A estas alturas, y luego del PLD haber gobernado el país del 1996 al 2000 y del 2004 hasta el sol de hoy, no debería haber un solo peledeísta, sea danilista, leonelista o de la vieja guardia agrupada en la temible OTAN, que se atreva a negar lo evidente: que la corrupción ha maleado a tal punto los gobiernos peledeístas, que nunca jamás podrán quitarle de encima el sambenito de corruptos que acompañará a los discípulos del profesor Juan Bosch el resto de sus existencias. Una realidad dura de aceptar y asimilar, por supuesto, pero que tiene sus compensaciones, pues si bien es cierto que la abundancia de riquezas y bienes materiales no compran y mucho menos garantizan la felicidad ayudarán bastante a la alta dirigencia del PLD a sobrellevar los naturales sinsabores de la vida, sobre todo cuando se encuentren fuera del poder. Aún así no es frecuente que un dirigente peledeísta, a menos que se llame Fernando Fernández, ponga su dedo sobre esa llaga en carne viva en un ejercicio de autocrítica que no pasará de ahí pero que tiene sus méritos en los cínicos tiempos que vivimos. Es el caso del exvicepresidente de la República Rafael Alburquerque, quien ayer admitió que el PLD ha sido “débil” para combatir la corrupción “en algunos casos”. Y aunque no entró en detalles sobre cuáles han sido esos “algunos casos”, lo que sería pedirle demasiado, sí recordó que esa organización fue fundada por un hombre que dejó un legado de decencia, honorabilidad y seriedad que, dijo, “hay que preservar, o de lo contrario que nos saquen del poder”. ¿Qué han hecho o que están haciendo los peledeístas para preservar ese legado? No creo que haya sido la intención del doctor Alburquerque, pero hay que reconocer, vistas las circunstancias, que sus palabras podrían resultar proféticas.