45 años después

45 años después

Asesino sí, ladrón no. Con tanta sangre derramada la malversación no preocupaba. Era otro el pendiente. Aquí ha sido diferente. La cruzada contra la corrupción no incluye el cese de la impunidad que beneficia a tanto asesino suelto, a decenas de homicidas honorables, redimidos por la cobardía y el contubernio. Tantos torturadores relatando sus hazañas para solaz de contertulios que suman la villanía a la vocinglería de ocasión. Mientras le gritaban asesino a Pinochet, Lucía Hiriart continuaba exhibiendo joyas, sombreros, sus famosos trajes Chanel. Ella y la familia en pleno disfrute de un patrimonio espurio, salpicado por el oprobio. La madre de los cinco hijos del despiadado amo de Chile, durante 17 años, instigadora del golpe contra Salvador Allende, inclemente al momento de la represión, jamás imaginó que sus teneres serían cuestionados. La familia y los incondicionales del general nunca mostraron preocupación por las consecuencias de la violencia y menos evaluaron posibilidad de exponerse a una acusación por malversación. Poder absoluto, confianza absoluta. 14 años después del inicio de un proceso para determinar el origen del dinero legado por el dictador a su parentela, depositado en el Riggs Bank- Washington-, una sentencia de la Corte Suprema de Chile, ordena la confiscación de las cuentas. La investigación comprobó y demostró: desvío de fondos públicos, encubrimiento, cuentas falsas. 45 años después del 11 de septiembre, un fallo avala el latrocinio de Pinochet. Variable no evaluada por sus víctimas ni por sus secuaces. Si el exterminio podía justificarse, el uso de fondos públicos es difícil de exculpar tras el manto ideológico. El vengador, creador de un orden nuevo, tiene razones, orgullo, no repara en medios para ejecutar sus designios, además, eso de derechos humanos es un invento. Las acciones se ejecutan con la convicción de realizar una misión redentora. Es aquello de Saint-Jean, el gobernador de Buenos Aires durante la era de Videla: Primero mataremos a los subversivos; después mataremos a los que colaboran con ellos; luego mataremos a los indiferentes; finalmente mataremos a los tímidos.
Y de nuevo la perenne evocación, a pesar del silencio y de la pretensión de olvido, para acallar orfandad, mutilaciones, viudez temprana. Recordar el éxodo que separó, confundió parentescos, suplantó identidades, alteró genética. Errancia sin compensación, esfuerzo cotidiano para no morir de distancia, pena, silencio y miedo. Esas desapariciones sin consuelo, con la juventud delos ausentes compitiendo con la vejez y el insomnio de quien espera un imposible retorno. El golpe de Estado, el asalto a la Moneda, la muerte de Allende comprometen a una generación. Compromiso emocional, si se quiere, pero compromiso. Saldo insoluto de escarnio y tropelía. Milicos embravecidos, sitiados por el odio, la insensatez. Ese 11 y la sucesión absurda de venganza que colmó estadios, fosas, ríos, montañas, mares y conciencias. Y la voz triunfante de Augusto Pinochet: “Por cada miembro de las Fuerzas Armadas que sufra se fusilan cinco marxistas…” y socarrón dice, al vicealmirante Carvajal: “Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país- a Salvador Allende- pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando. Más vale matar la perra y se acaba la leva.”(Interferencia Secreta. Patricia Verdugo)
Veintiocho años después del inicio de la desventura chilena, con documentos desclasificados y ninguna fantasía sino evidencias del plan genocida, en el 2001, las Torres neoyorquinas y su significado, intervinieron el primer 11, emblemático y estremecedor. Conminar para recordar es impropio. Muchos prefieren enterrar el pasado para no comprometerse. Empero, siempre el aprendizaje está. Héctor Soto, chileno, abogado, periodista, afirma que del 11 de septiembre aprendieron: …que no hay causa ni circunstancia que justifique las violaciones de los derechos humanos. Que en un sistema democrático el triunfo de la mayoría no puede significar el aplastamiento de las minorías. Que las leyes no pueden ser forzadas desde la mala fe para disfrazar propósitos totalitarios. Y que dignidad de las instituciones y los magistrados se mide, no por su sometimiento a la manada, sino por su capacidad para ser contrapeso.”

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