POR MIGUEL D. MENA
Al principio los libros fueron páginas blancas, escritas, pegadas, abiertas, sentidas. En el fondo de Villa Francisca habían imprentas de tipos movibles, olorosas a tinta, a aceite, a papel. Un día pensamos que los libros no salían de esos talleres. También se podían armar en la casa. En 1985 comenzamos un proyecto de editorial alternativa. Frustrados ante la imposibilidad de publicar un libro que no significase dinero a veces mucho dinero-, o favor, o intercambio, o deuda interminable, decidimos convertirnos en nuestros propios editores.
Al ver ahora los libros que publicamos en ese año, todos hechos a mimeógrafo, no podemos menos que pensar la sensación de panadería, de ropa fresca, planchada. Reunión de poesía, poetas de la crisis, fue la primera reunión de la poesía que aún nos empecinamos llamar de la crisis, porque, surgimos con la comprensión de todo andaba o era o estaba fracturado y había que vivir así. 20 Century (aún sin título en español, de Martha Rivera, fue un poemario incisivo en eso de trazar los planos de una cotidianidad apabullante, cortante, entre los predios de la universidad, la familia y la lucha entonces revolucionaria. Manicomio de papel, otro poemario, de G.C. Manuel luego recuperado como Manuel García Cartagena-, nos situó ante una obra densa, compacta, donde la palabra se trabajaba desde el principio de la contundencia, la sonoridad, la alquimia. De Julio Castillo, poeta lamentablemente extraviado, entre Miami y Matanzas, dimos a conocer un poemario revelador de otra gran sensibilidad, A dos pasos de hacer el amor.
Los primeros actos de Ediciones de la Crisis fueron realizados en la Librería La Trinitaria, donde siempre encontramos el apoyo de sus directivos, Virtudes Uribe y Juan Báez. Los actos se armaban buscando sillas de donde fuera, localizando bebidas, amigos, músicos. Wilfredo Lozano y Carlos Francisco Elías fueron algunos de los presentadores.
En el correr de ese segundo lustro los espacios de la Crisis se fueron ampliando al Centro Cultural Hispánico y Casa de Teatro.
Del mimeógrafo pronto saltamos a la fotocopia. Nunca sabíamos la cantidad de ejemplares porque los mismos se daban en función de la demanda, de las resmas que podían ser confiscadas en oficinas públicas y privadas.
La hechura de libros, su circulación, su venta, nos hizo conocer las interioridades del durísimo mundo de las librerías.
El libro dominicano siempre se tiene que vender a consignación, porque nunca hay garantías de que se venda. El librero obtiene su 25 por ciento. Al ser un libro dominicano, por lo general se colocaba al fondo del salón, en un sitio que no podía competir con los bestsellers y los libros de bolsillo y de autoayuda y de mecánica sentimental popular.
Se daba el caso a veces que uno preguntaba por el libro que había dejado dos semanas antes y el personal de turno no tenía ni idea de cuáles textos se trataba. Ojo, libreros: no solamente tiene sentido saber el precio y saber dónde están los libros, sino poder orientarse en el mundo de los contenidos_
Con el traslado a Berlín en 1990 aquellas ediciones entraron, más que en una pausa, en una nueva etapa. El instinto de sobrevivencia, que obliga hasta a los vegetarianos a hacer de tripas corazones, condujo a integrarse en el mundo alternativo de una ciudad agitadísima luego de cuarenta años de muros y guerra fría. Vivir desde entonces entre Prenzlauer Berg y Mitte ha sido como estar en el corazón de una escena esquiza, donde siempre habrán todos los colores y por lo tanto todos los gustos.
De Ediciones de la Crisis saltamos a Ohne Genehmigung Verlag, que vendría a ser algo así como Editorial sin permiso. Accedimos al libro arte. Kafka, Hölderlin, Kavafis, Rilke, Erich Fried, fueron los autores ilustrados y vendidos en bares, restaurantes, fiestas barriales, manifestaciones.
Al recuperar la relación emocional con el idioma y con la Isla, hacia 1994 relanzamos el viejo proyecto con el nombre de Ediciones en el Jardín de las Delicias. No es que la crisis se haya convertido en delicia, no: es que había que saltar de la nave de los locos a los purgatorios de Hieronymus Bosch, El Bosco.
Desde entonces hemos desarrollado una línea editorial que conserva y procrea. Por un lado hemos publicado las obras completas de René del Risco, incluyendo la edición de su novela póstuma El cumpleaño de Porfirio Chávez. También recuperamos el gran legado de Juan Sánchez Lamouth y de un poeta hasta ahora no lo suficientemente valorado: Zacarías Espinal, muerto en plena juventud, a causa de las drogas, y toda una revelación en cuanto a sus conquistas poéticas.
En el 2006 rescatamos, en un solo tomo, dos obras de Antonio Lockward Artiles: Hotel Cosmos y Espíritu intranquilo, libro de cuentas y novela, respectivamente, publicados en 1966. Cuando accedimos a ambos textos, sacados de los estantes del Instituto Iberoamericano de Berlín, no pudimos menos que preguntarnos cómo era posible tanto olvido y descuido de la crítica ante una escritura tan precisa y trascendente como la de Lockward Artiles.
También en este mismo año damos a conocer un poemario de Norberto James Rawlings, La urdimbre del silencio. El autor de Los inmigrantes, el poema más citado en la literatura dominicana después de Hay un país en el mundo, de su compueblano Pedro Mir, recupera la memoria de su estancia habanera de los 70, el Santo Domingo de antes, después y de siempre, y la experiencia de algo que podría considerarse como autoexilio en los Estados Unidos.
Finalmente, presentamos junto a estas obras tres recopilaciones y un libro de nuestra autoría.
Poética de la Calle El Conde y Poética de la Calle El Conde (segundo piso) son los dos tomos donde recogemos los textos que en los diversos géneros literarios asumen las huellas y las dimensiones de esta vía definitoria de lo dominicano, aparte de su memoria visual. Con Santo Domingo, su poesía, completamos el tríptico. En este texto antologamos la poesía que da cuenta de la ciudad y del espacio dominicano, reuniendo autores que vienen desde la colonia hasta los más recientes.
A estos tres libros se le agrega un tercero, que al mismo tiempo se convierte en el tercer y último tomo- de un proyecto que desarrollamos desde hace más de una década y que denominamos Poética de Santo Domingo, esta vez con el título Imagen, espacio: Isla dominicana.
Con este proyecto tratamos de leer la ciudad como espacio conformado alrededor de un imaginario, ideologías, relaciones de poder, de fuerza. Es el Santo Domingo que se hace y se deshace, el de la modernidad, la proto y la post-modernidad. Es el espacio del pastiche y del tótem, de la insistencia, la esperanza, la felicidad y el dolor.
La fiesta del libro continúa. Veintiún años tras el papel nos confirma que la palabra salva, y mejor aún, cuando es dicha y sentida por todos, cuando hace crecer, descrecer y lanzarnos a una dimensión donde la humanidad se puede hacer mejor y mayor, sí, mayorcita de edad, como tratamos.