ abrazó al primer hombre; echóse a andar”. Lo lancinante, horroroso y penoso a la vez es llevar décadas como testigo impotente y tardío de fallecimientos de niños y niñas desnutridos, con enfermedad diarreica aguda, dengue, infecciones respiratorias, meningitis, o trastornos cardíacos congénitos no diagnosticados en vida; todos con un común denominador: el hambre y la pobreza.
Una diferencia fundamental entre el resto de los primates y el Homo sapiens es que este último es un ser social. La duda me embarga cada vez que veo sobre la mesa de autopsia los pálidos y desangrados cuerpos inertes de adolescentes asaltantes o asaltados, hijos de la violencia callejera, la que a su vez sale del vientre de una envejecida, débil, insegura y enferma sociedad, cargada de desigualdades extremas. Tan llena de remiendos vive la atormentada República Dominicana que bien podría ser satirizada con el techo de la casa de Juana, descrita en el merengue La Gotera que interpretara Félix del Rosario en el pasado siglo. Tenemos males estructurales que se reflejan en las condiciones de salud de amplios segmentos de la población. Alimentación básica, agua potable, viviendas adecuadas, transporte seguro y educación son derechos humanos pendientes en la agenda nacional. Nos satisfacemos aplicando paños tibios, calmantes y prometiendo cura definitiva en un mañana que nunca acaba por llegar. Tendemos a olvidar una de las prédicas de Juan Bosch donde refiriéndose a lo sabio de nuestro pueblo nos dice: “Además de inteligente, es un pueblo de juicio claro y de inclinación natural a actuar con rectitud, y es un pueblo que sabe distinguir entre valores reales y falsos, sobre todo distingue entre los que se proponen luchar por él y los que pretenden usar sus sufrimientos y sus esperanzas para escalar posiciones de mando, económicas o políticas. El pueblo dominicano admira la capacidad, la bondad, la honestidad, la lealtad a su destino, y reconoce esos valores donde quiera que estén”.
Volvamos a rodear por millones a Juan Bosch para que de nuevo su pensamiento eche a andar.