La mujer y su vulnerabilidad frente al SIDA

La mujer y su vulnerabilidad frente al SIDA

El número de mujeres VIH positivas crece cada día a nivel mundial. Si bien la proporción de mujeres que se infecta sigue siendo menor que la de los hombres, ha aumentado a una velocidad preocupante en casi todo el mundo, siendo crítica en algunos países, donde incluso está sobrepasando a la de los hombres.

Desde muy temprano, se constató la vía sexual heterosexual como forma primordial de transmisión del VIH, con alrededor de un 70 por ciento de los casos adquiridos de esta forma. [tend]En la medida que esta vía se consolidaba en el país, el número de mujeres infectadas iba en aumento, siendo actualmente la razón de casos hombre/ mujer de 1.7 a una, es decir, casi de dos hombres por cada mujer.

Si bien anteriormente los estudios se centraron en las mujeres que tenían ciertas características que las hicieron ser incluidas en los llamados “grupos de riesgo” (básicamente las trabajadoras sexuales o las mujeres sin pareja estable), las nuevas investigaciones realizadas han señalado que en los últimos tiempos y cada vez con más frecuencia, las mujeres infectadas no necesariamente entran en las anteriores categorías.

Probablemente, esta clasificación propició que hoy en día muchas mujeres no se perciban a riesgo de infectarse, en la medida en que no se identifican con este perfil. La realidad actual es diferente. A pesar de reconocer que dentro de las mujeres como un todo, existen grupos con una susceptibilidad mayor al contagio, muchos estudios vienen mostrando que la mayoría de la mujeres que se infectan tienen pareja estable o por lo menos han referido pocos compañeros sexuales en su vida.

[b]LAS CARAS DE LA VULNERABILIDAD[/b]

Lo que ha pasado a adquirir mayor relevancia es el reconocimiento de factores que confieren a la mujer -per se- una vulnerabilidad mayor que el hombre. Esta vulnerabilidad presenta múltiples rostros: biológico, socio-cultural, económico.

Se ha comprobado que en la relación heterosexual la mujer es biológicamente más vulnerable por varios motivos: primero, el área de exposición al virus durante la relación sexual es de mayor superficie en la mujer, y tiene mayor chance de lacerarse y facilitar la entrada del virus. Segundo, ésta por lo general asume la posición pasiva en la relación, y tercero, la carga viral es mayor en el semen que en los fluidos vaginales que se ponen en contacto al mantener relaciones sexuales.

Socialmente, las mujeres de países del tercer mundo como el nuestro, siguen teniendo menor acceso a la educación, con niveles de analfabetismo más elevados, y una accesibilidad marcadamente menor a los ingresos, lo que las vuelve más dependientes de los hombres.

Para muchas mujeres es difícil negociar la protección del contagio al VIH si se encuentran económicamente subordinadas a su pareja. A menudo no pueden exigir el uso de preservativos o rechazar tener relaciones sexuales con sus compañeros, aún cuando sospecharan o supieran que están infectados, con el consecuente riesgo que ello pudiera implicar.

Las mujeres “jefas del hogar” experimentan una presión aún mayor, teniendo más probabilidad de experimentar algún tipo de abuso sexual, o recurrir a alguna forma de trabajo sexual.

Culturalmente, las concepciones que tradicionalmente han definido y sustentado los roles de género dificulta una mejor posición de las mujeres para negociar prácticas de sexo más seguro con sus parejas. Nuestra sociedad se halla fuertemente impregnada por la ideología patriarcal, que se caracteriza por plantear la diferencia entre los sexos como una diferencia jerárquica que justifica y acredita la dominación de la mujer por parte del hombre, creando así un desbalance en todas las áreas del funcionamiento social, económico, político, religioso, psicológico, sexual y afectivo.

Esta subordinación culturalmente impuesta, y como consecuencia, la actitud pasiva que en general se espera de la mujer, obstaculiza la expresión de sus deseos y necesidades sexuales, así como su poder de decisión, pues en general existe la creencia que no es apropiado y puede generar dudas y cuestionamientos sobre su “moralidad”.

Si a esto añadimos que la mujer lidia con cierto grado de afectividad por su pareja, con mucha frecuencia se observa que este hecho se impone al momento de negociar las formas de protegerse en sus relaciones sexuales, y muy a pesar de tener algún nivel de conocimiento sobre prevención de las infecciones de transmisión sexual.

[b]CONOCER, UN PASO DE AVANCE[/b]

Todos estos factores, actúan íntimamente entrelazados o concatenados, y están siendo estudiados profundamente, a nivel nacional e internacional. A pesar de que revertir estas condiciones es un desafío a largo plazo, la tarea no debe dejarse para luego.

El hecho de dar a conocer las particularidades que permean la transmisión del VIH en la mujer es un paso de avance, sobre la premisa de E. Riviere: “»La lucha por la salud es un proceso de liberación; no es luchar contra la enfermedad, sino contra los factores que la generan y refuerzan» .

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