Como todas las mañanas, encendí la radio para escuchar la Radiotelevisión Dominicana. Eran las 5:30 a.m. Pensé que me había equivocado: el noticiero no estaba en el aire. Se escuchaban los aires de una marcha marcial.
A poco, un locutor leyó un comunicado de las Fuerzas Armadas, anunciando el derrocamiento del gobierno, convertidas, por obra y gracia del gobierno norteamericano en grandes electores, dueños de la República que podían disponer, y dispusieron, de la democracia dominicana.
Escribirlo hoy es fácil, haberlo vivido fue horrible. Se descontinuaba el experimento de construcción de una democracia en la cual la vida solo tuviera por límites el imperio de la Constitución y las leyes.
Hay que decirlo sin temor: esa acción maldita trastornó la vida nacional para siempre. Fue fruto de los jerarcas de la iglesia Católica, los comerciantes importadores y exportadores, los productores de azúcar, sectores de profesionales liberales, sindicalistas vendidos a los patronos, guardias abusadores, ladrones y de la sempiterna presencia del imperialismo yanqui.
Yo estaba de cónsul y vivíamos en Macuto, La Guaira. Miriam y yo nos fuimos hacia la embajada en Caracas. Allí había un verdadero burbaque. Reinaban la indignación, la impotencia y la incredulidad.
Entre los presentes estaba Alfredito Rizek Billini, quien, como yo, pedía armas porque sabíamos que el asunto solo se resolvía confrontando la fuerza con la dignidad y el valor del pueblo dominicano. En la embajada encontré a un fogoso Sanz Torres, tío de los Sanz Jiminián, quien también pedía armas para venir a combatir a los golpistas.
El embajador, Máximo (Pasito) Ares García, era también el jefe político de los funcionarios y nos ordenó, al Cónsul General en Caracas, doctor Manuel Álvarez Valverde y a mí, que no renunciáramos, que el presidente Bosch vendría a Venezuela, acogido por su amigo el presidente Venezuela, Rómulo Betancourt.
Con Alfredito me encontré en los gloriosos días de la Guerra de Abril en el lugar donde debíamos estar: en la trinchera de la dignidad y el patriotismo.
Aquella mañana visité al doctor Francisco (Pancho) Castellanos, eminente médico dominicano radicado en Caracas, de los líderes del grupo que propició las expediciones que desembarcaron por Constanza, Maimón y Estero Hondo, en 1959.
Escuché las sabias palabras del doctor Castellanos y sus juicios sobre los golpistas, cuyos nombres no deben ser olvidados: Viriato Fiallo, Juan Isidro Jimenes, Mario Read Vittini, Ramón Castillo, Horacio Julio Ornes Coiscou y guardias y curas quienes ni siquiera merecen ser recordados, por estar en la sentina de la historia. También me habló de Juan Bosch, de sus dudas y debilidades.
No me equivoco cuando afirmo que fue el peor día de mi vida. Luego hablaré sobre la combinación que llevó a Bosch al exilio, en Puerto Rico.