Una bocina eléctrica

Una bocina eléctrica

El niño predilecto de doña Venecia nunca imaginó que la apuesta familiar para hacerlo un noble guerrero terminaría asociándolo al invento francés creado en 1680 que tomó niveles de perfeccionamiento en Alemania debido a las destrezas de los señores Hampl y Haltenhoft. Y es que en su origen, lo considerado acústico se produce cuando la pera es impulsada por el aire, y tan efectivo ha sido el experimento, que a finales del siglo 19 los automóviles lo instalaron como advertencia para los peatones. Objetivamente, la bocina representa un extraordinario invento que, con el paso del tiempo, la condición humana lo degradó a propalador de sonidos desagradables y desafortunada expresión de la contaminación ambiental.
Los dominicanos, en una singular manifestación de aplatanarlo todo, hacemos una traducción práctica de las cosas. Por eso, desde el humilde hombre de pueblo hasta los jóvenes educados en Carol Morgan saben perfectamente la connotación que tiene en la actualidad la palabra bocina porque la etapa de degradación de la comunicación convirtió en transmisor indecente de la información al ejército de mercenarios que en el contexto de la posverdad deforman los hechos, acomodan sus argumentos y rentabilizan su opinión.
Una sana evaluación de los desvíos éticos y el enganche al mundo del bocinaje provocaron que carreras periodísticas terminaran en el zafacón de la historia. Aunque arrancaron con altísimas expectativas acariciadas por su condición de “privilegiado” que aterrizó en la redacción del periódico conservador por excelencia de la mano de su histórico director y el padrinazgo de un poder instalado que veía con entusiasmo la proyección masculina de una amiga íntima. Afortunadamente, la intención de ocupar un asiento de director nunca se cristalizó porque la jurisprudencia de intrigas y deslealtades tiene en algunos miembros de su generación, los mejores testigos de la villanía del eterno aspirante a redactar la página editorial de un medio importante que, imposibilitado en alcanzar la meta, asumió como ley de vida andar de eterno melcochoso con el poder. Por eso, el decreto y sus saltos constantes en capacidad de diversificar su rol en materia tan inconexas como cobro/cabildeo por la venta de una empresa de bebidas gaseosas, buscarle el lado a una distinguida ex primera dama en tiempos de poder, entusiasta colaborador de una fundación y áulico en sus años de gobierno y adquirir la condición de jefe de un consejo de transmisión eléctrica sin tener la menor idea sobre la materia. ¿Diestro el chico, no?
La condición de empleado público y pluma al servicio del poder lo convirtieron en promotor de las ideas oficialistas. Por eso, su defensa a la causa del león árabe y afán por reducir a un acto de destreza profesional transformar el uniforme de evaluador del proyecto de Punta Catalina en receptor de una “boronita” en dólares pagada por el departamento de sobornos de Odebrecht. Sus dardos e insinuaciones cantinflescas podrían tener un efecto devastador porque aludir el bajo mundo como elemento descalificador me obliga a recordatorios terribles en el terreno de las dependencias que, cuando tocan el hogar, generan un impacto terrible en la conciencia de los padres. Agradezco a Dios la conducta de mis hijas que sumándolas a la de mis hermanos, la única referencia que tienen de los artefactos explosivos es al evocar los años de intolerancia política y no como resultado de reyertas con inversionistas en el campo de los juegos y apuestas.

El interés marcado que exhibe el oficialismo creyéndose que todo se resuelve instalando un muro de protección en los medios nos obliga a no confundir el objetivo. No podemos permitir que nos distraigan, ya que el debate es con el dueño del circo porque la intención es que perdamos el tiempo con los payasos. Lo racional es ripostarle al que paga, no al que recibe el dinero para opinar. Al final de la jornada, la nómina de ETED no transforma un empleado en guerrero, lo que sí hace es convertirlo en bocina eléctrica. ¡Y nada más!

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