De los últimos años de Caamaño

De los últimos años de Caamaño

ÁNGELA PEÑA
«Caamaño no se sintió nunca perredeísta y además, a pesar de que era el producto de una revolución urbana y de masas, se había hecho «foquista» y era «foquista» de corazón, y de ahí no iba a sacarlo nadie como lo demostraron los hechos». El profesor Juan Bosch hizo esta afirmación al explicar que veía en el proceso de liquidación la etapa de fervor revolucionario que se había estado viviendo en toda América Latina a partir del éxito de la revolución cubana, y su deseo de que, en consecuencia, el líder de abril «volviera al país y se integrara a la lucha política» dentro del PRD, «donde podía desarrollar con toda amplitud sus capacidades de líder».

Manifiesta que le envió la propuesta a Cuba a través de Narciso Isa. «Pero según me contó después Isa Conde en París, Caamaño no accedió a tener esa entrevista conmigo». Bosch dice que aprovechó un viaje de Narciso a Cuba «para tratar de que Caamaño saliera de la isla hermana y se fuera a Vietnam, donde podríamos vernos y tratar el caso dominicano».

El extenso documento, publicado en abril de 1973 y titulado «Mis relaciones con Caamaño», figura en la revista Política, del Partido Revolucionario Dominicano. Es un valioso testimonio que ha tenido difusión limitada, sin embargo, es inestimable para conocer un poco de los últimos años del glorioso revolucionario, consignado por quien después sería el dirigente máximo del Partido de la Liberación Dominicana.

Los relatos parecen a veces novela policial o de misterio por los agentes cubanos del G-2, los miembros de la CIA, las contraseñas, los papelitos, los secretos, el dinero envuelto en esas tramas que debieron ser realidad pues, hasta donde se sabe, Jottin Cury, Monte Arache, Héctor Lachapelle, «doña Chichita de Caamaño», Peña Gómez, doña Nonín, don Fausto, Raúl Roa, Fidel Castro, entre otros que cita Bosch, no desmintieron sus líneas.

Caamaño, se deduce de estas notas, mantuvo un interés permanente, casi obsesivo en la figura de Bosch, quien se muestra convencido de que entonces «el coronel Caamaño estuvo vendido a la CIA desde antes de pensar, siquiera, en ir a Cuba, porque tan pronto llegó a Londres entró en relaciones con ese jefe del G-2 cubano, que residía en París, ciudad a la cual iba Caamaño con frecuencia». «De quien hay que desconfiar es de los aliados, no de los enemigos, porque del enemigo no se fía uno nunca. El peligro está en confiar en un aliado, porque el aliado puede ser, sin uno saberlo, agente del enemigo», sentenciaba el profesor en uno de sus mensajes a Francis, de quien pensaba que «había salido de la Revolución convertido en un líder, y en términos de ajedrez, el líder es el jugador, no es una ficha del tablero, él es quien mueve las fichas para hacerle frente al adversario».

Agregaba que al irse a Cuba Caamaño se había convertido «por su propia voluntad, de jugador, en ficha que otro jugador podía jugar cuando le conviniera…». Sostiene que el aislamiento de cinco años era «suficiente para que la imagen de cualquier líder se destiña a los ojos de su pueblo, sobre todo si no ha sido un líder de actividad prolongada, como no lo fue Caamaño, que pasó por el cielo político nacional con la fuerza de un relámpago…».

Ningún razonamiento de Bosch convenció al constitucionalista de 1965. En una carta le decía que había recibido sus recados, pero «que yo no comprendía la grandeza del alma de la revolución cubana y de sus líderes, que a esos líderes ningún poder de la tierra los haría desviarse de sus planes de ayudar a la revolución latinoamericana hasta el sacrificio total, de ser necesario, de la revolución cubana».

Concluye: «Los hechos ocurridos en febrero de 1973 indican que Caamaño no habría aceptado mi proposición porque creía en sus métodos de lucha, no en los míos, aunque estos fueran los que aconsejaban las circunstancias del país y de América, como en 1965 aconsejaron la guerra del pueblo».

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