7 días de cine
El Código, la Iglesia, las vacaciones y el Diablo

7 días de cine <BR><STRONG>El Código, la Iglesia, las vacaciones y el Diablo</STRONG>

La iglesia como inquisidora fílmica
Cuando éramos pequeños, Carroll Baker, convertida en “Baby doll”, la muñeca de carne, nos miraba, en camisón, con rostro entre ingenuo y perverso, chupándose el dedo, desde el provocativo afiche colocado a la entrada del Teatro Leonor, allá en la Arzobispo Nouel. Nuestra pasión por el cine era inmensa, pero aquella película era una especie de fruto prohibido. No sólo no podíamos verla nosotros sino, además, nuestros mayores.

La iglesia había pedido nada menos que la excomunión para cualquier católico que se atreviera a verla. Aquel filme, escrito por Tennesse Williams y dirigido por Elia Kazan, parecía ser obra del mismísimo Lucifer.

Clasificar a “Baby Doll” como “gravemente peligrosa” no hacía sino aumentar el morbo de las audiencias.

La iglesia había convertido en un éxito de masas algo que, de otra manera, sólo hubiera sido un filme de minorías estudiosas del cine como arte.

La situación se ha repetido montones de veces y nunca jamás ha tenido la mínima justificación.

Los curas suelen arremeter contra los grandes autores como Visconti, Kazan, Pasolini, Bertolucci, Russell, Goddard, Scorsese , Gilliam, Kubrick, Buñuel y otros. Pocas veces han lanzado sus dardos contra las mediocridades y los adefesios. Los que opinen lo contrario que nos lo demuestren con pruebas.

Cuando un marxista confeso como Pasolini realizó un filme dedicado a Juan XXIII al estilo de “El evangelio según Mateo”, todos los elogios fueron pocos. Sin embargo, al realizar el gracioso “sketch” de “Rogopag” titulado “El requesón”, el filme fue llevado a los tribunales para prohibirse por irreverente.

En “El requesón” Pasolini nos contaba que un director (Orson Welles) estaba filmando una película sobre la Pasión y que el actor que caracterizaba a Cristo moría de indigestión en la cruz por haber comido demasiado requesón.

Hoy eso nos luce una broma simpática y nada como para rasgarse las vestiduras.

Sin embargo, la iglesia insistió e insistió y el filme fue sacado de circulación durante muchos años.

Con “Los demonios”, de Ken Russell, sucedió algo similar. No era la primera vez que se llevaba a las pantallas la historia que tan magistralmente había plasmado Aldous Huxley en su obra “Los demonios de Loudun”.

Una película polaca titulada “Sor Juana de los Ángeles” ya nos contaba este hecho de monjas histéricas, aparentemente posesas, que habían sido condenadas a la hoguera.

Vanesa Redgrave y Oliver Reed protagonizaban un filme delirante e imaginativo que, dadas las presiones de nuestro brillante clero, fue prohibido durante años hasta que conseguimos una autorización para proyectarlo en el Cinema Lumiere.

Buñuel siempre estuvo pregonando su anticlericalismo, pero los ánimos no se desbordaron hasta que “Viridiana” consiguió el gran premio del festival de Cannes.

Prohibida en la España franquista, se intentó destruir todos sus negativos porque, según los Torquemadas de entonces, aquello era una blasfemia que parodiaba incluso a la Última Cena, colocando en el lugar de Jesucristo a un mendigo borracho acompañado de otros tantos que hacían las veces de los discípulos.

Buñuel siguió burlándose de los curas en su filmografía y murió siendo “ateo por la gracia de Dios”.

Hoy, “Viridiana” es uno de los grandes clásicos del cine y figura en muchas listas de las mejores películas de todos los tiempos.

Ni que decir que otras películas suyas como “Simón del desierto” también hicieron patalear a los curas. Sin embargo, su “Nazarín” había obtenido el premio de la Oficina Católica del Cine. No hay quien entienda.

Nunca olvidaremos la tarde en la que fuimos a un cine de Madrid para ver la cinta de Jean Luc Goddard   “Dios te salve, María”. Allí, a la entrada, en plena calle, un corro de beatos y beatas rezaban el rosario llamando apóstatas, vagabundos, blasfemos y herejes a todos los que compraban su boleta para ver la película de un autor tan admirable y serio como el de “A bout de soufflé”. Sin podernos contener empezamos a discutir con aquel enjambre de estúpidos que se creían mártires del Cristianismo.

