60 años después

60 años después

Carmen Imbert Brugal

Ese día el entusiasmo fue desbordante. La ciudadanía acudió presurosa a los centros de votación. Mujeres y hombres, jóvenes y viejos, madrugaron para disfrutar el ejercicio de un derecho conculcado durante tres décadas.

Rústicas casetas, con puertas de papel, preservaban el secreto del voto. Las mesas electorales estaban presididas e integradas por munícipes distinguidos, dispuestos a garantizar el novedoso ejercicio del sufragio.

La apuesta fue inusitada, atrevida, comenzó con la promulgación de la Ley Electoral 5884, el 3 de mayo de 1962, redactada con asistencia de técnicos de la OEA. Pautaba los requisitos para la celebración de las primeras elecciones después del tiranicidio.

El rescate del derecho a elegir y ser elegible fue deslumbrante. Los partidos políticos “brotaban como hongos”, apunta Piero Gleijeses en “La Crisis Dominicana”, pero la competencia estaba centrada entre el Partido Revolucionario Dominicano -PRD-y Unión Cívica Nacional -UCN-. El primero, con un candidato fundador del partido curtido en el exilio, que con “simple y poderosa elocuencia” logró seducir a la mayoría. El segundo, el partido de “la gente de primera, que no sabría gobernar”, con el liderazgo de un digno representante de la resistencia a la tiranía.

En la medida que se fortalecía la posibilidad de triunfo del PRD, la preocupación aumentaba. Imaginaron a Juan Bosch como gestor de una revolución similar a la cubana que había estremecido la región en el 1959. Todo estaba permitido para desacreditarlo. El clero y los dirigentes más pugnaces de UCN, repetían: “los comunistas y trujillistas están unidos en el partido de los demagogos”.

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Incesante el trabajo de las elites, de la jerarquía católica, de la prensa, de Washington. Cualquier intento era útil para confundir. Imposible desperdiciar oportunidades para incidir en un proceso electoral, sorprendente para cualquier analista nacional o extranjero.

A través de Radio Santa María se solicitaba no votar por el candidato del PRD. Un artículo de la autoría del sacerdote jesuita Laútico García fue detonante- -Juan Bosch: ¿marxista-leninista? -. En un lance temerario que resultó certero, el aludido retó al autor a debatir, para demostrarle la catadura de su pensamiento. Faltando tres días para la celebración de las elecciones se produjo el histórico duelo. Combate de titanes que favoreció al difamado. El 22 de diciembre, el proceso develaría el resultado de una campaña feroz. Enfrentaría el temor al látigo vengador de Viriato Fiallo contra los protagonistas de la barbarie trujillista, a la propuesta del candidato que prometía transformar el país y desterrar el odio.

El PRD recibió un respaldo irrebatible. El triunfo no importó el 25 de septiembre del año siguiente. Los golpistas decidieron que la voluntad popular era una casualidad y desconocieron el 59% de más de un millón de votos válidos depositados en las urnas.

Después de SESENTA años la ocurrencia puede lucir baladí, sin embargo, es un hecho trascendente, referente obligado para comprender los entresijos de la historia dominicana. Insoslayable la mención del acontecimiento electoral, a pesar de la cotidianidad de violencia, yerros y titubeos, del lamentable elogio colectivo a la muerte que permite evocar la tenebrosa proclama del franquismo.

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