En yola.- Ya sabemos, por amarga experiencia, que el gobierno no puede obligar a los choferes –por algo los llaman los dueños del país– a bajar los precios de los pasajes en la misma proporción en que lo han hecho los precios de los combustibles, que tampoco puede hacer que bajen los precios de los alimentos, simple y sencillamente porque a los comerciantes y a los empresarios no les da la gana, y ni hablar del pan nuestro de cada día, de gran consumo entre nuestra población más pobre, al que jamás volveremos a ver por debajo de los cinco pesos la unidad pues nadie en el gobierno tiene ni la vocación ni la autoridad para obligar a los panaderos a ofertar al indefenso y sufrido consumidor un producto de mayor tamaño y mejor calidad.
Sume usted a eso el virtual estado de sitio al que nos tiene sometidos la delincuencia, que no nos da tregua ni de día ni de noche, la crisis eléctrica y su infernal secuela de apagones, y ahora el hecho insólito, abusivo e ilegal de que se nos prohíba, a pesar de ser dominicanos y estar en pleno uso de nuestros derechos constitucionales, botar el golpe a tantas calamidades en uno de los tantos paraísos conque la Madre Naturaleza ha premiado a esta media isla como lo es Samaná, cuyos exuberantes encantos, al parecer, solo pueden ser disfrutados por los turistas extranjeros que nos visitan, por obra y gracia de empresarios que han decidido –sin que ninguna autoridad se los impida– apropiarse de lo que siempre ha sido de todos y para el disfrute de todos.
Pase balance a todo eso y se sorprenderá preguntándose, aunque solo sea en sentido estrictamente metafórico, porqué usted también, al igual que tantos compatriotas suyos que se juegan la vida y los sueños de un futuro mejor en las traicioneras aguas del mar Caribe, no coge una yola y se larga de un país al que los políticos y sus socios están dejando en el cascarón.