No hay paz en la Zona Colonial

No hay paz en la Zona Colonial

POR MARIEN A. CAPITAN
La proliferación de bares y discotecas en la Ciudad Colonial ha acabado con la tranquilidad que hasta hace dos años se respiraba en la zona, convirtiéndola en un verdadero infierno para sus moradores. «En la Zona Colonial ya no se puede vivir, aquí nadie duerme. Esto es casi todos lo días, sobre todo de miércoles a domingo. Ayer celebraron Halloween y el estruendo fue insoportable.

Nadie recuerda que el ruido le hace daño a estas casas viejas», expuso Mario Aquino, un vecino que sostiene que la actividad nocturna está acabando con la vida residencial de la zona.

En la calle Hostos es, quizás, donde más se sienten los efectos del bullicio. Por encima de la calle El Conde, están Nowhere, Abaccus y Mankala. A una esquina de este último local, ya en la calle Las Mercedes, está Murano, lo que significa que en menos de tres cuadras hay cuatro locales de diversión.

Con la música siempre alta, las puertas abiertas y un tránsito enloquecedor, estos lugares conviven casi frente a las puertas de la iglesia Santuario La Altagracia, un templo en cuya fachada siempre aparecen botellas rotas y orines de los visitantes de los negocios, algo que también sucede frente a muchas residencias.

Producto de todo esto, Carlos Cabrera afirma que quienes viven por aquí es porque no tienen más opción. «Hay muchísimas casas que tienen un se vende puesto y muchas operaciones de compra y venta de inmuebles se han caído por eso mismo: cuando un comprador viene a las siete o las ocho de la noche y empieza ese bullicio, nadie quiere comprar», agregó.

Para Johannes Hofmann, un director de cine que vive muy cerquita de Murano, la actitud de los propietarios de ese espacio es demasiado indolente: hacen conciertos casi todos los días de la semana, cerrando el establecimiento cerca de las seis de la mañana e impidiendo que los niños puedan dormir.

A pesar de que los sacerdotes y los habitantes de la zona han hablado con los dueños de los locales, ninguno quiere hacer nada al respecto. Tampoco los dueños de los colmadones que están en los alrededores del Parque Duarte, donde también se viven noches de ruido y desenfreno.

Para David y Yocasta Pimentel, que viven entre Aire y Murano, la peor parte de la movida nocturna es tener que lidiar con el ruido del tránsito, los gritos de los jóvenes y el estruendo de las botellas que rompen. El escándalo, por suerte, casi no se escucha en su habitación.

Por las mañanas, dicen los Pimentel, se han encontrado en su galería con vidrios, vasos y carteras vacías que han sido robadas y tiradas allí. Amén de esto, lo más difícil para ellos es el asunto de los parqueos. «Por ejemplo, mi papá y mi mamá viven allí y la acera es tan bajita que la gente se parquea sobre ella e impide que las puertas de su casa se puedan abrir. Mi papá se ha estado al morir y ha habido que sacarlo por otro lado», se quejó David Pimentel.

Fray Máximo Rodríguez, párroco de la Iglesia Nuestra Señora de las Mercedes -que está justo frente a Aire- asevera que sus parroquianos le han expresado en múltiples ocasiones que están cansados de vivir sin poder conciliar el sueño. Entre esos hastiados vecinos están Angel Ortiz, Beatriz viuda Andújar, Máxima José y Santiago Rodríguez.

Por otra parte, aunque ayudan a que el tránsito nocturno se caotice en la Zona Colonial, también es justo decir que hay negocios que no causan problemas de ruido ni desorden, tales como el Mesón de Bari, el Mesón de Luis, Alfatori, Casa de Teatro, Doubles Bar y Carolus.

Consecuentes aparte, hay algunos vecinos que se aprovechan de la situación. Es el caso de José Francisco, quien señala que la afluencia de visitantes le permite «picar» algo parqueando los carros.

LOS QUE NO DAN LA CARA

Algunos vecinos de los principales establecimientos de la zona dicen abiertamente que desean que la situación cese. Sin embargo, por temor a las represalias, afirman que prefieren callar sus nombres.

Asegurando que no desean el cierre de las discotecas sino un trato considerado hacia los vecinos, entienden que las autoridades deben obligarles a tomar medidas para que el ruido no moleste a los demás.

Pero no sólo es la falta de sueño lo que disgusta a los habitantes de la Ciudad Colonial: el comportamiento desaprensivo de los visitantes les tiene de los nervios puesto que se pasan toda la noche y la madrugada escuchando fuertes gritos y palabras obscenas. Algunos llegan más lejos y exponen que han sentido el olor de cigarros de marihuana enfrente de sus propias casas.

Los bocinazos, las alarmas disparándose, el caos en el tránsito y la obstaculización de sus aceras también les disgusta. Además, el que algunas parejas se internen en los rincones para amarse como si no hubiera nadie más por allí.

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