A PLENO PULMóN
Ñáñaras y rámpanos

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Nací aquí, me crié aquí y vivo aquí. Soy dominicano por los cuatro costados: padre, madre y abuelos. Sin embargo, sufro enormemente a causa de “dominicanidades” habituales, a las cuales no logro acostumbrarme y que he rechazado interiormente desde niño. Por momentos me asalta la preocupación de que talvez me haya vuelto demasiado exigente. Me produce irritación la sola idea de que pueda convertirme en un “outsider”, en un tipejo fuera de la vía, desvinculado del tono general de la vida colectiva. Un periodista está obligado a mirar su entorno. 

  Mirarse el ombligo conduce al solipsismo; en el mejor de los casos, pues en ocasiones es el primer paso hacia la psicopatía. No es saludable –ni siquiera para los poetas- vivir en un invernadero. Llaman humanidades a las disciplinas cuyo centro es el hombre. “Dominicanidades” debería ser un vocablo de uso restringido para designar las “maneras de ser” propias de los hombres dominicanos. La condición humana  arrastra, inexorablemente, pecados de todas clases, vicios, aberraciones, malignidades. Los grupos humanos de cualquier raza o nación cometen parecidos yerros, trapacerías, maldades; lo mismo ahora que en la antigüedad más remota.

 La Iglesia distingue entre pecados veniales y pecados mortales; el marqués de Beccaria (Cesare Bonesana),   autor del famoso libro “De los delitos y las penas”, hace una gradación de los delitos para poder establecer rangos proporcionales de sanciones o castigos. Hasta en el infierno hay, según el Dante, una escala para clasificar a los condenados. No tenemos que convivir gozosamente en medio de la podredumbre. Un ñañaroso moral puede transmitir sus pústulas a los niños, a las aulas de una escuela completa.

 Ñáñara es una “llaga pequeña”, explica Pedro Henríquez Ureña en “El español en Santo Domingo”. En cambio, úlcera es una lesión mayor con pérdida de substancia, o sea desaparición de parte del tejido. A un médico amigo pregunté una vez ¿Qué es un rámpano? Me contestó: una úlcera infectada. Podemos muy bien tolerar llagas morales pequeñas, úlceras sangrantes curables. Dios nos destina a vivir entre pecadores –todos lo somos de diversos modos-; y también entre gentes con llagas; por eso existe el Cristo de Limpias. Los rámpanos sociales de nuestros días reclaman el fuego de un cauterio.

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