El retrato según José Pelletier

El retrato según José Pelletier

 

En su definición tradicional, el retrato fija rasgos de la fisionomía e identifica el modelo, con mayor o menor complacencia y parecido. Aunque también se destaca en dibujos y esculturas, es la pintura que expresa generalmente un género secular –afectado, en auge y frecuencia, desde el surgimiento de la fotografía–.

Esta categoría pictórica no ha dejado de tener en Santo Domingo a exitosos representantes, afines al realismo. Ahora bien, no suele ser objeto de exposiciones y, sobre todo, elevar el retratismo hasta la contemporaneidad … como es el caso de José Pelletier y su impresionante muestra en Ossaye Casa del Arte.

José Pelletier, fundamentalmente pintor, es uno de los artistas dominicanos jóvenes más brillantes, y de los muy pocos comprometidos con la abstracción y un ímpetu efusivo en el tratamiento de la imagen. Muy recientemente, tres de sus obras sobresalieron en el concurso de arte de Inapa con la temática del agua, testimoniando así que una manifestación abstracta puede transmitir un mensaje vital, ecológico y social.

Luego, si extendemos la reflexión, la pintura, aun figurativa, es una producción intelectual, y, desde hace muchas décadas, tiene la completa libertad de atreverse a todo y de proponer, a su manera, un sujeto sacado de otra obra, cuestionarlo y replantearlo.

La figuración se ha vuelto tan audaz e independiente que puede ser una desfiguración, y colinda con la abstracción que a su vez puede ser sugerente del mundo exterior. Aquí está José Pelletier… Cuando lo descubrimos, notamos en su trabajo, “el lirismo gestual, contrastante y sustancioso”, era un principio.

La exposición. María del Carmen Ossaye y Ángel Ricardo Rivera presentan una secuencia de retratos de José Pelletier llamada “Rostros”, porque sencillamente lo son estas quince obras, de mediano formato, menos similares que emparentadas.

Si una minoría estremecedora se proyecta desde la oscuridad, sugiriendo ectoplasmas, y apariciones fantasmales, las demás –con cuello y/o inicios de busto– enarbolan una mutación y un parecido variables.

A partir de pinturas –en nuestra opinión de reproducciones en cualquier tamaño– y, sobre todo, de efigies fotográficas, unos cuantos brotan desde los confines de lo real imaginario, hasta el punto de creer que a su autor no le interesa que les conozcamos e identifiquemos.

Habrá también los que, en la acostumbrada transgresión, se afincan en la profundidad estética, emocional, ideológica de su gestor en segundo grado. Precisamos que nunca se trata de modelos directos en carne y hueso… ellos han fallecido, la memoria afectiva alberga a visiones penetrantes, y obviamente José Pelletier quiere a unos más que a otros…

Pensamos por ejemplo en Ramón Oviedo, Frida Kahlo, Andy Warhol o Jean-Michel Basquiat. Lo que sí es cierto y permanente, es la ausencia de idealización.

Acabamos de mencionar a Ramón Oviedo y, para el retratista, como para muchos de nosotros, su partida significa una pérdida inconsolable. Entonces, José Pelletier lo duplica… Él pinta dos versiones, y son, una de ellas especialmente, autorretratos del propio Oviedo –incomparable en esa modalidad representativa–.

El fenómeno de apropiación, impactante, es un diálogo y una lectura, un encuentro y una reinvención, que culminan en un tributo rendido al maestro. La mirada, la frente, la manita aun, el cuerpo que se estrecha, todo al fin… tal vez sean los “retratos-maestros” del conjunto, y nos conmueven en el recuerdo vivo. El espectador no se cansa de volver a ellos.

Delia Blanco, con su mirada de crítica universitaria, escribe en el breve ensayo introductorio: “Este artista confirma que la maestría académica y la interpretación del modelo con responsabilidad intelectual y reflexiva, permiten manifestar el duende artístico, lo que va más allá que una corriente y una escuela”.

Es absolutamente cierto. Inmediatamente, percibimos al expresionista, con su virtuosidad pictórica y la pincelada gestual, más leve o más apoyada. Nos brinda una volubilidad contemporánea y paradójicamente un tratamiento festivo para seres desaparecidos.

Los colores cantan, el negro incluido, y hay un retrato donde el amarillo es tan luminoso que prácticamente el retrato se esfuma. Son, pues, tonalidades vivas y líricas, con un rosado recurrente y provocativo en su frescor, ¡susceptible de chorrear en el cabello o la camisa!

Un sello muy personal. Simultáneamente, nos damos cuenta de que José Pelletier podría volcarse hacia el realismo… El estupendo retrato de Konrad Adenauer, adrede sombrío, casi tétrico y único entre los demás, lo demuestra, solo iluminado lateralmente por un revuelo de brochazos… ¡la firma imprescindible! Y también en el rostro de Jean-Michel Basquiat, otro hito de esa “galería de la fama”, observamos un ojo escrutador, de precisión inmejorable.

No nos cabe duda de que Pelletier es un gran dibujante y que el dominio de líneas y proporciones se siente debajo de los fulgores de la paleta. A este respecto, el rostro de Frida Kahlo, no cejijunta, asciende al clímax de la expresión formal y la armonía cromática.

E, indudablemente, él se ha apasionado –hasta en los que menos nos apasionan– por la sicología de los personajes en un “happening” del retrato. Él investiga, valora y metaforiza mágicamente sus dotes, sus extravagancias, su interior anímico: más allá del experimento y nunca como burla, la introspección de ellos se vuelve la introspección de José Pelletier, nuevamente la autobiografía no se ausenta de cualquier pintura que valga la pena.

Los “Rostros” de José Pelletier tienen un sello muy personal, y esperamos sus próximas manifestaciones pictóricas, neofigurativas o abstractas. No cabe duda de que, para ser importante, una exposición no necesita de numerosos cuadros.

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