Vistos los hechos, podría llegarse a la conclusión de que en verdad el Poder y la Política no desgastan a los hombres por antigüedad en el servicio sino que los engrosan epidérmicamente. Les produce un acorazamiento de alma y cuerpo. Por ejemplo: en estos días a los partidos no les ofendió tanto el que de ellos dijeran que hacían aumentar la corrupción que padecemos. Su pesar vino porque se proclamara que en el ranking sobre la materia una determinada organización resultara peor que la otra ocupando el primer lugar. De inmediato reclamaron de manera implícita ser colocados en un honroso segundo lugar.
Si es el Cardenal o cualquier otra autoridad moral la que se pronuncia y deplora con vehemencia que los políticos en general son perjudiciales a la nación, todos asentirán, pero alegando individualmente ser la excepción a la regla. La paja en el ojo ajeno siempre existe. La viga en el propio, jamás.
Cortos de vista, o quizás de criterio, algunos funcionarios que en los mandos se añejan son los últimos en enterarse de que una cementera sería dañina; o de que los haitianos se llevan masivamente para su país a los bosques dominicanos convertidos en carbón; o de que el dengue cunde; o de que no son dos ni tres las escuelas públicas que se caen a pedazos.
La volubilidad es también un estilo que en ocasiones seduce al espíritu de los que mandan. Algunos pretenden ser los primeros en denunciar con alarma tal o cual desmán de sus subalternos para minimizarlo en el siguiente capítulo de su discurrir. En el cambiante criterio oficial, un exceso policial puede ser calificado en determinado momento de desastroso y violatorio; para en el momento siguiente ser considerado un ejercicio ordinario de legítima defensa. Todo depende de la prisa que embargue en querer sacar algunas castañas del fuego.