Sobre la elección de Alburquerque

Sobre la elección de Alburquerque

Confianza. Gente confiable es lo que, como oxígeno, necesita, demanda y exige el país, que padece una dolorosa indigestión de engaños y mentiras oficiales. En política ha sido y es práctica tradicional que se remonta a los primeros pujos de esa preferible imperfección que llamamos democracia.

Tito Livio, expositor extraordinario de la historia de la antigua Roma, hablando de Lucio Tarquino, personaje muy diferente a lo que los romanos solían elegirse hasta como reyes y magistrados, afirma en su «Ab Orbe Condita» que este hombre venido de Tarquinia, hijo de griego y estrusca, rico, ambicioso y desfilfarrador que el primero que intrigó para hacerse elegir rey y quien inició la práctica de pronunciar discursos para asegurar el apoyo masivo de las multitudes de bajo nivel.

Posteriores estudios históricos mantienen consistentes dudas acerca de que Lucio Tarquino inventase tal práctica, aunque ampliara sus dimensiones hacia los sectores más empobrecidos.

El caso es que desde inmemoriales tiempos, el engaño, las falsas intenciones anunciadas contundentemente, han sido permanente práctica política. Por eso, asfixiados de enredijos y ofertas que no se cumplen, los dominicanos sentimos alivio, pausa y cesación de dolor cuando, hábilmente, el candidato presidencial Leonel Fernández escoje como su candidato a la vicepresidencia a un hombre capacitado, eficiente, veraz y consecuente con altos valores morales, como Rafael Alburquerque.

Tengo entendido, según informa el periódico El Día (17 de marzo 2004) que la sorpresiva elección provocó muy poco entusiasmo entre los miembros del PLD asistentes al acto en el cual Fernández anunció su decisión. Es que, por lo visto, las preferencias saltaban entre la escogencia del reformista Carlos Morales Troncoso, mientras otros se aferraban a la idea de que el candidato vicepresidencial peledeísta fuera un miembro más activo del Partido, y quienes insistían en que lo más conveniente era escoger un distinguido hombre de leyes cibaeño, que añadiría un importante vigor regional a la candidatura peledeísta.

Leonel Fernández se decidió por un candidato apartado de las corrientes de intereses. Ni ofendía las ambiciones de quienes aspiraban a tener de vicepresidente a un amigo peledeísta activo y necesariamente atrapado en mecanismo de correspondencia, o a un importante personaje del Cibao, o un extrapartido promisorio como Morales Troncoso, un respetable miembro del Partido Reformista, cuya elección podría garantizar un aumento en las votaciones favorables el 16 de mayo, que tenemos encima.

La elección como candidato vicepresidencial de Rafael Alburquerque para las ya cercanas elecciones del más alto nivel, contiene un ingrediente de extraordinaria importancia: distancia de intereses y compromisos con sectores que en una forma u otra habrían de esperar beneficios en pagos a su apoyo, y una trayectoria personal honesta, pulcra y valiente de Alburquerque, que no significa que otros valiosos nombres de personalidades políticas carezcan de valores y méritos para haber sido elegidos.

De todos modos, a mi ver, y en opinión de muchos imparciales, la decisión de proclamar candidato a este experimentado hombre público, cuya capacidad y honradez nadie parece disputar, ha sido gran acierto de una figura como Fernández, que se solidifica cada día más como un político excepcionalmente bien dotado.

Es acompañarse de un hombre confiable, cuando lo que precisamente nos falta a los dominicanos es confianza, porque las sospechas de falsedades, fraudes, astucias y embusterías, nos abaten y desconsuelan, desde un charco de decepciones que nos anega y ahoga de temores.

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