Iglesias y denuncias públicas

Iglesias y denuncias públicas

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Es verdad que la religión –sobre todo la católica—  siempre ha estado presente en la vida de la isla Hispaniola desde el 1492, cuando Cristóbal Colón y sus acompañantes se encontraron con estas tierras luego conocidas como las Américas. Como muy bien han apuntado historiadores y estudiosos del pensamiento social, la cruz y la espada llegaron juntas.

Más todavía: la gran empresa de la colonización, iniciada formalmente en 1493, centró sus iniciativas en dos áreas fundamentales para la socialización, como son la evangelización y la educación. Por eso, piensan algunos en nuestros días, no debe extrañarnos que frecuentemente los religiosos cristianos incursionen en ámbitos que los políticos profesionales quisieran solo para sí, como si de un monopolio se tratara.

Pero no deja de llamar la atención y de ser válido que mucha gente se extrañe por la continua y persistente presencia de la iglesia en la vida pública de la nación. Hay que decir, entre paréntesis, que ahora no solo se trata de la iglesia, en una obvia y sobreentendida referencia a la Iglesia Católica, sino que se trata de las iglesias, dada la frecuente y en ocasiones agresivas intervenciones públicas de un protestantismo pujante y teológicamente renovado que ya comprendió que su misión trasciende las cuatro paredes de los templos.

Pues bien, desde el punto de vista de la doctrina no hay dificultad alguna en comprender la labor profética y de denuncias del cristianismo. Porque el cristianismo nunca ha sido una creencia solo para la vida personal. Quienes así piensan –y aquí son muchos—  nunca han entendido el cristianismo ni en sus textos ni en sus prácticas. Lo que sí llama la atención es que en ocasiones, como si se tratase del cumplimiento de un ciclo, las intervenciones de obispos, sacerdotes y pastores se hacen presentes como una lluvia o como ráfagas de ametralladoras. Y casi siempre estas intervenciones apuntan hacia los mismos objetivos.

Entiendo, sin embargo, que no hay que ir muy lejos para comprender y entender las declaraciones, las críticas, los llamados y reconvenciones de obispos, sacerdotes y pastores. Si nos fijamos en el contexto en que estas situaciones ocurren pronto veremos que, por lo menos, hay correlaciones con momentos socialmente críticos. En efecto, las iglesias salen ordinariamente a plantear las cuestiones que otras organizaciones sociales no plantean, ignoran o le restan importancia. Y estas cuestiones casi siempre están vinculadas a las personas de carne y hueso, a los habitantes de los barrios, a los padres, a las familias, a los enfermos, a los trabajadores que se despedazan por salarios de hambre o de miseria.

Sin descuidar, obviamente, las grandes preocupaciones del país. Ahora mismo, por ejemplo, los obispos, los padres y los pastores se están ocupando de un asunto tan grave y tan extendido en el país como es la corrupción, y están poniendo atención al rentismo y al clientelismo político, a la reelección y sus derivaciones malsanas para la moral y para la buena marcha de la burocracia estatal.

Con frecuencia pienso  —y sé que muchos otros piensan as헠 que cuando la nación dominicana sea institucionalmente vigorosa y funcional, probablemente nuestras iglesias dejarán de ocuparse de tantos detalles que corresponden a otras entidades y a la burocracia estatal.

bavegado@yahoo.com

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