El caso del himno, un ejemplo

El caso del himno, un ejemplo

El caso de las propuestas de modificación del himno nacional, aprobado por una Ley en 1934 y consagrado como “invariable y eterno” en la Constitución dominicana, como se ha publicado en varios medios, es un ejemplo, del desenfreno a que hemos llegado y de la inestabilidad que propicia a la sociedad.

Por más trujillista que haya sido el Congreso que lo aprobó en aquella fecha, ese himno es el reconocido canto a la patria que inspirada y generosamente compusieron José Reyes y Emilio Prud’Homme, con cuya música y letra se sintieron satisfechos no sólo ellos, sino todos los que posteriormente lo hemos cantado, oído y emocionado.

Viene a colación este ejemplo porque pone de relieve el hecho de que algunos que se consideran más inteligentes, patriotas, eruditos, clarividentes o portadores de la sabiduría del momento, quizás con la mejor voluntad y buena fe encuentran que lo anterior siempre hay que corregirlo o adaptarlo al momento presente o prever como debiera ser en el futuro. Este continuo “mejorar” a veces aún después de comprobada la eficacia o sin haber sido probado suficientemente lo que se encuentra mal, trae como resultado la queja que reiteradamente oímos de inversionistas extranjeros: “Se cambian constantemente las reglas de juego”, “no hay seguridad jurídica”, etc.

No han sido una, ni dos las veces que las correcciones o modificaciones se han vuelto, como un bumerán, contra los que las han propiciado. Por años, se insistió en separar las elecciones para evitar el arrastre, finalmente se logró consagrarlo, ahora casi todas las voces políticas se levantan para unificarlas en el mismo año, aunque separadas, como si dos meses de diferencia entre unas elecciones y las otras eliminaran el arrastre, definitivamente sabremos de las quejas. El problema de la reelección nos golpeó fuertemente duramente décadas, porque el Dr. Balaguer repetía y repetía.

Luego de muchos trabajos y acusaciones de fraude, se logró prohibirla. Este precepto constitucional duró tanto como la famosa “cucaracha en el gallinero”. Ahora se puede repetir por una vez en la vida, sin embargo, este criterio, que ha funcionado bien en países como los Estados Unidos de América, ya no es potable, se propone hacer una reelección inmediata y otra(s) más adelante.

Lo que ha sucedido con la división política del territorio nacional es un verdadero desorden cataclismático, horripilante. Al parecer ninguna área está conforme con su designación política: Los parajes quieren ser comunes, los comunes distritos municipales, los municipios quieren ser provincias y el distrito nacional ha sido convertido en un distrito nacional y dos provincias. En pocos años tendremos más provincias que estados tienen los EE. UU. A., porque ya tenemos más que la mayoría de los europeos y probablemente Japón. El derroche de dinero es monumental.

La Constitución de la república de 1963, escuchábamos, era la más avanzada; la del 1966 un “mamotreto” presidencialista; ahora tenemos una modificación que puede llamarse más una nueva Constitución. La modificación no ha sido para reponer la del 63, aunque ésa fue la del Presidente Bosch mentor del actual presidente constitucional, sino para convertirla en más presidencialista que la del 66, lo cual probablemente sea motivo de constricción cuando se pierda el poder.

Prolijo sería seguir con los ejemplos y contrastes, no es necesario. Las preguntas obligadas: ¿Son esas modificaciones inocuas o nos cuestan más de lo que aparentan? ¿Hasta cuándo el desenfreno y la inestabilidad?

Aprendamos a limitar las ansias de protagonismo, figureo o de acomodar los intereses a nuestro patrón. Los sajones podrían enseñarnos algo.

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