Los verdes: ¿Por qué?

Los verdes: ¿Por qué?

Desde la lógica del tradicional sistema partidario no se quiere ejercer una lectura sincera alrededor del movimiento verde, su lucha e innegable crecimiento, en el seno de una sociedad que, hastiada del liderazgo y muchos de sus exponentes, demanda de cabezas dirigentes en capacidad de reconstruir la credibilidad del modelo político nuestro.
No soy amigo del histórico paralelismo tan recurrente en la cultura del análisis que intenta calcar fenómenos de otras naciones. Cualquier país se parece a nosotros, pero no nos parecemos a ninguno. Aunque la génesis de la ruptura entre la clase política y los ciudadanos resultan parecidas, el divorcio de la cúpula de los partidos y su base electoral ha sido el resultado de un proceso de descomposición de sus cúpulas que desideologizadas y afanadas por el sello de lo puramente clientelar pospusieron acompañar a su gente en el reclamo y la demanda ciudadana.
Lo que sirve de constante caldo de cultivo al incuestionado crecimiento de franjas insatisfechas y motor del impacto del llamado movimiento verde reside en las estructuras partidarias amigas de proyectos presidenciales que compiten en ocupar el solio presidencial, sin fundamentos programáticos ni figuras carismáticas que sintonicen con una sociedad que cambió. Así los ciudadanos andan desprotegidos porque no encuentran los conductores mesiánicos de décadas anteriores, y los llamados a sustituirles insisten en sus defectos y no recrean ninguna de sus virtudes. Por eso, las marchas sin líderes visibles.
Desde la visión de las transformaciones que se experimentan en el seno de la sociedad, la dirigencia de los partidos debe tener una articulación clara y responsable respecto los verdes. Pretender usarle es una locura. Aquí nadie es tonto y desde el mismo corazón de la gente que llena las plazas en Santo Domingo, Puerto Plata y Santo Domingo existe un entendible celo de preservar la sed de adecentamiento del país como una acción de todos, y no recurso de la coyuntura electoral. Creer que la indignación podría trasladarse químicamente a una aspiración nacional sin que los endosos se adhieran a un verdadero compromiso de cambio institucional degrada la raíz de un proceso porque lo reduce al tema presidencial cuando la fortaleza verde está orientada a una modificación de un modelo, sin ínfulas estridentes ni descontextualizadas de un interés que parece sencillo, pero cobra una categoría casi revolucionaria en la actualidad: transparentar e institucionalizar la función pública.
Respeto todo el esfuerzo desplegado por los verdes. Esencialmente, porque con tantos años de militancia y actuando contra-corriente siento que las características que validaron las grandes jornadas de conquistas democráticas en el país fueron posibles, en la medida que la idea sensata y amor por un verdadero cambio entusiasmó a grandes núcleos ciudadanos. A esas prácticas tenemos que volver. De lo contrario, un sistema de partidos que sólo premia el descaro y la sumisión seguirá pariendo “liderazgos” que constituyen pieza de escarnio para la clase política.
El despertar que valida el movimiento verde no sólo es un grito contra las fuerzas que diseñan políticas oficiales y aposentan en instancias partidarias decisiones sobre repartos y sobrevaluaciones de obras, sino a organizaciones disminuidas por presidentes institucionales validados por caricaturas electorales con tintes de tribunal legitimadoras del absurdo capaz de reducir 78 años de historia en un partido chiquito para grandes negocios. Además, ya no pasa desapercibido el ego de aspirantes que sus intenciones no guardan relación con verdaderas posibilidades y que insisten como un acto de necedad que podría obstruir la edificación de un verdadero frente electoral. Y lo de mayor trauma: alentar modernas referencias partidarias orientadas institucionalmente por exponentes del primitivismo organizacional propio del siglo 18.

El país está cambiando, y no lo advierten. Felicidades a los verdes!

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