(2)Una conversación con
Cirilo Trujillo en Roma

(2)Una conversación con<BR>Cirilo Trujillo en Roma

VIRGILIO ALVAREZ BONILLA
Cuando Trujillo llegó a Roma procedente de España, su viaje y estadía en la ciudad eterna, estuvo rodeado de la mayor de las confidencias como ya hemos explicado. El general Anselmo Paulino entonces preferido del gobernante dominicano, había dispuesto todas las medidas de seguridad para con la persona de Trujillo y sus familiares, ello así porque Paulino pensaba que el Benefactor podía correr peligro de un atentado de parte del creciente movimiento comunista italiano.

Fue así como el mandamás dominicano fue instalado en un hotel discreto y se limitó al máximo las visitas de funcionarios y relacionados. Narra Cirilo, que Onésimo Valenzuela, secretario de la Embajada y él, fueron encomendados por el embajador Calderón para llevar al hotel Recidence Palace las informaciones de prensa y documentos confidenciales para conocimiento del ?Jefe?. La primera vez que llegaron al hotel con ese propósito, fueron detenidos abruptamente por el general Arturo Espaillat que fungía como encargado de la escolta de Trujillo. El embajador Calderón, percatado del suceso, habló con el militar y obtuvo paso para los dos funcionarios de nuestra misión en Italia.

Cuando ambos funcionarios penetraron en la suite destinada para Trujillo, cuenta Cirilo, que con mucho temor se acercaron a la sala donde se encontraba el Generalísimo, observaron a éste Implacablemente vestido de civil, sentado en el brazo de descanso de un sillón, conversando animadamente con los embajadores Vega y Calderón, a una seña de éste último Cirilo se adelantó, con el folders conteniendo los documentos, quedando Valenzuela un poco rezagado. Con el cuerpo tembloroso, pues confiesa Cirilo que sentía pánico al ver al hombre, saludaron con todo el rigor posible, tratando de medir muy bien las palabras que usaban. Trujillo sin embargo los recibió de forma cordial y los saludó con afecto. Excelencia dijo Castellanos, nuestra visita además de tener el placer y el honor de saludarle, se debe a que tenemos que entregarle estos documentos relativos a informaciones de nuestro país. Trujillo sonriente les respondió a seguidas. ¡Entrégueselo al general Paulino, vayan, saluden a Anselmo!

Encontraron al favorito del régimen, sentado en una mesa llena de papeles contigua a otra repleta de todas clases de bebidas. Anselmo los miró sin mucho interés y ellos le dijeron la misión que tenían, ¡Bien, gracias!, respondió Paulino, sin hacer ningún gesto de simpatía.

El viaje de Trujillo a Roma concluyó con la visita oficial al Vaticano, doña María permaneció unos días más entre visitas al conocido restaurante Alfredo y a las bellas tiendas de la ciudad.

Radhamés el hijo menor que gustaba también de los fetuchini del lugar, se antojó en la estación de tren, cuando partían de Roma comer de nuevo el afamado plato. Doña María solicitó a Cirilo complacer la petición del menor de sus vástagos y luego de convencer al propietario del restaurante, éste trasladó sus empleados al vagón comedor del tren donde Radhamés degustó la sabrosa pasta que hizo famoso el restaurante romano.

Estando ya Trujillo en París, de regreso al país, recibió Cirilo una llamada en su residencia, la servidumbre que tomó el teléfono solo le dijo que le llamaban de Paría, contestó Cirilo el teléfono y diciendo ¡alo!, ¿quién habla? Del otro lado de la línea se oyó una voz timbrada que dijo. ¡Es el Jefe!, localice a los embajadores Calderón y Vega que se encuentran con doña María en Génova y comuníquele, que pueden venir a París a despedirme. Nada más se oyó, que no fuera el sonido abrupto del cierre telefónico. Al regreso de los embajadores de la ciudad luz luego de despedir al «Jefe», se enteró Cirilo de que la «estrella» de Anselmo Paulino empezaría a declinar, la conversación de Trujillo con sus representantes diplomáticos en París, así lo hacía pensar.

Días más tarde el propio Cirilo se convencería de ello, cuando la entonces esposa de Paulino, la ciudadana haitiana Andrea García le solicitara al funcionario que le cambiara los pasajes en barco que tenía para acompañar a la esposa de Trujillo en su regreso, por pasajes aéreos en ruta directa a New York, la señora jamás regresaría a Santo Domingo.

Éstas y otras muchas anécdotas forman parte de la vasta gama de experiencias vividas por éste dominicano nato, en sus cincuenta años de labor diplomática. Cirilo sigue siendo el mismo de siempre, el que a pesar de tocarle vivir lejos de su San Francisco de Macorís natal, conserva bien arraigadas sus costumbres y jocosidad propias de su temperamento abierto. De él recibimos nueva vez muestras de afecto fraternal.

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