E l jueves pasado una tradición de origen estadounidense hizo gala reuniendo a sus familias para a una sola voz dar gracias a Dios por lo que hasta ese momento les habría permitido recibir y no recibir.
Dentro de las tradiciones que nos salpican como país transculturado es una de las más hermosas y que deberíamos copiar, partiendo del principio de que debemos escucharlo todo, verlo todo y retener lo, bueno, como expresa la Biblia.
No es necesario que para socialmente estar a la moda o ser aceptados, sigamos la corriente a todo tipo de celebración, pero sí es hermoso que sepamos discriminar las iniciativas positivas y las agregemos a las tradiciones familiares, como una vía sana de crecimiento familiar, que involucre el valor de la gratitud, en este caso a Dios.
Estar sanos, estar enfermos, pero haber recibido el diagnóstico menos agresivo, ser suplidos con los alimentos diarios que requiere nuestro organismo, tener la fortaleza para cuidar a quienes Dios nos ha puesto bajo responsabilidad, son más que razones suficientes para agradecer.
Agradecer por el aire que respiramos, por poder ver otro amanecer, por salir a trabajar y regresar a salvo a casa, por las sonrisas que damos y recibimos, por estar vivos, ver el amanecer, observar la mágica salida de la luna, son tantas cosas con las que otros soñarían poder tener la oportunidad de vivir y no pueden o no se les permite, que debemos estar no un día, sino a cada momento agradecidos por Dios, por el privilegio de ser testigos.
Agradecer es saludable, te hace sentir pleno, satisfecho, feliz; te hace sentir que eres parte importante de algo, de alguien. ¡Agradece!, vamos no lo pienses, solo sé agradecido.