¿Qué gobierno queremos?

¿Qué gobierno queremos?

UBI RIVAS
Una encuesta realizada entre enero-marzo del presente año por las sociólogas Ramonina Brea é Iris Duarte y también el investigador Mitchell Seligson, por cuenta de la PUCMM, UASID, el Centro de Estudios Políticos y Sociales y el Centro de Estudios Sociales y Demográficos, señala que virtual confusión en cuanto a lo que los dominicanos preferimos como sistema político que nos rija. Las autoras determinaron que mientras el 74% prefiere el sistema político que hoy orienta el destino nacional, la llamada democracia nuestra caribeña y obsoleta, un 69% estima que el país requiere de un gobierno de «mano dura, en el que primer el respeto a la ley y el respeto al orden».

Traduce para el ciudadano corriente una confusión monumental, pero también evidencia un desconocimiento total de su propia situación, y entonces, ante el meremagnum de desventuras que le cercan, opta por pronunciarse prefiriendo un orden diferente al actual, evidentemente recordando las referencias inexistentes hoy que reclama, que fueron normas generales y socorridas en la Era de Trujillo.

¿Volver al trujillismo?, pronunciarán asombrados más de uno, algo imposible porque el método del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo concluyó en gran manera con su ajusticiamiento aunque perviven infinidad de trujillitos incapaces de calzar las botas lustrosas de El Jefe, en el nivel de sus ejecutorias y valor personal.

En realidad lo que ese 69% reclama es una exigencia que posibilite la convivencia, armonía, pacifismo, respeto a la integridad física de los ciudadanos calmos en el proceder para con todos, amantes y respetuosos de las leyes, que cada vez más burla una población delincuencial y criminoide que crece en forma peligrosa y de reto ante el sistema que nos «gobierna».

Un 62% aprecia «regular» su satisfacción con la democracia, y un 19% entiende y se siente insatisfecha, cuando en realidad debe ser lo inverso, un 19% que se siente satisfecha y mucho más de un 62% «regular», porque «regular» no significa nada, ni bien ni mal, y nadie puede definirse en ese limbo de status social.

Esto así, atendiendo que conforme a los organismos de financiamientos internacionales, un 18% de la población subvive en pobreza, lo que traduce, en ocho millones que somos, 1.4 millones, y un 22% en pobreza extrema, que representa 1.7 millones, y todo junto, somos 3.2 millones, quizás más de dominicanos que subyacemos en condiciones precariosas.

Revela la encuesta que el 70% estima a la Iglesia Católica como la institución más confiable.

Luego de la Iglesia Católica, los encuestados definieron a las Fuerzas Armadas en un 39% como la institución gubernamental más confiable, palmarés obtenido de manera evidente por la gestión anterior.

Le siguen en credibilidad y/o confianza a las FFAA, los alcaldes 35%, judicatura 34%, Policía 33%, Congreso 28% y el presidente de la República un escúalido 23%, ocasionado por el desempeño desastroso del gobierno anterior.

Los medios de comunicación salimos airosos de la prueba encuestadora al consignársenos un 66% , mientras las iglesias evangélicas, que realizan una formidable labor pastoral se le endosan un 50%.

Pero de que andamos mal, en mangas por hombros como se define una situación anómala, no hay la menor de las dudas, y sí grandes sospechas de los fiascos que representa proseguir calcando un sistema como el actual, no en su espíritu y esencia, sino en su praxis, que es la que urge y amérita cambiar urgente.

Claro que la democracia es el único sistema político que permite reciclarse, autocriticarse, relanzarse, remozarse, enfatizando en que sus postulados se cumplan, para que el sistema produzca sus resultados halagüeños, que los tiene, y la cuestión estriba en seleccionar los hombres que lo honren.

Pero que no admite más demora de la que se ha permitido, porque la soga, muy tensa, podría quebrarse, y entonces procurar con urgencia el advenimiento de un hombre nuevo, un gendarme, como ha ocurrido con reincidencia de cadencia en nuestros 160 años de turbulento acontecer «democrático».

La final interrogante de la citada encuesta es, ¿por qué ahora, ocho meses después…?

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