Los pobres en el centro de la agenda del Reino

Los pobres en el centro de la agenda del Reino

16 Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.
17 Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: 18 El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; 19 A predicar el año agradable del Señor. Lucas 4:16-19
En los últimos días he escuchado hablar frecuentemente sobre el tema de la iglesia en la política. Como pastor evangélico creo firmemente que es un tema importante y ampliamente olvidado por muchos de nosotros, por mucho tiempo.
Cada cuatro años vamos a votar para elegir nuevas autoridades. Es un privilegio que tenemos como parte de una sociedad democrática. Privilegio que ninguno de los apóstoles, ni la inmensa mayoría de cristianos que nos precedieron en estos 2000 años de historia de la iglesia, tuvieron el placer de disfrutar. Ser parte de esta sociedad democrática, como todo gran privilegio, conlleva en sí una gran responsabilidad. La democracia tiene por fin, como lo anuncia su nombre, dar el poder al pueblo. Nosotros el pueblo (We the people), famosa frase utilizada en la Constitución norteamericana, somos los responsables cada cuatro años de la orientación que llevará nuestra nación.
Nosotros el pueblo, en una democracia ideal, somos los que determinamos, cada cuatro años, la agenda que ha de regir la nación, al elegir entre diferentes opciones que nos presentan los partidos políticos.
Como iglesia formamos parte de ese Nosotros el pueblo. Estamos llamados a levantar nuestra voz por las cosas que creemos que deben estar en esa agenda, porque nosotros somos también el pueblo, o al menos una parte de él.
Como seguidores del Nazareno, no solo estamos llamados a ser parte del pueblo (Jesús no solo era Dios, era también de Nazaret, y por eso era nazareno), sino que también estamos llamados a servir a ese pueblo. La agenda de Jesús nos es presentada en el pasaje de Lucas que está al inicio de este artículo.
Jesús inicia su ministerio en la Nazaret de los gentiles, la Nazaret menospreciada, llena de pobres y marginados. Para entender la realidad de la Nazaret de aquellos tiempos vasta con repetir la pregunta de Natanael a su amigo Felipe “¿Puede algo bueno salir de Nazaret?” (Juan 1:46). Sin embargo esta era la Nazaret del nazareno Jesús, y cuando se para en la sinagoga, centro no solo de formación religiosa de los judíos, sino también de formación política en aquellos tiempos del yugo del imperio romano. Cuando les plantea a sus compueblanos qué se propone hacer en los próximos tres años de ministerio, los pobres son parte central de su agenda.
Y no solo fueron los pobres parte central de la agenda del ministerio de Cristo en la tierra, lo han sido por siglos de la institución que este fundó, de su iglesia, su cuerpo, es decir, quienes ejecutan su voluntad en nuestro mundo. Las iglesias cristianas se han distinguido históricamente por su vocación hacia los necesitados. Independientemente de los errores que hemos cometido, que no han sido pocos, siempre hemos entendido el llamado al ministerio cristiano (la palabra ministerio significa servicio) como una opción por aquellos que están en debilidad. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento encontramos siempre el llamado a la atención a los necesitados y la advertencia a los poderosos a recordar que los desvalidos tienen un Dios que les protege. La desigualdad y la pobreza han sido siempre temas centrales en la historia de Dios.

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