El síndrome de Hybris en el PLD (1)

El síndrome de Hybris en el PLD (1)

A mediados del año 1997 yo pasaba frente al local del PLD y vi una alfombra roja que llegaba a la calle, viniendo de adentro del edificio. Me detuve y pregunté qué era aquello, y un guardián me dijo que habían llevado la alfombra hasta la calle para que el carro del Presidente se estacionara justamente allí, y él pudiera abrir la puerta y caminar sobre la alfombra hasta el salón donde se efectuaría esa noche una reunión del Comité Político. En esa época todavía todos eran pobres, pero yo comencé a presentir que el poder los había desfigurado de tal modo que estaban en un punto aparentemente sin retorno. Me vino a la mente la imagen de Agamenón, el príncipe de la mitología griega cuya perdición se debe a que Climtenestra lo hizo caer en Hybris, y corrí a mi biblioteca a escribir un artículo.

Mi artículo se llamó “Caer en Hybris” , se publicó en el Listín Diario y originó una pequeña discusión teórica entre mi viejo amigo Carlos Dore y yo. El mundo griego se caracterizaba por una perfecta concepción del equilibrio, cada quién tenía su parte cifrada en el destino (Por cierto, el destino era más inexorable que la muerte), y quien era culpable de querer más que la parte que le había sido asignada caía en Hybris y los dioses lo castigaban. Era una idea práctica de contener la desmesura, un retén del pensamiento mágico religioso contra la altanería jactanciosa y la megalomanía de quienes tenían el poder. Yo comencé a emplear el concepto para describir lo que veía venir, y fui bordando el énfasis exageradamente banal con que la retórica oficial se concebía a sí misma, hasta encontrarme con la alfombra roja desplegada hasta la calle, sobre la que caminaría el presidente de entonces, Leonel Fernández; vendido y consumido a través de su imagen como un atributo permanente de la perfección. Ese ser eufórico era transportado a las regiones de una humanidad superior, y constituía, él primero, la intoxicación de poder que caracteriza la patología de la Hybris que exhibe la práctica política del PLD.

En su expresión más simple, la Hybris se contrapone a la prudencia, el comedimiento, las limitaciones atinentes a la condición humana. Leonel Fernández cayó rápidamente en Hybris porque su obcecación rozaba con el endiosamiento. Si hay algo sobre lo que los griegos siempre advirtieron es el hecho de que la fortuna de los seres humanos cambia todos los días, y por ello no se puede aspirar hasta la dimensión de un Dios. Su impronta le granjeó una extraña fascinación, y podía aparecer como sabiéndolo todo, como si solo a él le podría ocurrir vivir como si se tratara de una ficción, sin revelar nada, y que no daba sino signos. Hablaba de “progreso”, de “modernidad”. De que “estarían en el poder más de cuarenta años”. Dio setenta y tres viajes al exterior representando a un país pobre, pero se hospedaba en hoteles de ricos codeándose con lo más granado de la élite mundial. Al despedirse del poder del Estado, visitó a varios Reyes de Europa para besarles las manos; y se gastó poco más de cuatro millones de dólares en ese periplo, pese al déficit de más de doscientos mil millones en que dejaba al país. ¡La pura desmesura! ¡La Hybris en acto!

En el sentido individual, la Hybris tipifica ese uso del poder que va más allá de sus posibilidades humanas (Leonel Fernández), pero como síndrome es un trastorno paranoide que se puede replicar como práctica hacia dentro de una comunidad que usufructúa las retículas del poder (PLD). El estado de Hybris de Leonel Fernández pagaba la cuota de aceptación con la permisibilidad de la corrupción generalizada. El síndrome de Hybris la justificaba. El mejor ejemplo es Danilo Medina quien actúa bajo el modelo de una personalidad concreta, y posee todos los elementos que tipifican el síndrome de Hybris. Es por eso que nada ha cambiado. A quienes creían que después de Leonel Fernández desaparecería el comportamiento de dioses de los gobernantes, que vean a un Danilo Medina convencido de lo imprescindible de su mesiánica presencia al frente de la conducción de los destinos del Estado, reproduciendo el síndrome de Hybris en el PLD, como veremos en el próximo artículo.

 

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