Vivir con imaginación es vivir reinventando. Estar abierto a la vida, al tiempo, al mundo. Apostar todo a la búsqueda del divino cinabrio, jugar sin perder ni ganar. Seguir jugando. Infinitamente. Vivir el azar, no forzar ni reforzar nunca nada. Eso es libertad, eso es franquear las puertas de la percepción, eso es acción/imaginación. José Mercader es un imaginero de la risa y de la velocidad mental. Un fugitivo de la república y del turbión existencial, cuya práctica artística nos deja ver los punzantes efectos, o más bien, los depurados y deliciosos niveles de elaboración simbólica con que se manifiesta la misma consciencia nacional a través de su más expresiva visualidad.
Cada vez que nos visita tengo que pensar. Cada ocasión en que retorna desde las regiones hiperbóreas de la fuga, Mercader me desquicia, me hace recuperar la risotada y la memoria.
La risotada estalla ante las afiladas imágenes del absurdo. La memoria guarda los días más bellos de nuestras vidas, los días iguales de la pulga los domingos, de la Uasd, de Silvano Lora pintando sus murales en El Conde cada sábado en la tarde. Mercader hace que casi me vuelva adicto a la nostalgia. Cuando sé que está en la mediaisla me remonto mucho antes y todavía más atrás de la perestroika, de la caída del Muro de Berlín, de los martes de la poesía, de los días fugitivos de la Zona Colonial, de Miguel de Mena y la revista Cachivache, de Luís-terror-Días arrebatao cantando la bomba, el guerrero, los mormones y Vickiana con Freddy Ginebra anunciando los premios en Casa de Teatro.
La mismidad de Mercader se hunde en lo más profundo de la psiquis nacional. Su retroalimento proviene de ciertos espacios míticos de Santo Domingo como el Altar de la Patria, el Palacio Nacional, el Parque Colón, el Palacio de Justicia, Güibia, el Obelisco, La Tacita, Dumbo, Paco, el kilómetro 0, el parque Independencia_ Lugares de la paranoia, la amnesia y la esquizia colectivas, donde polizontes, eminencias y putas ondean los trapos del honor, los huesos de la ética y las más recientes cicatrices del estado posmoderno. Mercader también me parte el alma y hace que me retuerza de la risa, de rabia y de dolor cuando nuestros políticos, jueces, cardenales, sacerdotes, herejes, soldados, abogados de Dios y del Diablo, empresarios, farsantes, poetas, héroes, policías, reinas, chulos y performers, desfilan por la galería de sus espectrológicas, esperpénticas y encantadoras transfiguraciones.
Como artista, Mercader es un rebelde y un provocador. Por ejemplo, me hace pensar en Carlos Goico y en la exposición que casi nunca le hago porque, al decir de mi adorada Martha, siempre estoy sesgado por lo que amo, admiro y respeto demasiado. Y eso es, precisamente, lo que me pasa en el caso de mi amigo y delirante Fauno de las Uvas de Oro. Y, no se por qué, pero, pienso igualmente en la profetica serie de Los Macuclillos que con tanta acidez e ironía presentara José-Chichi-García Cordero hace más de diez años en el MAM. Se trata de los auténticos personajes de una tragicomedia metafísica. Rostros fríos de calieses, espectros de miradas siniestras, ojos pálidos, ojeras de piratas, mejillas de sombras, ángeles de corazones corrompidos. Definitivamente, no hay quien se salve. Chichi y Mercader ponen en abismo la realidad maravillosa de nuestra polisíntesis, el simulacro ancestral y cotidiano de nuestra sociedad.
Asímismo, Mercader me hace reflexionar sobre el único jefe de la policía nacional (BSP) que se ha atrevido a borrar las fichas del espanto. Y el policía es apreciado. Tanto así que los muchachos de Gualey, al pegajoso ritmo de reggeton y en actitud admirativa, le llaman El Científico. Y que conste: antiguamente en barrios como Cristo Rey, Capotillo y Espaillat, a los jefes y ex jefes de la PN le llamaban asesinos. Por eso, cuando estoy frente a sus deliciosas y terribles caricaturas de algunos de los más connotados políticos del patio, digamos: JB, HM, HD, VSB, RA, MOB, VC, AAC o LFR, tengo que pensar en un pueblo aterrorizado por films como Jurasicpark, los dueños del país o y el regreso de los zombies, pero igualmente en las dramáticas transformaciones sociales que definen y enriquecen los variados y espectaculares matices culturales de nuestro presente.
Invitado especial de la X Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2007, José Mercader presenta en el Museo de Arte Moderno su exposición de caricaturas en distintos formatos titulada: Caricaturola/homenaje a Daumier, compuesta por más de 130 obras representando personalidades públicas, tanto del ámbito social, político y deportivo como cultural y artístico, facturadas con sorprendente precisión y gracia al óleo sobre tela. Esta es una exposición que nadie puede dejar de ver si quiere salvarse. Porque Mercader es tan rebelde como el mismo Jesucristo, como el Che, como Amaury: el le hace ver al buey sus garrapatas, espanta las moscas del mercado y promueve el amor sin límites más allá del reino de los cielos, aunque recientemente sea reconocido por sus memorable exposiciones en el Museo de Arte Moderno y en Casa de Teatro, así como por sus milagrosos trabajos publicados en la prensa nacional.
Desde hace más de dos décadas reside en Québec, Canadá. Sus publicaciones aparecen regularmente en el semanario Clave y por internet en www.rebelion.org
Pero es mi querido Koldo, quien mejor nos habla del duende exterminador y siempre risueño de Mercader. Aquí dejamos algunos de sus fragmentos para los lectores de Areito:
LAS TRES Y TANTAS VIRTUDES DE JOSÉ MERCADER
_Si el esperpento, como dijera Valle Inclán, es en el campo de la literatura la exposición de la realidad a la lógica matemática de un espejo cóncavo (el culo de un vaso de vino, por ejemplo) semejante virtud observa la caricatura en el plano gráfico. En Luces de Bohemia, Max Estrella definía en su delirio la técnica del esperpento al asegurar: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos hacen posible el esperpento porque el sentido trágico de la vida sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. La misma premisa había seguido Goya en su pintura negra, apelando al contraste y a la degradación para mejor reflejar la realidad.
Y de idéntica manera trabaja la caricatura José Mercader, apoyándose en tres virtudes, no precisamente teologales, que si bien en otros artistas también son relevantes, en el caso que nos ocupa disfrutan la propiedad de aparecer juntas y, además, en su más alta y cálida expresión.
Por un lado la capacidad imprescindible para saber captar esos rasgos básicos que, diestramente manejados, transformen al personaje en estudio en su mejor y más veraz versión. Nadie como Mercader para en dos trazos, simples y precisos, descubrir la cara oculta de su eminencia o de
Su Santidad, develar el verdadero espíritu del Presidente, (de cualquier presidente) o desnudar al estoico general hasta que nadie pueda distinguirlo de la montura.
Por otra parte, también dispone Mercader de la agudeza y creatividad necesarias para reconvertir una expresión en un emblema y así lograr que las orejas hablen lo que los ojos mienten o hacer posible que a un apéndice nasal le salgan dientes, que ensotanados mediadores parezcan hipopótamos, y murciélagos algunos periodistas.
Y, finalmente, una disposición y capacidad para el trabajo que si en lugar de al arte hubiera dedicado al comercio, ya hace muchas caricaturas lo habrían convertido en millonario o en senador de la República..