50 años en el arte y 15 obras impresionantes

50 años en el arte y 15 obras impresionantes

Las investigaciones de Ángel Haché, artista polifacético, son un campo permanente de estudio y experimentación que se renuevan en cada exposición personal, en cada pieza de teatro, en cada  participación cultural, donde él despliega su talento, con la misma seriedad inquebrantable.

Además, su producción más reciente, lejos de borrar el trabajo de antaño, mantiene una singular coherencia y se  articula con obras anteriores: las de hoy no solamente conservan lo adquirido, sino lo enriquecen notablemente.

Es así como, mirando los impecables lienzos de “Figuras de cartón”, en el Salón de la Rotonda de la Galería Nacional de Bellas Artes, recibimos una impresión muy fuerte, ante esa simbiosis de realidades, ese compromiso plural, esa pintura de índole ontológica,  que luego significa –¡toda pintura es signo!– un reencuentro con un poema del propio Ángel Haché, compuesto en el 1965.

Asunto de escrituras. Hace ya muchísimo tiempo que la literatura y las artes visuales andan hermanadas, que las categorías tradicionales han estallado, se han mezclado, se han  interpenetrado. La exposición pertenece a esa corriente con tantas variaciones estilísticas. No nos podemos sorprender, ya que, en una versión contundente y ejemplar de interacción creadora, el autor de la obra literaria y de la obra plástica es el mismo: Ángel Haché. Directamente inspirado y motivado por un poema que él escribió durante la contienda nacionalista, casi medio siglo atrás, surgió un conjunto de quince telas.

La escritura poética gestó aquí el discurso plástico. Recordando versos que transmiten la muerte de héroes anónimos y la fragilidad de los justos, el drama de la conciencia y el renacer de la esperanza, desde aquellas palabras estremecidas la conmoción anímica del artista –jamás borrada– liberó magistralmente las energías pictóricas. Entonces, el dos-veces-creador supo comunicar, resucitar, exaltar aun los mensajes del texto, mediante imágenes insólitas, punzantes y desgarradoras,  punzadas y desgarradas.

Permaneciendo en el territorio de la poesía, consideramos esta colección muy especial, como máxima expresión de la metáfora y triunfo de dos lenguajes fundidos. Fuente de lecturas inconclusas… porque no acabamos de contemplarlas, porque  no nos cansamos de mirar  la sublimación de sus hazañas, productos del talento y de la memoria. Ángel Haché conserva su identidad artística, pero le comunica dimensiones múltiples. ¡Además,  él celebra sus cincuenta años en el arte!

La exposición. Desde el primero hasta el último de los cuadros, expuestos ordenadamente en la Rotonda, los valores espirituales instrumentan el dibujo meticuloso de siempre, y armonías cromáticas, refinadas y precisas en un espacio preferentemente abierto y/o enmarcado, vibran y se tratan como un componente esencial del conjunto. Aquí, el dibujante maneja, con acierto y cautela, los pigmentos pictóricos y los incorpora, sutil y eficazmente, en su incomparable oficio de anatomista en blanco y negro.

Maestro en el desnudo masculino y femenino, presenta a sus criaturas casi siempre hieráticas, como símbolos de la condición humana, pura y descubierta, desde la primera imagen y los primeros versos. Cabe señalar que cada obra lleva como título los versos que trasciende en trazos, pinceladas y encolados.

Esas cualidades de “virtuoso”, hoy tan escasas, sobresalen en un léxico figurativo, realista y onírico, que no llega precisamente al surrealismo, más bien que impregna de simbolismo a unas visiones trascendentales, las cuales pueden ser espeluznantes, despellejadas e infundir terror.

Cual sea el soporte de la obra de Ángel Haché –a menudo él usa papel, ahora tela y cartón– una plasticidad poderosa transmite los conceptos, las evocaciones y los sentimientos, cuando no los enfatiza dramáticamente, aquejados de “toses rojas” y alimentados de “asco”, cuadro terrible y ofrenda al sufrimiento extremo e invasor.

La intertextualidad del oficio y de la intelectualidad se manifiesta: una combinación de introspección, estudio, experiencia, instrumenta esta obra comprometida, emocional e ideológica, alcanzando una trascendencia que corresponde a su discurso de perfecta legibilidad, realzado en cada imagen por un marco interior.

Son, en nuestra opinión, la mejor secuencia antropomórfica y las mejores obras en su individualidad, de la fisionomía a la expresión gráfica, que Ángel Haché ha hecho en su carrera de artista visual.

El mensaje. La memoria, a la cual nos referimos, naturalmente entra en juego y podríamos reconstituir la Historia y los sacrificios de la lucha constitucionalista, plasmada alegóricamente y en sus “correspondencias” visuales, que no desperdician el detalle, ¡fuera ese cruel y angustiante! Ángel Haché no forma parte de la legión de los pintores reiterativos o simultáneos que se repiten incansablemente, ni tampoco de aquellos formulando varias personalidades estilísticas, compositivas y temáticas.

Él construye, dentro de esa memoria de la guerra, su mitología, muy personal, “inédita’, que luego pasa a conformar una memoria y una mitología colectivas. Nos referimos ahora a la percepción de los espectadores,  espontáneamente participantes, cuando no perturbados, pues la violencia advierte, acecha, ronda, insinúa, golpea sin compasión. Se nos obliga a tomar conciencia, al llevar la realidad más allá de la realidad, ¡misión de la obra de arte!

“Afirmarse como director teatral requiere a la vez reinventar un texto y proyectarlo a plenitud, transformar a los actores en personajes, superponer la ficción dramática y la creación de un mundo”, así habíamos presentado a Ángel Haché, teatrista ejemplar y exigente. Cabría decir casi lo mismo del artista de “Figuras de cartón”: aquí, al reafirmarse como pintor y dibujante, él reinventa un texto suyo, lo proyecta a plenitud, transforma las palabras en personajes, superpone la ficción poética y la creación de un mundo visual.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas