«Borrón y cuenta nueva vs. basta ya»

«Borrón y cuenta nueva vs. basta ya»

FABIO RAFAEL FIALLO
En un artículo precedente yo mantengo que, a raíz del ajusticiamiento de Rafael Trujillo, la República Dominicana se encontraba en una encrucijada decisiva. Dos opciones se ofrecían entonces al país, encarnadas en las dos consignas que competían por obtener la primacía política y el apoyo de la opinión pública. Una era el «Basta ya» de Viriato Fiallo, que reclamaba echar a los cómplices del trujillato fuera del templo de la República y, como corolario, permitir a la justicia efectuar su trabajo reparador.

La otra era el «Borrón y cuenta nueva» de Juan Bosch, que proponía dejar a un lado las pesquisas sobre la culpabilidad eventual de los personajes más importantes del régimen decapitado para concentrar, añadía Bosch, en la guerra de los «hijos de Machepa» contra los «tutumpontes» explotadores.

Finalmente, fue la estrategia de Bosch la que resultó victoriosa. Y lo fue porque logró aliar el apoyo de dos grupos políticos antagónicos entre sí y, al mismo tiempo, muy influyentes en aquellos tiempos. Uno era el de los cómplices de la dictadura, cuyos temores quedaban disipados por el «Borrón y cuenta nueva». El otro grupo lo constituía la izquierda radical, con un fuerte arraigo en la juventud de entonces, que veía en la guerra social promovida por Bosch el medio idóneo de hacer progresar la causa de su «Revolución».

De las certidumbres de aquella izquierda radical, no queda nada de pie. El Muro de Berlín se las llevó con él. La lucha de clases, en la forma en que se planteaba en los años 60, se ha convertido en una reliquia histórica. Se ha visto suplantada por nuevos tipos de conflictos y, sobre todo, por nuevos métodos y criterios de hacer política. Es así como en la actualidad, ninguno de los dos partidos legados por Bosch pone la lucha de clases en el centro de sus plataformas respectivas; al contrario, ambos se esmeran ahora en promover el diálogo y la solución de conflictos entre las fuerzas vivas del país. Resulta en realidad difícil hoy en día, a menos de uno padecer de obstinación ideológica, el justificar el énfasis que se dio en aquella época a la guerra social en detrimento del deber de justicia, en honor de nuestros mártires y otras víctimas del trujillato, que representaba el «Basta ya» de Viriato Fiallo.

Muertas están pues las certidumbres de quienes cayeron en el embeleso de la guerra de clases. Lo que sí permanece indeleble, por el contrario, son las secuelas del «Borrón y cuenta nueva». En mi libro Final de ensueño en Santo Domingo explico que, con el triunfo del «Borrón y cuenta nueva», los trujillistas pudieron a la postre mantener su influencia, la rehabilitación política de Balaguer llegó a ser realidad y la hegemonía de este último en la vida pública dominicana se hizo sentir durante las cuatro últimas décadas del siglo XX. Fue así como la corrupción permaneció impune en nuestro país, pudiendo mantenerse y fructificar hasta hoy. En efecto, a partir de entonces, no fueron pocos los dominicanos que se preguntaron por qué no sumirse uno mismo en la corrupción si quienes lo habían hecho durante treinta y un años podían, impertérritos, llevar una vida apacible y holgada y, lo que es más, detentando las riendas del poder. Por el triunfo del «Borrón y cuenta nueva», los astros del universo político de nuestro país giran aún hoy en el sentido y a favor de la corrupción.

Es cierto que la corrupción existe en todas partes. Que ningún país se encuentra al abrigo de esa plaga, que camarillas gobernantes se precipitan por doquier sobre los dineros públicos y se los reparten como si se tratara de un vulgar botín. Se dirá entonces que Santo Domingo no es una excepción, que mal de muchos…. Pero no podemos resignarnos. Y no lo podemos porque sabemos que en cada país el mal ha ganado terreno por razones propias, específicas; cada país, por consiguiente, inclusive Santo Domingo, hubiera podido atacar, a tiempo y en sus raíces, las circunstancias concretas que permitieron a la corrupción abrir paso y prosperar. Sabemos igualmente que hay naciones que descuellan más que otras por el grado en que han sido contaminadas, y que la República Dominicana no está muy lejos del tope de esa deshonrosa jerarquía. Además, hay que ser franco, la que nos importa no es la corrupción de otros. La que nos duele, y nos produce nausea moral y casi física, la que nos hace aborrecer la de los demás, es la corrupción en nuestro país. Corrupción que jamás hubiese alcanzado las exorbitantes proporciones de que hemos sido testigos en nuestro pasado reciente, que no hubiese podido diseminarse con tanta facilidad, afectando prácticamente todos los equipos que han alternado en el manejo de la cosa pública, si al inicio de nuestra democracia, cuando se moldeó la nueva realidad dominicana y se echaron los cimientos de las instituciones políticas actuales, cuando se hubiera podido hacer justicia -sin espíritu de venganza, claro está- en nombre de nuestros mártires y demás víctimas del trujillato, si en ese momento, repito, la maldita corrupción de la nefasta era no hubiera obtenido el salvoconducto sin límites, universalmente absolutorio y moralmente desolador, que representó el famoso «Borrón y cuenta nueva».

Es por ello que ese remoto ayer sigue teniendo una incidencia profunda en nuestro caótico hoy. En nuestro país adquiere una vigencia inaudita la frase del gran escritor estadounidense William Faulkner: «El pasado nunca muere; ni siquiera pasa». De ahí la razón de ser, y el valor para la actualidad, de un libro como Final de ensueño en Santo Domingo, que ciñéndose rigurosamente a los hechos históricos, arroja nuevas luces sobre aquel período de nuestro pasado en que el presente se decidió.

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