Peloteros dominicanos ricos, pero «pobres y malcriados»

Peloteros dominicanos ricos, pero «pobres y malcriados»

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ ROJAS
Es una verdad de perogrullo, que la República Dominicana es la cantera más prolífera en la producción de jugadores de béisbol en las Grandes Ligas aparte de los Estados Unidos de América.  Muy cierto también, que nuestros peloteros adolecen de una preparación, tanto académica como doméstica y por tanto, son proclives a no pocas «meteduras de patas» en su diario accionar en un país con idioma e idiosincrasia, totalmente diferentes a sus humildes orígenes.

El pasatiempo favorito de los norteamericanos ha sufrido transformaciones drásticas y ha dejado de ser meramente un deporte profesional, para convertirse en un negocio competitivo en donde las reglas nuevas de juego no se asemejan a las que imperaban en la «época romántica» del béisbol.  Ahora, no se respetan las figuras legendarias que gozaban de inmensa popularidad en sus respectivos equipos, ni tampoco los gerentes de la organización, ni mucho menos los «manager» o dirigentes.  Si las cosas marchan mal en determinada franquicia, el éxodo se inicia por los llamados «coach», después toca el turno al dirigente, para seguir con los jugadores de débil desempeño y finalmente el gerente.

El único seguro en su posición, es evidentemente el propietario del equipo.

Si se observa con detenimiento el comportamiento de los dueños de equipos de las Ligas Mayores en las dos últimas décadas, notaremos como jugadores estelares que gozan de la admiración de los «fanáticos» y que en la época romántica nadie hubiese osado cambiar, son negociados sin tomar en consideración la opinión de sus seguidores.  Los ejemplos abundan: Griffin Jr., Alex Rodríguez, Roger Clemens, Normar Garciaparra, Randy Johnson, Mike Piazza, Curt Schilling, Manny Ramírez, Gary Sheffield, Greg Maddux, Barry Bonds, Juan Igor González y muchos otros que por falta de espacio debemos omitir. Caso contrario.  En el pasado, quien hubiera osado proponerle a los Yankees de New York cambiar a Joe Dimaggio, Yogi Berra, Mickey Mantle o Whitey Ford; o a los Medias Rojas del Boston a Ted Williams o Carl Yastrzensky, para no mencionar a los Cardenales de San Luís y su mítico Stan «el hombre» Musial.

Hemos hecho este pequeño recuento para apuntalar el cambio drástico que se ha efectuado en el pensamiento «metálico» de los que manejan el béisbol rentado, que de buenas a primeras han eliminado las denominadas «vacas sagradas» en sus equipos.  Si los jugadores no se adaptan a las circunstancias, sus días están contados sin importar sus grandes actuaciones previas.  Es lo que le está pasando a Sammy Sosa, le pasó por rebeldía a José Guillen y le puede pasar por sobreestimarse a Pedro Martínez.

En el pasado, el comportamiento volátil de peloteros ídolos y líderes de sus equipos, por su escasa educación y engreimiento, contribuyeron sin darse cuenta, al acortamiento de su carrera profesional.  El caso de César Cedeño apodado «el super baby», a quien se le concedió por su celebridad ponerle su apellido como  placa a su vehículo en Houston y que luego, por haber asesinado a una joven en un motel en Santo Domingo vio tronchada su carrera, cuando se voltearon sus seguidores y le gritaban «killer» cada vez que agotaba un turno al bate. Otro que se creyó tocado de los dioses fue George Bell. El año anterior había ganado el título del jugador más valioso (MVP) y después de indisponerse con el dirigente de los Azulejos de Toronto, fue despedido sin que ningún otro equipo requiriese sus servicios, no obstante ser joven aún.

Por motivos similares, Franklyn Taveras, un paracorto que jugócon los Piratas de Pittsburg fue también licenciado extemporáneamente. De carácter volátil, Joaquín Andujar también fue relegado por «perro caliente», nombre que les asignan a los revoltosos.  Un caso muy especial, el de Ricardo Carty. Los equipos le huían como el diablo a la cruz, por su fama de «guerrillero».

Ser malcriado, mal educado o respondón, en los actuales momentos puede costarle a un jugador su carrera. Por tal motivo, Sammy Sosa, quien ha criticado a su dirigente Dusty Baker, que en el último juego de la temporada, por no aparecer en la alineación titular abandonó el equipo antes de finalizar el partido, se ha ganado la malquerencia  de los habitantes de Chicago, por lo cual, creemos que debe ir pensando en cambiar de equipo y por razones de edad, aceptar una disminución de su salario si quiere llegar a los 600 cuadrangulares.  Debe razonar que «el pasado, pasado es» y que los 66 jonrones fueron eclipsados por los 70 de Mark MacGuire y los 73 de Barry Bonds.

En el reflejo del espejo Sosa debe mirarse Pedro Martínez. Los desmesurados elogios pueden desbordar la humildad de un ser humano.  Por eso, debe conmensurar y escuchar los sabios consejos de aquellos que no están buscando un beneficio pecuniario.  Para decirlo en lenguaje llano, los jugadores de béisbol profesional deben tener muy en cuenta que «la pava no pone donde ponía». La prudencia aconseja mesura, para evitar echar por la borda, toda una vida y sacrificio.  Las malacrianzas, los enfrentamientos con los dirigentes o los directivos son muy peligrosos y hay que evitarlos, porque hasta el público que ayer te vitoreaba, hoy se vuelca contra ti.

Sammy, vete de Chicago y trata de que Arizona, en donde la pelota viaja un mundo, te contrate para que te reencuentres contigo mismo.

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