CARRETERA X
“Va sólo una niña, esa es la nuestra”

CARRETERA X<BR><STRONG>“Va sólo una niña, esa es la nuestra”</STRONG>

Nunca se sabrá cuántos despojos de vehículos –y atracos, naturalmente – habrán motivado las «simpáticas» calcomanías que, siguiendo una inocente moda, han colocado en sus vidrios cientos o quizás miles de dueños de vehículos, principalmente yipetas.

La colocación de esas calcomanías sobre los vidrios traseros de los vehículos es un claro anuncio de que ese vehículo es utilizado por determinado número de personas. Lo que para un asaltante es importante a la hora de salir a buscar una yipeta para la realización de un robo, o simplemente para guardarla, desguazarla o «exportarla» hacia Haití, el destino más importante de los vehículos robados en la República Dominicana.

Una yipeta con ocho, siete, cinco o diez calcomanías significa que al ser perseguida, en algún momento se detendrá en una casa, una escuela, una universidad o una oficina, a recoger parte del «personal» que avisan las calcomanías, lo que dificulta la labor de búsqueda por parte del ladrón, que estaría esperando una oportunidad con pocos testigos cerca para realizar el despojo.

Un vehículo que solamente lleva un pasajero, o una pasajerita, como el de la foto, es fácil presa, pues en cualquier momento la conductora (o el conductor) se quedará sola y probablemente en un sitio apropiado para el despojo. Pero además, si el vehículo se detiene en un sitio conveniente, no importaría que sean solamente dos personas. Eso significa menos resistencia, si es que la hay. Muy diferente a si son muchos pasajeros, cuya sola gritería podría imposibilitar el despojo.

Igual idea es la de la llegada del vehículo con su conductora y su pasajera a la casa. La debilidad de ser mujeres, o simplemente de ser dos personas, hará al vehículo más fácil presa todavía aún en su destino.

Por otro lado, si se trata de ladrones que planifican, les bastará con seguir el vehículo que ha sido elegido por su poca ocupación un par de veces, hasta asegurarse de su rutina y comprobar que, efectivamente, se trata de una señora y su hijita: «pan comido». Pero además, si siendo tan fácil la captura se pueden aprovechar ambas para algo de sexo, pues también habrá orgía, no faltaría más.

Otra cosa. Un vehículo es una extensión de la casa donde se vive. Un vehículo con muchas calcomanías revela una casa con muchos habitantes. O sea, un sitio difícil de robar o asaltar.

Pero un vehículo con solamente una, o dos calcomanías, revela una casa con pocos habitantes, quizás solamente dos: una señora y su hijita. Si el vehículo es lujoso y caro, significa además que la casa también lo es, de lo que se deriva la posibilidad de muchos y caros electrodomésticos, computadoras portátiles, joyas y dinero en efectivo.

¿A qué otras modalidades de robo llevarán esas calcamonías en los vehículos?, está por verse, aunque sería mejor que no ocurriera.

Ahora, ¿ustedes creen que la Policía u otros organismos de seguridad no se dan cuenta de esto? ¿Ustedes creen que la Policía no sabe que en Chile se prohibieron esas calcamonías en los vehículos por los asaltos que estaban motivando? Pues naturalmente que lo saben. Pero pendejos aquellos que siguen pensando que la Policía está para proteger a los ciudadanos.

Por su bien, ¡quítele las malditas calcamonías a su vehículo! 

Puentes del primer mundo, carreteras del tercero 

POR IRIS SANTOS GRULLÓN
Luego de salir de San Ignacio de Sabaneta, provincia Santiago Rodríguez, la carretera se amolda a los vaivenes de altitud del terreno alomado que recorre. Entre tanta loma y cerro fluyen numerosos arroyos y cañadas, y uno que otro río. Lo más común cuando una carretera pasa sobre un curso de agua es que haya un puente, y los puentes casi por regla general tienen a ambos lados barandillas, para evitar la caída de quienes circulan por ellos, sea a pie, sobre un animal o en vehículo. Pero en esta carretera la regla es lo contrario, y la excepción casi sorpresa, es encontrarle alguna barandilla en pie al puente.

Digo «casi por regla general» porque en algún lugar de Japón del cual ahora no recuerdo el nombre –si es que era de Japón…- tuvieron que implementar un tipo de puente sin barandillas porque en tiempos de crecidas, resultado del deshielo, los ríos de la zona no dejaban puente normal en pie.