Por supuesto que ninguno de ellos había visto la película, porque no iban a cometer ese terrible pecado mortal.

Juzgar sí que podían juzgarla, pero verla, jamás.

Este filme se aprovechó de una publicidad inusitada y fue visto por miles de personas que, en otras ocasiones, no hubieran pagado un peso por presenciar una cinta del insólito director galo.

Poseemos dos cartas que nos enviara Martin Scorsese la vez en la que nos decidimos a recopilar todos los artículos que se habían escrito en República Dominicana sobre “La última tentación de Cristo”. Aquella cinta, prohibida sin autoridad ninguna, burlándose de los derechos de los ciudadanos, por presiones de la Iglesia Católica, se basaba en una novela de Nikos Kazantzakis que leímos durante nuestra adolescencia en la España franquista, donde circulaba en una edición argentina en los tiempos del aperturismo, de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II.

La novela nos impresionó de tal manera que devoramos a continuación cada libro de ese autor que caía en nuestras manos, desde “Cristo de nuevo crucificado” hasta “Libertad o muerte”, pasando por “Carta al Greco” y “Alexis, el griego”.

Durante mucho tiempo, Scorsese, que la había leído gracias a los consejos de Barbara Hershey, acarició la idea de rodarla y, cuando finalmente lo hizo, se convirtió en “piedra de escándalo” como lo fuera el “Último tango en París”, de Bernardo Bertolucci o “Saló, los 120 días de Sodoma”, de Pier Paolo Pasolini.

Dados los adelantos de la técnica, con los VHS en el mercado, los curas se anotaron una victoria pírrica y demostraron su estrechez mental.

El filme no iba a quitar la fe a un creyente. Muy por el contrario, la consolidaría ya que Kazantzakis nos hablaba, precisamente de una última tentación de la que Cristo salió victorioso.

Mucho más ofensivas nos han parecido siempre esas películas cursis y relamidas que nos muestran a un Jesucristo de estampita, al estilo “El mártir del calvario” y otras barbaridades por el estilo.

EL CÓDIGO DA VINCI

Título original: The Da Vinci code, Dir: Ron Howard, Int: Tom Hanks, Audrey Tautou, Jean Reno, Paul Bettany, Ian McKellen, Alfred Molina.

Con o sin Dan Brown, con código o sin código, el Opus Dei, para nosotros, es una institución que nos aterra. Creemos firmemente que le ha hecho más daño a la Iglesia católica que todas las ediciones juntas de la novela hoy convertida en película acerca de la posibilidad del descubrimiento de un terrible secreto relacionado con los cimientos del Cristianismo.

La canonización de Escrivá fue una auténtica piedra de escándalo y no fueron pocos los que, a partir de la misma, dejaron de creer en los santos de los altares.

“El Código Da Vinci”, por el contrario, resulta tan ingenua y disparatada que nadie con cierta preparación e inteligencia pudiera tomarla en serio.

Sus personajes son caricaturas y las tesis que plantea, aunque ingeniosas, no se sostienen con ningún análisis.

Los católicos no deberían, bajo ningún concepto, armar tanto alboroto frente a una trama que lo que busca, simplemente, es entretener al lector.

Y el libro entretiene e invita a investigaciones posteriores y a lecturas más selectas.

La película no nos ha causado el mismo efecto. Ron Howard la dirige en forma rutinaria, sin demasiada inspiración y como si se diera cuenta de que el material que maneja puede ser de enorme potencialidad comercial, pero nada más.

Tom Hanks encabeza el reparto con una desidia casi sospechosa. Aparte de sus cabellos implantados o desrizados no va a ninguna parte con su desvaída caracterización de Robert Langdom.

Audrey Tautou se ha quedado para siempre en “Amelie” y otros como Paul Bettany y Alfred Molina hacen sencillamente el ridículo con sus sobreactuaciones.

Jean Reno cumple con corrección un rol rutinario que debe saberse de memoria y la única excepción en cuanto a calidad histriónica la constituye un Ian Mckellen que se toma el asunto en broma, como debe ser.

Pese al tema, aparentemente polémico, tanto la novela como la película, prefieren un final acomodaticio donde se nos va a hablar de la necesidad de la fe por encima de las consideraciones históricas.

En el Vaticano pueden dormir tranquilos y en Hollywood también. Son muchos los millones que va a recaudar un filme que, a decir verdad, ni nos mortifica como un silicio ni nos apasiona lo más mínimo.

Calificación: 2 (Regular)

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