¿Y si la Junta…?

¿Y si la Junta…?

COSETTE ALVAREZ
Sólo Dios sabe el efecto que hace leer que la Junta Central Electoral está solicitando todos los millones de la bolita del mundo para que los partidos políticos empiecen de nuevo a dar carpeta, para nada. Acabamos de comprobar que no hay relación entre el número de militantes de un partido y la cantidad de votos que se puede obtener, y que la campaña electoral juega un papel prácticamente innecesario «dentro de la coyuntura actual».

No saldremos nunca del espanto que produce la naturalidad con la que siempre aparece dinero, mucho dinero, para todo lo que no es, mientras para lo que es difícilmente aparece un centavo. De todos modos, gastaremos un poco de nuestra precaria reserva de energías preguntándonos si, en vez de empezar desde ya a solicitar los fondos millonarios que la cuestionable y obsoleta ley autoriza entregar a los partidos políticos para que los dilapiden en afiches, caravanas, los malditos «discolights» y demás agresiones a las que la ciudadanía es sometida durante las campañas, la Junta Central Electoral, como organismo rector de las nunca bien ponderadas elecciones, hace un intento de remozar su imagen elaborando, sometiendo y luchando por que se apruebe una propuesta que, en primer lugar, dé el mismo trato financiero a todos los partidos y no de acuerdo al número de votos obtenidos en la ocasión más reciente y, de paso, que la suma sea miles de veces menor, ¿cuánto nos ahorraríamos en dinero y molestias?

Después de todo, los partidos tienen su militancia, sus compañeritos/as, que disponen de cuatro años para organizar actividades de recaudación de fondos. Que coopere quien quiera. Y, con toda certeza, si lo que se les ocurre para generar fondos resulta interesante, nadie se negará a participar, independientemente de que le simpatice el partido o no. Por ahí empezarían a demostrar su ingenio.

Hay militantes que no son tan pobres, incluyendo algunos que hicieron sus fortunas personales con dinero nuestro que cayó en sus manos por diferentes vías, no pocas veces coincidiendo con su paso por el poder, o con su acceso a las instancias gubernamentales, así fuera algo tan fortuito como sus relaciones de cualquier tipo con algún funcionario de los que «ayudan». Que apoyen materialmente su causa.

La propuesta debería incluir la reducción al mínimo del período de campaña. En países cuya población es cientos de veces mayor a la nuestra, las campañas apenas duran días. Total, los políticos, los aspirantes a los puestos electivos, se pasan la vida en la televisión, en la radio y en la prensa escrita. Esto es muy chiquito y nos conocemos todos. No hace falta tanto desgaste para vender una idea, por novedosa que parezca.

También, la JCE debe implantar normas de campaña: qué se puede, qué no se puede, cuáles son los límites de acción para promover a los candidatos. Iguales reglas para todos, con mucho énfasis en los criterios y los métodos para someter candidaturas. Créanme, señores jueces, que se embullarán bastante y no tendrán con qué pagarme la sensación de haber hecho algo por la sociedad que los considera honorables, les atribuye fe pública y, discúlpenme, pero también les paga, por cierto, ignoramos cuánto.

Es que, señores jueces de la JCE, por más vueltas que le demos, no podemos excluir el gasto que nos representan los partidos políticos de la insólita lista de factores que nos mantienen sumidos en la pobreza. Y, francamente, no vale la pena. Como el dinero es nuestro, por favor, tengan en cuenta que no queremos gastarlo en eso. Entonces, traten de que su tiempo les permita agarrar esa ley, el reglamento y cualquier otro término de referencia y ajústenlo a nuestra realidad, con justicia y justeza.

Más que eso, si queremos que los procesos sean transparentes, que nosotros, los dueños del dinero, sepamos lo que se hace con él, exijamos a través de la JCE (recuerden que son empleados nuestros) que antes de cualquier desembolso, se les pida a los partidos la entrega y la publicación de sus estados de cuentas con todos los sellos de comprobación que lleven, y lo mismo al finalizar las campañas. Si ya vamos a colaborar con ellos por medio de sus «políticas de auto gestión», no tenemos por qué cederles tantos millones que necesitamos urgentemente para otros aspectos, en verdad, mucho más importantes de nuestra vida.

Eso y mucho más se lo pedimos como contribuyentes, que como votantes nos mantendremos en observación, con el estándar de que los partidos y los candidatos que más dilapiden en campañas, más nos ofenden y menos los queremos en los puestos de poder. Queremos volvernos coherentes. Estamos negados a seguir fomentando vagos y fabricando millonarios a costa de nuestra estrepitosa caída en la indigencia, de nuestra vertiginosa pérdida de los derechos civiles.

Antes de entregar todos esos millones a los partidos, consúltennos. Desde ya, que conste que no estamos de acuerdo. Preferimos gastarnos una parte de ese dinero en un buen carnaval, más a nuestro gusto, pero tampoco podemos. Estamos muy mal de salud, de alimentación, de educación, de transporte, de vestidos, de techo, de trabajo, ¡de todo!

Además, estamos réquete hartos de estar viendo caras, oyendo declaraciones y leyendo noticias sobre nuestros «representantes» ante los poderes del Estado, que nos avergüenzan dos veces: mientras están por ser elegidos tratándonos como inocentes infantes que esperan que los Reyes Magos les traigan mejoría a la vida y, luego de ser elegidos, demostrándonos, muertos de la risa, que nos tomaron el pelo.

Señores jueces de la JCE, no olviden terminar su propuesta dejando claro el espacio para que los ciudadanos podamos reclamar y sancionar sin obstáculos los incumplimientos, ya no de las promesas, sino de los más elementales deberes de nuestros «elegidos» para que nos «representen». Sin eso, todo lo demás carece de sentido. No hay obligación de aguantar, y menos pagarles, más lo que nos cuestan sus campañas, más los privilegios «inherentes al cargo», a quienes nos engañan, nos defraudan, nos decepcionan.

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