Hipólito, ¿guapo?

Hipólito, ¿guapo?

PEDRO GIL ITURBIDES
Conforme lo que anunciase días antes de la vista para la que fuera citado, el ex Presidente Hipólito Mejía no se presentó al tribunal. El argumento, a no dudarlo, fue pobre. E inadecuado a los fines de su propia causa y de la de Hernani Salazar, el hombre que ha dado pie a una carambola por la cual, eventualmente, podrían quedar como pescados en la naza, algunos miembros de la pasada administración. Incluido Mejía. La magistrado juez presidente de la Quinta Cámara Penal del Distrito Nacional, Esther Agelán Cassasnovas, puede, ahora, ordenar su conducencia.  La alternativa de Mejía sería, a continuación, recusar a la magistrado por sospecha legítima. Nada lograría, sino ganar tiempo. El paso siguiente sería ejercer presión política sobre la administración del Presidente Leonel Fernández, para que éste disuada a Marino Vinicio Castillo (Vincho).

Este último, por supuesto, es un paso peligroso. Sería una especie de “declaración de guerra política”, que, conforme la percepción que tiene el ex mandatario respecto de su predecesor y sucesor, podría tener éxito.

Durante la campaña por la Presidencia de la República, un año atrás, Mejía se complació en hacer pública, en tono de burla, esa visión sobre el doctor.

Fernández. La reiteración de aquellos argumentos pueden haberlo convencido de su veracidad. Basado en su creencia podría establecer esta otra parte de su negativa a concurrir como testigo a un tribunal.

Pero, ¿le daría resultado? ¿Sería éste el procedimiento a seguir por un hombre que ha argüido que es guapo, como principal arma política?

Joaquín Balaguer dispuso sin tapujos el procesamiento de Salvador Jorge Blanco. Una vez acusado por sus adversarios de ser “muñequito de papel”, fue hombre de manifiesta templanza, de indudables fortalezas emocionales, de acusado vigor conductual. Balaguer se preparó para dar este paso como

resultado de la aberrante administración de Jorge Blanco, y como respuesta a las acciones de éste. Cuando se dio el paso, ya nada pudo detenerlo. Años más tarde, Hatuey Decamps habría de pregonar, poco después de una entrevista con éste, que Balaguer le dijo que no fue su decisión procesar a Jorge Blanco. Me cuento entre cuantos pueden ripostar esta afirmación. Pero además, puedo afirmar que, alarmado por esa declaración de Decamps, me entrevisté con Balaguer. Me había encontrado en el aeropuerto con José Antonio Guzmán Alvarez, quien embarcaba parte de su familia hacia el exterior, a la luz de ese pronunciamiento.

Entendí que era una injusticia de Balaguer, y me encaminé a enrostrárselo, contándole la decisión de Guzmán Alvarez. Apenas esbozado el tema, negó haber dicho aquello, y recordándole nosotros algunos de los aspectos de los  que constituyeron asuntos conducentes al proceso, admitió la validez de los mismos. A Guzmán Alvarez habría de sostenerle, a su vez, su contrariedad frente a lo dicho por Decamps, y le negó que hubiere rehuido su responsabilidad en ese proceso.

Aunque en su senectud fue víctima de una horda de malandrines, Balaguer tuvo una clara visión de la historia. Asumió sus posturas y acciones políticas basado en ese mañana. Meditó sin prisas lo que habría de ser el proceso contra Jorge Blanco. Y cuando tomó la decisión, ya nada pudo impedirlo. Ni siquiera las visitas de los hijos del ex mandatario, que admitía enternecido, pero sin que alimentaran flaquezas, que jamás sintió.

Por supuesto, sobre Balaguer no podían esgrimirse acusaciones de lucro impropio como resultado del ejercicio del poder. Admitió, y puedo afirmar que patrocinó, la corrupción. Pero fue lo suficientemente astuto para manejarse él mismo en este terreno farragoso, y definidamente firme como para sostener algunos principios éticos en su conducta personal. Por eso nunca pudo ser doblegado por acusaciones que siempre retó sin contemplaciones ni temores.

Ninguno de sus sucesores, y cuantos han acompañado a éstos, puede decir lo mismo. Y es por ello que la carambola de Vincho podría conducirnos a otro juicio similar al de Jorge Blanco. O, en cambio, contemplar las manifiestas debilidades de una administración que, después de esto, podría ser zarandeada por Hipólito Mejía. Si ocurriese lo último podría Hipólito volver  a exhibir de es “el guapo de gurabo”.

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