60-2=58 PRIMAVERAS

60-2=58 PRIMAVERAS<BR>

8 DE SEPTIEMBRE
 
Hoy, este día fue una copa plena,
hoy, este día fue la inmensa ola,
hoy, fue toda la tierra.
 
Hoy el mar tempestuoso
nos levantó en un beso tan alto que temblamos
a la luz de un relámpago
y, atados, descendimos
a sumergirnos sin desenlazarnos.
 
Hoy nuestros cuerpos se hicieron extensos,
crecieron hasta el límite del mundo
y rodaron fundiéndose
en una sola gota
de cera o meteoro.
 
Entre tú y yo se abrió una nueva puerta
y alguien, sin rostro aún,
allí nos esperaba.
Pablo Neruda, Los Versos del Capitán

Tenía como 15 años cuando descubrí ese poema de Neruda. Había comprado el libro Los Versos del Capitán. Cada noche devoraba un poema. Cuando llegué al poema titulado “8 de septiembre”, mi corazón dio un vuelco. Mi poeta había escrito un poema con el título de mi onomástico. ¡Qué hermosa coincidencia del destino! ¡Mi poeta amado me había dedicado,  sin saberlo, un poema!

Hace una semana que cumplí mis 58 primaveras.  Lo esperaba con ansias, pues deseo con desesperación llegar a los 60, que es el momento justo en que la tradición china inicia el homenaje a la longevidad. Según la filosofía taoísta, lo importante no es haber nacido, sino haber vivido.  Nadie nos preguntó si queríamos nacer; pero todos decidimos seguir viviendo todos y cada uno de los días de nuestras vidas.  Pero para verdaderamente vivir, necesitamos hacerlo con dignidad.

Me siento feliz y orgullosa de haber podido alcanzar mis 58 años.  Mi madre tenía esa edad cuando terminé mi carrera universitaria; y había decidido tomar las riendas de mi vida. Entonces la veía como una persona muy mayor; ahora me doy cuenta que era sólo una mujer de mediana edad en la plenitud de su existencia.

He disfrutado cada etapa de mi vida. Al llegar a los 40 organicé una fiesta con mi multitudinaria familia y algunos amigos.  Una década después celebré la llegada de mis 5 décadas con una misa: quería dar gracias a Dios por el regalo de la vida, por mis alegrías y penas, por mis momentos de salud y los de enfermedad. Estuvieron presentes, por supuesto, los amigos y la familia. Bauticé el acto como “El segundo vuelo”, pues haber llegado a esa edad era un renovado impulso para proseguir.

Llegué a mis 58 años, sólo me quedan dos años para alcanzar el derecho de hacer mi primer homenaje a la longevidad. Mientras espero, preparo con detenimiento mi fiesta. Deseo hacer una celebración sincera de la vida. Celebrar junto a los míos, a los que amo y a los que me importan.

Una amiga me dijo que no entendía por qué pregonaba mi edad a los cuatro vientos. Ya lo he dicho, ya lo he escrito. Cumplir años es una bendición y envejecer es el mejor regalo. Ninguno de nosotros sabe hasta cuándo estaremos en la tierra; algunos parten jóvenes, como mi querido sobrino Julio César, otros lo hacen más tarde;  los menos tienen la oportunidad de vivir hasta el cansancio, hasta que respirar se convierte en una hazaña.  No lo sabemos, sólo estamos aquí, y tratamos que en el tránsito cotidiano de la ardua y hermosa tarea de vivir, celebremos con alegría el simple hecho disfrutar del viento, de la lluvia, del sol, del amanecer, del atardecer, del mar, del horizonte, de la flor que se abre, del árbol que nos regala sus frutos.

Y por esto, a pesar de los tropiezos de toda índole en el largo trayecto transitado en mis 58 años de existencia, he decidido celebrar cada latido de mi corazón, cada rayo de luz  del que soy testigo, los abrazos gratuitos de los que amo; las palabras sinceras de quienes me quieren por lo que soy, no por lo que pueda representar.

La negación de la edad y de envejecer es propio de la cultura occidental. Como afirma el  Tao del Amor y la juventud, en Occidente se practica el culto a la eterna (¿?) juventud. Todos, ellos, ellas, quieren verse jóvenes, privilegiando la supuesta juventud sobre la vejez, porque asimilan a la vejez como enfermedad, como dolor y ausencia de calidad de vida.

El Tao nos ayuda a entender el verdadero secreto de la  juventud, de continuar con una apariencia saludable y agradable para los demás. Como decía Pao Pu, maestro taoísta del siglo IV: que la mejor medicina para la vida eterna era creer en el amor y amar sin condiciones.

No puedo negar que he vivido 58 primaveras, que por mi cuerpo han transcurrido 20,996 amaneceres y atardeceres; que mi pelo es blanco y que mi cuerpo ya tiene las huellas y secuelas de la resequedad de la piel. No puedo negar que tengo 40 años vinculada a la docencia; que de mis alumnos, jóvenes y niños de ayer, hay muchos que son adultos con vidas hechas. No puedo negar que nací en la mitad de otro siglo; y que soy dichosa de estar todavía en esta tierra en el inicio de la segunda década del siglo XXI.

Porque vivir es una aventura que descubrimos, que nos sorprende, que nos agota, que nos alegra, que nos deleita, que nos hace sufrir, que nos hace reír y llorar.  No hay razón para avergonzarse del premio de haber sumado días a nuestras existencias.

He decidido, desde hace un tiempo, asumir mis días con alegría infinita y esperanza renovada; aunque llueva, truene o tiemble la tierra. Soy hoy el resultado de mis decisiones de ayer. No me arrepiento de ninguna de ellas, incluso de las que tomé el camino equivocado pues aprendí que el verdadero y más importante valor del ser humano está en levantarse después de las caídas.

Soy una mujer adulta que ha llegado a sus 58 años, que  piensa que cuenta todavía con el espíritu de un joven, pero que se sabe poseedora de múltiples achaques de una mujer de mediana edad, pero que a pesar de las lágrimas, nunca ha dejado de soñar con las utopías.

La enfermedad de la vejez se desarrolla durante la juventud; las dificultades de los años de decadencia se crean durante los primeros años. Por ello, todas las personas deberían estar muy atentas cuando se hallan en pleno florecimiento. Huanchu Daoren, Retorno a los Orígenes.

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@MuKienAdriana

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