Haití: terremoto y muertes

Haití: terremoto y muertes

Con apenas 27,750 kilómetros cuadrados de extensión territorial, Haití alberga cerca de 9 millones de habitantes que evidencian la mayor pobreza en toda América. Fue la primera nación en abolir la esclavitud a comienzos del siglo XIX, mientras que paradójicamente hoy exhibe casi un 50% de analfabetismo y una mortalidad materno infantil excesivamente alta.  La tarde del día martes 12 de enero 2010 la madre naturaleza se ensañó de manera cruel y despiadada en contra de los residentes de la capital haitiana.

Se presume, sin haber contabilizado el total, que decenas de miles habrían perdido la vida por la embestida del terremoto que azotó a  Puerto Príncipe. Conmovedoras y desgarradoras han resultado las imágenes de la hecatombe ocurrida en el hermano pueblo. Doloroso e indignante es el panorama que ofrece la pila de cadáveres tirados en las aceras de las calles, así como del llanto y lamento de seres humanos atrapados entre los escombros de las viviendas y edificios derrumbados.

Más penoso aún es constatar cómo a más de 48 horas posteriores al siniestro todavía no asoma una muestra racional de manejo de las víctimas mortales del cruento fenómeno telúrico.  Indignante y condenable resulta la inhumana decisión de sepultar en una fosa común a miles de seres humanos sin identificación, bajo el científicamente falso alegato de que representaban un peligro para la salud pública. En el año 2004 la Organización Panamericana para la Salud (OPS) redactó un manual práctico para el manejo de cadáveres en situaciones de desastre.

En el prefacio del protocolo de manejo de cadáveres nos dice la doctora  Mirta Roses Periago, directora de la OPS lo siguiente: «Nuestra Región ha sido víctima de distintos tipos de desastres que han afectado el desarrollo de la comunidades con secuelas importantes prolongadas en el tiempo, intensificando la pobreza e incrementando las dificultades para progresar sobre todo en las poblaciones de escasos recursos económicos. El sufrimiento humano no acaba con la muerte y menos aun si ésta ocurre súbitamente producto de un desastre. El fallecimiento de una persona querida deja una huella imborrable en los sobrevivientes, y lamentablemente, por falta de conocimiento, a esa pérdida irreparable se agregan daños adicionales para las familias de los fallecidos debido al manejo inadecuado de los cuerpos sin vida… Lamentablemente seguimos siendo testigos del empleo de fosas comunes  y de cremaciones masivas para una rápida disposición de los cuerpos, a partir de mitos y creencias de que los cadáveres representan un alto riesgo como focos de epidemias. Lo más grave es que estas acciones se realizan sin respetar los procesos de identificación ni preservación de la individualidad de los cuerpos, lo cual no solo contraviene las normas culturales y las creencias religiosas de la población, sino que genera consecuencias sociales, psicológicas, emocionales, económicas, legales y jurídicas sobre la herencia que agravan los daños originalmente ocasionados por el desastre».  

Se trata de una guía elaborada a partir de experiencias en el Caribe, Centroamérica, Suramérica y otras latitudes del mundo. De fácil implementación y  suma utilidad está asequible de modo gratuito.

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