Seguridad insegura

Seguridad insegura

RAFAEL TORIBIO
Hoy, contrario a lo que pudiera parecer, disponer de bienes que, en principio, deben producir satisfacción y seguridad, lo que realmente producen es temor, insatisfacción, y sobre todo, inseguridad. Sin embargo, la historia no empezó como está terminando. Al inicio de la humanidad, y todo parece indicar que así fue por mucho tiempo, los primeros habitantes del planeta disponían para su disfrute de todo cuanto existía. Pero con el paso del tiempo el ser humano se ve obligado a buscar la seguridad en la posesión de bienes, y cuando los tiene, entonces teme perderlos. Teniendo más, se siente menos seguro.

Los primeros habitantes de la tierra disponían en abundancia de frutos, plantas y tubérculos para la alimentación, y de cuevas y depresiones en la orografía para guarecerse. Esta abundancia de bienes hacía que no apareciera en nadie sentimiento alguno de inseguridad por carecer de bienes. Todo cuanto existía era de todos. En la medida de que empiezan a escasear esos bienes, por agotamiento o cualquier otro fenómeno que reducen su disponibilidad, surge la necesidad de protegerlos, y aparece la inseguridad ante la posibilidad de quedarse sin nada, o sin lo estimado como suficiente. Por eso, en los primeros grupos humano, y luego en la sociedad, se establecen reglas, simples al principio y complejas después, para asegurar el acceso a bienes mínimos que produzcan cierto nivel de seguridad.

Con la apropiación por un grupo social determinado de los medios de subsistencia primero, y de los que proporcionaban capacidad de adquirir bienes y servicios luego, se establece una diferenciación entre quienes tienen lo que necesitan, y a veces mucho más, y los que poco o nada tienen. Con el paso del tiempo, la distinción originaria entre poseedores y desposeídos no se referirá solo a la propiedad de los medios de producción, sino también a las posibilidades de lograr capacidades que permitan el desarrollo de las personas con la dignidad debida.

En la sociedad contemporánea se ha generalizado la idea de que la seguridad, presente y futura, individual y familiar, está asociada indisolublemente en poseer bienes en una cantidad que debe ser cada vez mayor. Se piensa que mientras más posesiones se tenga, mayor será la seguridad que se pueda lograr. Por eso los esfuerzos que se hacen para poder tener y retener la mayor cantidad de bienes posibles. Tener ha terminado por convertirse en sinónimo de seguridad. Pero a medida de que más se tiene, parece que es mayor la inseguridad, y es por eso que junto a los esfuerzos por acumular bienes, aparece la preocupación por preservarlos.

Las distintas modalidades de seguros, como las alarmas, los vigilantes y otros tantos instrumentos de preservación de propiedades, o de advertencia cuando están en peligro, no son otra cosa que evidencias de que la inseguridad no desaparece con el tener. Por el contrario, parece que se acrecienta en la medida de que se poseen mas bienes. Aparece entonces un círculo vicioso: mientras más se tiene, mayores deben ser los esfuerzos para asegurar lo que se tiene, incluyendo el status y las relaciones que los bienes poseídos han brindado. Pero la inseguridad ahora no es sólo de carácter material, respecto a la disponibilidad de bienes, se extiende a lo psicológico en razón de que no importa lo que se tenga, siempre el ser humano, especialmente el occidental, repara más en lo que le falta que en lo que tiene.

En esa  marcha, llena de esfuerzos y sacrificios para muchos, y realizada por algunos a través de “atajos” reñidos con la moral y la ética, cada uno de nosotros ha ido perdiendo la capacidad de diferenciar entre lo imprescindible, lo necesario, lo suficiente y lo superfluo. Desde una lucha por lograr lo imprescindible no descansamos hasta conseguir lo superfluo, transitando desde una inseguridad por no tener, a una inseguridad por tener demasiado. Además, con una permanente insatisfacción porque la preocupación por lo que nos falta, que puede ser lo superfluo, nos impide disfrutar de lo que tenemos.

Frente a la lucha incesante por la búsqueda de seguridad en la posesión de bienes, que termina, contrario a lo esperado, en una nueva fuente de inseguridad, le encuentro un profundo sentido a una frase que le oí muchas veces a mi padre: “donde no hay nada, todo está seguro”. No es cuestión de reivindicar la indigencia o la pobreza, pero sí considerar la conveniencia de cierto nivel de “desapego” de las cosas que nos atan, sobre todo los bienes materiales, y estar abiertos a aceptar que no siempre el tener produce seguridad y, mucho menos, felicidad.25/04/2005

rtoribio@intec.edu.do

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