Quizá en la carretera San Ignacio de Sabaneta-Dajabón se esté llevando a cabo un proyecto de cooperación japonesa de transferencia de tecnología en materia vial y no nos hemos enterado, o por lo menos yo no me enteré. Para despojar a los puentes de tan arcaicos elementos accesorios y definitivamente ornamentales, como son las barandillas de marras, se puede apreciar que se utilizaron varios y diversos métodos: tales como, estrellar vehículos contra ellas, «seguetearlas», empujar borrachines y los domingos soportar el arracimamiento de los enamorados de los caseríos circundantes.

Como por allá también se anuncia la inminente llegada del progreso, y como en los septentrionales países desarrollados ocurren heladas, ya acá estamos acondicionando los puentes para las crecidas producidas por los deshielos modernistas. Porque tan cerca estamos del siempre-esperado-desarrollo-a-la-vuelta-de-la-esquina, que de nada vale reparar las tercermundistas carreteras, tapizadas de baches, que se deslavan en cada temporada lluviosa subdesarrollada.

La edad del bronce atrasada
Cuando llegó Colón a estas tierras los indios atravesaban por la edad conocida como de la Piedra Pulimentada, o sea, el período neolítico. Nuestros indios no llegaron a la Edad del Bronce, esa edad se quedó para después, para luego de la época de Balaguer. Paso a explicar.

Durante la época de Balaguer proliferaron las construcciones de presas, puentes, carreteras, hospitales, escuelas, cárceles y cementerios, y todos llevaban placas de bronce con la inscripción de la fecha de su construcción y, naturalmente, el nombre de quien ordenó la construcción y del período de gobierno de que se trataba.

Los gobiernos siguientes siguieron con el cansito de las placas de bronce, pues no era un asunto de la identificación, información sobre capacidad de carga, fecha de caducidad, o alguna otra información importante. Todo eso hubiera podido colocarse en el interior de la construcción. Simplemente era el hecho de hacerse propaganda, que además resultaba una propaganda «imperecedera». Es decir, sería propaganda para toda la vida. Con lo que no contaron los presidentes ni los funcionarios era que con eso darían paso a la Edad del Bronce que no vivieron nuestros indios, una edad que estaba pospuesta desde la llegada de los españoles.

Así que llegada dicha edad, una parte de la población se dedicó al comercio de los bronces que iban colocándose en todas las construcciones públicas, incluyendo los puentes, en cuyas cabeceras iban colocadas grandes y brillantes placas de bronce propagandística. Todas esas placas se robaban para vendérselas a las empresas de fundición de metales. Y así marcha todavía el negocio y la Edad del Bronce de la isla.

La única diferencia con nuestros indios del neolítico, es que los indios de ahora saben leer muy bien, y los dueños de las empresas de fundición saben leer muy bien también, por lo que todos saben que cuando alguien se aparece a una fundición con una placa de bronce de un puente, no es porque se la dieron «por honores», sino porque fue robada.

Una colecta de carretera
No, no es un peaje rural ni nada por el estilo. Se trata de un grupo de jóvenes que, sensibilizados por la precariedad de salud de una vecina, llegando a Mao, se decidieron a buscar algunos recursos para tratar de resolver la situación.

Un cartel informa a los conductores y acompañantes de lo siguiente.

«Por favor cooperar para tratamiento de una señora de bajos recursos económicos que sufrió una trombosis. Gracias.»

El cartel está ilustrado con una caricatura que no creemos que sea de la señora afectada, ni nunca sabremos porqué lo ilustraba. Pero ese no es el caso.

Lo que nos llama la atención es imaginar una nación donde se tenga que estar acudiendo a la caridad pública para resolver un problema de salud de una ciudadana, cuando desde hace más de cien años existen los hospitales públicos.

Les advierto que no es el asombro lo que nos mueve, sino la seguridad de que no hay manera de que esto cambie dentro del marco que nos rige. Porque sin en más de cien años de «salud pública» la gente tiene que mendigar su salud en las carreteras, creo que estamos frente a un mal que ya rebasó sus cien años sobre un cuerpo que se sigue resistiendo.

Y miren que éste no es un caso aislado. En casi todas las carreteras por las que hemos pasado en algún momento han tenido instalado este tipo de «peaje de solidaridad», lo que nos dice que la práctica es común, como común es la desprotección de la salud de la gente.

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