A la memoria de mi inolvidable amigo Luis Felipe Haza de Castillo, su sobrino. Luis Conrado del Castillo y Rodríguez Objío, murió joven, murió como en la antigüedad morían los amados de los místicos dioses: Así Héctor, así Patroclo, así Aquiles.
La tarde del 8 de noviembre del 1927 perdió la vida un campeón del civilismo. Un hombre que supo idealizar el nacionalismo, en forma clara y definida, porque él era de la misma contextura civilista de Francisco Gregorio Billini, Ullises Francisco Espaillat, Santiago Guzmán Espaillat y Eugenio Deschamps de Peña y Reinoso. Nació el ilustre dominicano en el 1888 y perdió la vida en el 1927, teniendo solamente treinta y nueve años de edad. Fue víctima de un accidente automovilístico, acaecido en el kilómetro siete y medio de la carretera Duarte, frente al paraje Galá. Iba él con su madre y dos niños, en el carro Chevrolet placa 506, manejado por Luis Castro. El trágico suceso ocurrió al pasar por entre dos camiones, estacionados en forma paralela y el conductor Castro embistió a uno de los dos camiones, que fatalmente estaba cargado de tubos y varillas.
Pero hace algunos años que uno de esos que han hecho de la charlatanería un oficio, que para ellos se convierte en profesión de fe. No sabemos con qué fines y propósitos, se permitió decir que fue Trujillo el que ordenó esa muerte. Falacia del que dijo eso, el cual embustero por herencia, tuvo al Jefe como su padre espiritual.
Para Luis C. del Castillo, la política no fue un medio utilitario. ¡No jamás! El no fue a la política a buscar canonjías, tampoco fue a ella en pos de sinecuras. Él fue a ese nobilísimo quehacer, para servirles a los demás. El fue soldado. Y como tal, la lealtad fue su divisa. Fue escritor. Y como tal, la pureza diamantina de su lenguaje corrió parejas, con la pureza acrisolada de su pensamiento y su pluma no se enlodó nunca, en los muladares de las injurias o de las almonedas mercantilizadas.
Fue legislador. Y como tal, tuvo en cada minuto, a toda hora, la meta suprema de arribar al mejor logro para la sociedad a la que se debía.
Como abogado, transitó senderos de moralidad, derrotero de absoluta seriedad y ejerció la abogacía como un verdadero apostolado. Él supo llevar al Foro, el ejercicio de la Caridad para los necesitados de defensa, sin que la ausencia del dinero, ni la condición paupérrima de sus defendidos, entibiaran sus ansias soberanas de prístina justicia. Él fue el defensor de un humilde hijo del pueblo, que se llamaba Gerardo Segura. Con la Constitución de la República como estandarte de lucha, le arrancó al patíbulo la vida de ese reo.
Luis C. del Castillo le arrancó con su defensa, a la muerte, la vida de Gerardo Segura. Ya dijimos algo del trágico accidente del día 8 de noviembre de 1927. Al otro día, o sea el 9 de noviembre, frente a la tumba que se cerró hablaron: Germán Soriano, Arturo Logroño, Noél Henríquez, Luis V. del Pino y el patriota haitiano Jolibois Filis, que recorrió a América clamando por la libertad de su patria, la hermana nación haitiana, ocupada por los civilizadores del Good Uncle Sam.