Buceo sin tanque: una actividad peligrosa

Buceo sin tanque: una actividad peligrosa

SAN JUAN. AP. Roberto Reyes se aferra de la boya anaranjada y respira profundo varias veces, mientras los rayos del sol alumbran el agua de mar a su alrededor sin llegar a las profundidades que él alcanzará en pocos momentos.

En la costa noroccidental de Puerto Rico, Reyes, de 50 años, está a punto de practicar el buceo sin tanque. Respira profundo una última vez antes de sumergirse, bajando y bajando hasta que se pierde de vista.

“Uno sabe que es muy peligroso”, comentó después. “Se convierte en una adicción”. La muerte reciente de un hombre estadounidense que realizaba el “buceo libre” en las Bahamas resalta la peligrosidad del deporte: unas 70 personas han muerto realizando esa práctica el año pasado, y el año anterior, la cifra fue de 50, según la asociación de buceo “Divers Alert Network”, con sede en Carolina del Norte.

Sin embargo, la actividad se está volviendo cada vez más popular a medida que más gente busca extremar los límites de su capacidad física. Los fanáticos del deporte dicen que les gusta por el impulso de adrenalina que reciben, al bajar a las profundidades marinas sin tanque de oxígeno, usando pesas o propulsándose con los brazos, tratando de ver cuánto tiempo resisten debajo del agua y lograr lo que para muchos es la parte más difícil: el regreso a la superficie.

Los competidores serios de esta disciplina incluso han marcado récords: llegando a los 182 metros (597 pies) de profundidad, o quedándose bajo el agua por casi 12 minutos.

“Es simplemente la mejor manera de retarse a sí mismo”, comenta Mark Healey, un surfista profesional de Hawai y reconocido practicante del buceo sin tanque. “Se siente magnífico, el sentimiento de superarse a sí mismo, de descubrir que uno es capaz de hacer cosas que antes no podía hacer”, añadió Healey en entrevista telefónica.

El buceo sin tanque es el sector de mayor crecimiento en la actividad de buceo, dice Grant Graves, ex presidente de la Asociación Apnea, en Estados Unidos, que supervisa la disciplina.

Hay distintas variedades. Por ejemplo, algunos aficionados se amarran pesas a fin de sumergirse más rápido bajo el agua. Graves dice que el atractivo de esta actividad, en parte, es que no se necesita mucho equipo y han abundado las clases en diversas regiones, como en el Caribe.

“Lo único que se necesita es la máscara, las aletas y el traje de buceo”, dijo Graves. “Es una actividad que ayuda a la gente a estar consciente de su cuerpo, de la capacidad de resistencia que cada uno tiene bajo el agua. … Incluso en el primer día o en el segundo día de entrenamiento, uno se da cuenta de que es capaz de hacer cosas que antes ni pensaba”.

Healey, que se ha sumergido 48 metros (156 pies), dijo que incluso uno de sus alumnos le ganó en resistencia bajo el agua. “Fue una chica que estaba justo al lado mío en la piscina, me superó por mucho”, expresó.

Aun así, es una actividad sumamente peligrosa. El físico Neal Pollock, director de investigaciones científicas del Diver’s Alert Network, dijo que la cifra real de muertes por esta práctica es probablemente muy superior a la reportada.

“Probablemente hay muchas muertes a causa del buceo libre que son registradas como simples ahogamientos”, declaró Pollock, quien practica la actividad de manera recreacional.

Algunos fallecimientos por el buceo libre han cobrado notoriedad, como por ejemplo el de Jay Moriarity, un surfista californiano, cuya odisea fue la inspiración de la película “Chasing Mavericks”; o el de Audrey Mestre, una francesa que batió varios récords y quien murió en la República Dominicana en el 2002 cuando trataba de subir tras haberse sumergido 171 metros (561 pies) bajo el agua, al habérsele estropeado un globo que quiso usar para agilizar su ascenso.

Reyes, el buzo en Puerto Rico y quien se entrenó con Mestre, dice que siempre toma precauciones, por ejemplo siempre ir acompañado y aumentar la profundidad sólo gradualmente.

En competencias formales, ha muerto sólo una persona en los últimos 20 años, según la agrupación “Association Internationale pour le Developpement de l’Apnee (AIDA)”, con sede en Suiza.

Esa muerte fue el neoyorquino Nicholas Mevoli. El 17 de noviembre, buceando en un lugar de las Bahamas, salió a la superficie pero tuvo problemas para respirar, perdió el conocimiento y falleció.

Las autoridades no han difundido los resultados de la autopsia, pero dijeron que las circunstancias indican ahogamiento. Fuentes de AIDA han declarado que el buzo, de 32 años de edad, probablemente sufrió atrofia pulmonar relacionada con su permanencia bajo el agua.

La asociación dice que investiga el accidente a fin de determinar cómo se pueden evitar esos trastornos. Alexey Molchanov, quien tiene el récord del buceo libre y cuya madre también posee siete récords relacionados con la actividad, opina que la asociación debería practicar exámenes médicos a los buzos, tanto antes como después del descenso.

“(Mevoli) se estaba empujando, y tenía heridas de descensos anteriores”, dijo Molchanov en una entrevista telefónica desde Rusia. “Ahora sabemos que hay gente que se empuja tanto que no le presta atención a sus problemas pulmonares”.

Cuando los buzos se sumergen, su ritmo cardíaco disminuye y sus pulmones se contraen, por lo cual muchas veces entran fluidos en ellos, relató Pollock. Es por eso que algunos buzos al salir del agua comienzan a escupir sangre.

Además, algunos buzos no calculan bien el tiempo que les tomará salir a la superficie. “Si uno se sumerge a una gran profundidad, es probable que no se entere de que está en problemas hasta que sea demasiado tarde”, expresó Pollock.

El cuerpo humano puede tolerar descensos bajo agua prolongados luego de un régimen de entrenamiento y mucha práctica, pero cada quien tiene su límite, dijo Pollock.

“El buceo libre es una ciencia pero también es un arte”, comentó. “No todos tienen la misma capacidad de resistencia”.

Reyes dijo que entrena a sus alumnos primero en una piscina, y que les da una golpecito de tanto en tanto para preguntarles si están bien, a lo que ellos deben hacer la señal del pulgar alzado.

Si uno no alza el pulgar, lo saca del agua inmediatamente. “Parece muy simple, pero es más que eso”, dijo Reyes. “Si uno lo hace, se convierte en una adicción, uno se siente tan bien que el cuerpo te pide que regreses al mar”.

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