JOSÉ A. SILIÉ RUIZ
La promoción MED-76 celebró sus treinta años de ejercicio médico. Un grupo de jóvenes médicos que hace ese tiempo, nos recibíamos en el Aula Magna de la UASD, con el galardón por más de nueve años de estudios. Larga carrera, aunque nos graduamos muchos con honores, nos tocó la desventura de la lucha por el “medio millón”, con semestres que a causa de la testarudez de Joaquín Balaguer perduraban hasta un año, los cierres, la invasión policial, etc. No creo que se le pueda plantear de manera juiciosa a un joven estudioso de hoy, persistir 9 años en ninguna carrera y lo acepte de buenas ganas. Eso nos permitió enraizar nuestros afectos y en verdad que somos como conjunto, mas que hermanos.
Con tal motivo fue celebrada una muy concurrida fiesta en la Casa de España, donde nos vimos con compañeros que hacía treinta años no veíamos. La nostalgia de tan hermosa noche y al escuchar los arpegios de Arroyito Cristalino, con la orquesta de Papa Molina e invocar nuestros años de las aulas universitarias, me transporté a esos años juveniles y empecé a pensar en todos y cada uno de nuestros forjadores; profesores extraordinarios, que en la acción y en la inteligencia, se dieron rigurosos, procurándonos los instrumentos básicos para entender la salud del cuerpo y el alma, por lo que todos los colegas de MED-76, estaremos eternamente agradecidos.
En ese fantasear, en ese repasar de reminiscencias, y poder volver a las aulas universitarias, en una agradable abstracción de esa tan alegre noche, cual incontenible río de gratos recuerdos, solo me acordé de las cosas buenas, los resúmenes de cátedras que publicábamos para los compañeros, las primeras presentaciones hechas en la escuela de medicina con diapositivas, precursoras del actual Data Show, mis 100 puntos en la nota de Neurología, y la publicación de mi tercer libro, titulado Manual de Tesis, al terminar la carrera. El cerebro es tan sabio que elimina de los códigos de la memoria, los malos recuerdos, los grandes esfuerzos en procurar buenas notas, los exámenes y sus ansiedades, los desamores, las angustias, los temores y correderas frente a la policía y las demás adversidades en la política. Deseamos en este conversatorio, rendir un homenaje a esos hombres y mujeres que nos mostraron que la capacidad creadora en la ciencia, el espíritu inquisidor e investigador, son la base de todo buen médico, lo aprendimos con demasía, con sus sabias enseñazas y es una muestra indiscutible que MED 76, es una cantera de médicos de gran respetabilidad nacional e internacional. En una serena contemplación de nuestro quehacer profesional, acepto que esa preocupación por los problemas vitales del humano, el desvelo por la eficacia técnica, y esa dimensión responsable por darse en la curación, esa bandera ondea oronda en esta promoción.
En los inicios del recuento, los ausentes, que en paz estén junto al altísimo, los doctores Pericles Franco, Antonio Zaglul, Julio Román Jabid, Vinicio Calventi y Marcelino Vélez, nos enseñaron con sus temperamentos rebeldes y plurales, talentosos y honestos a carta cabal, que la disciplina y el método afortunado en el pensamiento lúcido, es la ciencia. Por igual, pero terrenales con nosotros, en la misma tónica, Norman de Castro, Héctor Pereyra, Abel González, Ángel Chan y Guarocuya Batista, rigurosos de la escuela norteamericana En lo particular me iniciaron en ese anhelo humano, casi divino de redimir al hombre de sus esclavitudes morbosas y epidémicas, por lo que en lo íntimo estarán siempre en nuestros corazones.
Luego, en los sótanos de anatomía, un Dr. Osvaldo Marte Durán y un Dr. José Joaquín Puello, a ambos les estaré siempre muy agradecido, el primero me aceptó como Instructor de Neuroanatomía, permitiendo que como monitor, publicara mis dos primeros libros bajo su tutela, Neurotomía Práctica y Neurotomía en Gráficas. El segundo me hizo su asistente. Le ayudé en las cátedras de Neuroanatomía y Neurofisiología en la UASD y en el INTEC, dejándome a cargo de estas cátedras, siendo un simple estudiante, hace más de treinta años, por sus frecuentes viajes.
La representación femenina no pudo tener un espacio mas amplio y digno en las doctoras Victoria Sánchez de Peralta, Josefina Cohén y Marianela Ariza, entre otras. La primera con gran rigurosidad y memoria prodigiosa, nos llamaba a todos los alumnos por nuestros apellidos; la segunda gran investigadora y la tercera fue quien primero me permitió hacer medicina privada, pues la sustituía en sus ausencias. De los “europerizados” aprendimos notas para el buen vivir, los exquisitos vinos y finos quesos se mencionaban en sus cátedras con las excelsitudes de un balance cultural motivante, entre esos Mario Tolentino, Juan Santoni, Arnaldo Espaillat y el doctor Ney Arias. Por ellos conocimos la medicina de París, Londres y Madrid. A su entender el centro de gravedad de las ciencias médicas iba vinculada a los orígenes de la medicina científica; pero que tenía que ir acompañada de las majestades de un elegante espíritu universalista, que por nuestra condición de isla, está siempre orientado hacia los seductores mirajes ultramarinos y de hecho, por sus ejemplos, se dio el mismo fenómeno en muchos de nosotros, de abrevar en el viejo continente; en nuestro caso, Inglaterra nos acogió.
Pero si peco por omisión, pido mil perdones, pues me he atrevido sólo a hacer algunos recuentos. Dejo de último a alguien que nos confió nuestra primera investigación científica, nos guió en los primeros pasos del método irrefutable, estoy seguro que si se fuera a dar un Premio Nóbel de Medicina en la Republica Dominicana, sé que estaría entre los cinco seleccionados, me refiero al doctor Hugo Mendoza, quien ha sabido sobreponerse a los defectos de nuestro sistema de salud por contraponer el trabajo paciente y tenaz, indispensable para obras de largo alcance; la disposición metódica; el intenso anhelo de una perfección siempre alcanzable en la mezcla de la acción y la inteligencia que fué su meta permanente. Nos falta espacio para los elogios de esas profesoras y profesores que enseñaron a MED 76 a tener como lema la solidez científica, ser partícipes de una aristocracia biológica, con el compromiso de seguir ascendiendo en la madurez que dan los años y la plenitud que nos reservan el tiempo y la historia. Con gran pesar volví de la letargia, luego de tan grata evasión hacia los años juveniles; pero el regreso fue con agrado, pues nos despertó un arrullo, una tierna joven de dulce voz aterciopelada, Danilsa, la hija de Tamara Bonilla que nos cantaba exquisiteces de más modernidad que el Arroyito Cristalino de Pipi Franco.