5 de octubre de 1867:

5 de octubre de 1867:<BR>

La electricidad y el alumbrado público llegaron a la ciudad de Santo Domingo, el 27 de febrero de 1896, durante el régimen del dictador Heureaux. Desde ese momento los dominicanos comenzaron a disfrutar del servicio de la energía eléctrica, tanto para uso domestico, comercial, como para el alumbrado de las principales vías.

En ese entonces la ciudad capital no alcanzaba los 30 mil habitantes, incluyendo pequeños poblados aledaños, con San Carlos y Pajarito, hoy Villa Duarte. El perímetro urbano propiamente dicho estaba reducido a lo que se conoce en nuestros días como la ciudad colonial y parte de la zona conocida como Ciudad Nueva, que recién comenzaba en esos años a ser urbanizada. En total la ciudad no reunía treinta calles.

La llegada de tan importante servicio público, como todos los “logros” del régimen de Heureaux, fue posible gracias a un préstamo que contrajo el Estado con varios agiotistas que permitió solventar la instalación de la primera planta eléctrica, mediante contrato con la empresa norteamericana: “The Edison Spanish Colonial Light Co.”.  El costo del montaje de esa planta, que sólo ofrecía servicio a una reducida zona de la entonces muy pequeña ciudad capital, ascendió a 24 mil dólares, suma grandiosa para la época.

Esa planta, según los datos que ofrece Mañón Arredondo en su ensayo ya citado, aportaría energía para 50 lámparas de Arco de 120 bujías; 320 lámparas incandescentes de 25 bujías y 300 lámparas de 16 bujías cada una. Las dos primeras se utilizarían para alumbrar algunas vías y la última para el servicio domestico, dependencias del gobierno y para el comercio. El combustible que usaba dicha planta en principio, era carbón de piedra y consumía doce toneladas y media todos los meses.

El día que fue inaugurado el servicio eléctrico en Santo Domingo, fue de regocijo general. La ciudad adquirió durante esa noche (27 de febrero de 1896) un carácter festivo carnavalesco con el fondo alegre de varias bandas musicales populares y la municipal, y el momento en que se inició el “advenimiento de la luz” fue saludado por varios cañonazos disparados desde la fortaleza Ozama.

La alegría sin embargo duró pocos días. Comenzaron a ensombrecerla las altas sumas que cobraba la compañía por el servicio, luego la imposición de nuevos impuestos para cubrir el préstamo que permitió su instalación, acto casi seguido ocurrió la renuncia del Ayuntamiento de la ciudad a la administración de la planta, y finalmente, el primer eslabón de lo que parece ser una cadena interminable, pues aún al momento de escribir este artículo continúa presente el apagón.

Una crónica del periódico  Listín Diario del 6 de octubre de 1897, señala en esa dirección:

“Comenzaron los apagones. Anoche (la ciudad) estuvo a oscuras, y según parece, se debe a que están limpiando las calderas de la Planta Eléctrica. De manera que es seguro que estaremos dos o tres días sin luz”

“Siguen los apagones en la ciudad capital a consecuencia de la interrupción del alumbrado eléctrico. La ciudad quedó a oscuras anoche después de las 9:20. A consecuencia, la retreta del Parque Colón quedó en tinieblas. Se dice que hoy en la noche quedará resuelto el asunto”.

Sin embargo los apagones continuaron multiplicándose día tras día poniendo en entredicho la llegada de la “modernidad”.

La angustia de los apagones condujo en 1911 al Presidente de la República, Ramón Cáceres, a instalar en su residencia un sistema de alumbrado a base de acetileno. La primera planta eléctrica instalada en la capital –cuya población a pesar de pagar el servicio vivía permanentemente padeciendo de apagones,- duró poco tiempo en servicio, pues se fundió y tuvo que ser sustituida. Pero a pesar de la mala experiencia capitalina la cuestión del alumbrado público se convirtió en una demanda febril de todas las poblaciones del país.

Los ayuntamientos de algunos pueblos asimilaron la experiencia de Santo Domingo, y siguiendo el ejemplo del Presidente Cáceres en lugar de sistemas eléctricos instalaron el alumbrado de sus vías por medio de otras fuentes de energía. Tal fue el caso de Salcedo, cuyo ayuntamiento instaló también un aparato de gas acetileno para iluminar las reuniones nocturnas en su local, el parque y dos o tres calles aledañas.

Sin embargo la fiebre por la energía eléctrica siguió impasible su curso, y el país conoció de una lluvia de aventureros norteamericanos y europeos que constantemente visitaban el país ofreciendo al gobierno y los principales ayuntamientos contratos “altamente beneficiosos” para alumbrar los pueblos. Cada uno de estos visitantes tenía su contraparte dominicana. Otras veces fueron nacionales los que se interesaron por impulsar el camino de la “modernidad eléctrica” para poblados y ciudades y con tal propósito obtuvieron contratos de los cabildos para instalar tales servicios.

Arthur Washington Lithgow fue uno de varios nativos “geniales” que comenzaron a incursionar en el negocio de la electricidad. En noviembre de 1911 consiguió un contrató que le permitía instalar una planta eléctrica mediante la fuerza hidráulica utilizando las aguas del Río Yaque, en un lugar denominado Angostura. Lithgow traspasó sus derechos a un norteamericano residente en Boston, que visitó varias veces nuestro país con fines de hacer negocios, John Joseph Moore, pero el proyecto fracaso.

Dos años después, en 1913, ese mismo Moore, ahora socio de Lithgow, consiguió dos contratos con los ayuntamientos de La Vega y Moca, refrendados por el Poder Ejecutivo, para la instalación de una planta que ofrecería servicios de electricidad en ambos pueblos. También allí el funcionamiento de esa planta fue muy deficiente. El año siguiente el ya conocido señor Lithgow encendió las calderas de una planta que llevó la luz eléctrica por primera vez a Puerto Plata.

En diciembre 15 de 1915 tocó a las autoridades municipales de Santiago ofrecer el servicio de energía eléctrica a su población. Para su inauguración fueron organizadas fiestas que, por su esplendor, se convirtieron en regionales, y se organizó un reinado donde se eligió a Jeanne Bogaert, como  “reina de la luz y el agua”.

Ese día todo el pueblo fue convocado a participar al acto inaugural por el Ayuntamiento que ofreció para la “alta sociedad” un banquete en sus salones, y para la “gente común” fiestas con música bailable en parques y enramadas, con bebidas que ofrecieron dos grandes casas licoreras, con el trasfondo de un espectáculo de fuegos artificiales.

Dos horas después de iniciado el concurrido acto de inauguración, precisamente cuando todo era alegría y el público congregado en el parque principal disfrutaba de la música y el baile iniciando un alucinante vuelo hacía la festiva embriaguez y los enamorados aprovechaban bailando apretaditos, mientras los cohetes chinos realizaban en el cielo bellísimos trazados luminosos de todos los colores, la planta eléctrica colapsó y la oscuridad y las maldiciones pusieron fin a la pomposa actividad inaugural.

En síntesis

Una crónica del siglo diecinueve
“Comenzaron los apagones. Anoche la ciudad estuvo a oscuras, y según parece se debe a que están limpiando las calderas de la planta eléctrica. De manera que es seguro que estaremos dos o tres días sin luz”. (Este texto fue tomado del Listín Diario del 6 de octubre de 1897).

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