UBI RIVAS
Este jueves ocho de mayo, se cumplen 60 años de la proclamación del Estado de Israel, auspiciado por el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, y con la aprobación mayoritaria de las Naciones Unidas que entonces tenían su sede en Lake Success, suburbio de Nueva York.

Las Naciones Unidas votaron la participación de Palestina en dos estados, uno hebreo y otro árabe, aceptando los primeros y rechazando los segundos, gravísimo error de éstos, pues las rebatiñas han resultado en cinco guerras, 1948, 1956, 1967, 1973 y 1982 (Paz en Galilea).

En todas esas guerras y en las que pudiesen advenir, los árabes llevarán las de perder, siendo más numerosos, rodeando virtualmente a Israel con Siria, Jordania, Líbano y Egipto, porque el Estado judío dispone del apoyo irrestricto, por una cuestión de elemental estrategia, del imperio.

La cuestión, como se percibe, solo tiene una solución y es en primer lugar sepultar los agravios que se remontan a cuatro mil años, pero sobre todo, los producidos entre ambos hermanos de padre desde 1948; y en segundo término sentarse a negociar en base a la original participación conforme al espíritu de la resolución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) del 29-11-1947.

El Estado de Israel no crear en cada ocasión que se percibe una posibilidad de concertar la paz, un obstáculo nuevo, adjudicarse Jerusalén que era parte del territorio de Jordania y expropiado por el Estado judío en la guerra de 1967.

Edificar un indignante muro, como lo son de aberrantes todos y, por último, desconfiar de una propuesta de paz de Hamás, radical grupo jefeado por Ismail Haniyeh, de seis meses con la condición de que el Tzahal (Ejército) se retire de Cisjordania y Gaza, territorios de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), crisálida del inexorable Estado palestino sin el cual no habrá paz nunca en el área.

Aprovechar la coyuntura ahora, sin más añazagas y firmar la paz, como al final tendrá que formalizarse.