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Mediante la Bula In Apostolatus Culmine expedida en Roma el 28 de octubre del año 1538, el Papa Pablo III elevó a la categoría de Universidad el Estudio General Santo Tomás de Aquino que regenteaban los religiosos dominicos del Real Convento de La Española, bautizándolo con el nombre de Universidad de Santo Domingo (Universitas Santo Dominici). Se trataba del primer establecimiento de educación superior fundado en el Nuevo Mundo. Le siguieron las Universidades de San Marcos de Lima y de México, fundadas ambas en el año 1551, la primera por Real Cédula del Emperador Carlos V y confirmada por Su Santidad Pío V en Roma el 25 de julio de 1571. En tanto que la segunda, la de México, lo fue por Cédula Real del Príncipe Felipe fechada en Toro, España, el 21 de septiembre de 1551 y confirmada por Su Santidad el Papa Clemente VI. Esas fundaciones de universidades se llevaron a cabo cuando en Europa apenas existían 16 Casas de Altos Estudios y ninguna en lo que hoy constituye el territorio de los Estados Unidos. Vale la pena apuntar que en la época en que fue fundada la célebre Universidad de Harvard, a principios del siglo XVII, la América española ya contaba con más de un decena de universidades que llegaron a más de una treintena a principios de las guerras de independencias.
La Bula fundacional de la Universidad de Santo Domingo fue muy discutida. Historiadores peruanos, mexicanos y unos que otros dominicanos, en ocasiones, negaron su autenticidad poniendo en tela de juicio su valor jurídico. No fue hasta principio del decenio de 1950 cuando dicho conflicto vino a solucionarse gracias a los trabajos de investigación llevados a cabo por de los catedráticos españoles de la Universidad de Salamanca Vicente Beltrán de Heredia y Agueda María Rodríguez; también, del historiador y diplomático dominicano César Herrera. El primero encontró en el Archivo Vaticano, en el Inventario de Bulas Perpetuas de Pablo III, la partida o registro correspondiente a la Bula In Apostolatus Culmine y la suplicatoria (solicitud) de los dominicos del Real Convento de Santo Domingo para obtener la Bula erectora que eleva a la categoría de Universidad su Estudio General, prueba irrefutable de que la misma había sido aprobada y despachada por Su Santidad el Papa Pablo III. La segunda, nos referimos a Sor Agueda, escribió una extensa y bien documentada historia de las universidades latinoamericanas durante el período colonial. En tanto que César Herrera localizó en el Archivo General de Indias la copia legalizada más antigua de la referida Bula “con su sello de plomo pendiente de sus hilos de seda cadarzo y amarillo con ciertas firmas”. Encontrada la solicitud y registro de la aprobación y despacho de la Bula In Apostolatus Culmine, disponiéndose ya de un antecedente y un consiguiente irrebatible acerca de la historicidad y autenticidad del documento erector de la Pontificia y Real Universidad de Santo Domingo, quedaba fuera de toda discusión la primacía fundacional de la misma. Esto sin tomar el hecho histórico e irrefutable de una universidad como la de Santo Domingo dedicada durante siglos a la formación de juventudes y a la expedición de títulos reconocidos tanto en América como en Europa. En lo que es hoy territorio de la República Dominicana, se construyó la primera ciudad del Nuevo Mundo, como también se establecieron las primeras escuelas, la primera real audiencia, se erigió la primera catedral y se celebró la primera misa. Por todo ello, los dominicanos debemos sentirnos más que orgullosos de serlo.