Es una lástima que hubiera que esperar a que el expresidente Leonel Fernández y sus seguidores salieran peleados del PLD para que al fin podamos sentir la presencia de la oposición en el Congreso Nacional, ejerciendo el contrapeso que manda el librito para que las democracias representativas realmente funcionen. Pero sea por la falta de costumbre o porque los diputados renunciantes del PLD han asumido esa oposición como un desquite contra el Gobierno y el partido que acaban de abandonar, existe el temor de que el apandillamiento contra toda iniciativa que provenga del Poder Ejecutivo resulte contraproducente para los intereses del país y la buena marcha, así sea a tropezones, de nuestra democracia. Pasar, de un día para otro, de sello gomígrafo endosando proyectos de ley y préstamos sin molestarse en leerlos, como ocurría hasta hace poco, a un Congreso irracionalmente obstruccionista no constituye ningún avance sino todo lo contrario, pues ese poder del Estado se convertiría así en rehén de la feroz confrontación entre peledeístas y expeleístas que antes de la crisis divisionista, y todos a una, aprobaron los préstamos que han endeudado este país por dos generaciones. ¿Debemos creer en el “arrepentimiento” y la sinceridad de esos diputados cuando expresan su preocupación por los gastos excesivos del Gobierno para justificar su boicot al Presupuesto Complementario? ¿No son los diputados que hoy se oponen al préstamo del BID de US$90 millones dólares para la segunda etapa del proyecto de revitalización de la Ciudad Colonial los mismos que aprobaron los US$30 millones de la primera etapa? ¿Por qué antes era bueno para nuestra principal industria y ahora es malo ese financiamiento? Es evidente el oportunismo y, también, las ganas de joder del leonelismo insurrecto, dispuesto a todo con tal de hacer fracasar al Gobierno del que formó parte hasta hace tan solo unos días.