La revista

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POR COSETTE ALVAREZ
Me parece muy bien que todos los vehículos que circulan por nuestras calles, caminos, carreteras y autopistas estén provistos de ese marbete que, en principio, debe indicar que sus documentos están en regla y dar fe del buen estado, de la condición de idoneidad de los vehículos para transitar.

Sin embargo, todos sabemos, algunos con gran tristeza, que a nuestros gobiernos no les ha importado nunca en lo más mínimo ni el escandaloso número de vehículos de lujo ni el alarmante número de chatarra rodante que inunda nuestro tránsito. Todas las medidas que se han tomado en los últimos decenios son ráfagas más bien destinadas a poner a los ciudadanos bajo presión y, de paso, recaudar un dinero grueso.

Así, una vez era el imposible de olvidar radar para medir la velocidad, quitar licencias y poner multas; por tiempos, les da por llevarse en grúas a los vehículos mal estacionados sin la menor oferta de proporcionar estacionamientos, limitar la compra de vehículos ni solucionar eficazmente el transporte colectivo; cuando dicen a detener motoristas, lo hacen de manera tan burda y atropellante que más bien parece una persecución; no hablemos de los «peajes» a las maltrechas voladoras que transportan pasajeros y cargas entre los pueblos y campos.

Nunca hemos visto a un agente de tránsito, ni de la Policía ni de AMET, detener un vehículo oficial por mucho que infrinja la ley de tránsito terrestre. Las historias de injusticias, abusos, maltratos, faltas de estilo y de respeto, desvergüenzas, desparpajos, y demás yerbas que tenemos para contar quienes, podamos o no, estamos obligados a proveernos de un medio de transporte individual o familiar, no se acaban. Y eso, no voy a entrar en materia de los combustibles, los repuestos, las licencias de conducir y todos los temas no necesariamente periféricos al hecho de tener un vehículo, porque quiero concentrarme en la revista.

No hay prueba más fehaciente de lo que representamos para el sector oficial que la publicación, no de recordatorio, sino de conminación a actualizar el marbete de la revista un día quince del mes, encima viernes. Además de ser clienta por años del Banco de Reservas, he sido su contratista, mayormente entrenando personal, por lo que, de los que quedan, de los que han logrado conservar su empleo a lo largo de no sé cuántos cambios de administración, conozco a muchos y nos tratamos con el afecto que normalmente surge en relaciones de interdependencia como las de los maestros y sus alumnos, especialmente aquéllos que, luego de haber adquirido un cierto nivel de inglés en mis cursos fueron ascendidos.

El caso es que los viernes en general, y también los días quince (como los veintinco y los treinta), son días de filas interminables, no sé si en todos los bancos, pero en el Reservas más, por ser el banco del Estado. Imagínense el caos en las oficinas comerciales el pasado viernes, quince, de por sí día difícil, con colas que daban la vuelta a las respectivas cuadras o llenaban los pasillos de los centros comerciales, compuestas por conductores, choferes o dueños de vehículos para pagar un impuesto de cuarenta y cinco pesos para sacar la revista.

Después de hacer esa fila, entonces venía la otra: en un puesto, ya fuera en la sede de Obras Públicas o en un par de centros comerciales asignados, primero buscar dónde estacionar el carro, y luego una cola de todo el largo para ver los documentos y mandar un inspector a revisar el carro. Teniendo todo en orden, es una pela. Imagínense cuando un inspector de ésos le dice que le falta tal o cual periquito. Otro viaje, más la diligencia previa para poner todo al gusto, a la altura de la exigencia, no siempre lógica, sensata ni cuerda.

Pero para que sepamos que lo que realmente interesaba era que pagáramos el impuesto, en más de un centro de ésos no había suficientes marbetes para todos los carro-habientes que llegaron, aparte de que, según comentarios a todo volumen, de la cantidad de marbetes recibidos por el personal en servicio, solamente estaban distribuyendo una parte, algo así como la mitad, porque la otra estaba reservada para venderla «por la izquierda». Una mafia.

A las personas que no fuimos agraciadas con los marbetes por la vía, llamémosla correcta, a pesar de lo caótica, y que tampoco mostramos disposición de adquirirlos «por la izquierda», nos tranquilizaron diciéndonos que si nos detenían para verificar que portábamos el marbete, nos dejarían en paz mostrando el recibo de haber pagado el impuesto. Cuarenta y cinco pesos por cada vehículo circulando es un dinero, y más así, compulsivamente.

Pero, pensemos un poco en todo lo que se dejó de producir ese día para someternos a la presión. ¿Por qué no pusieron un anuncio oficial dando un plazo para ponerse al día con ese requisito (la revista) que, repito, me parece correcto? ¿Era para hoy la premura de todo ese dinero? ¿Qué está ocurriendo, que no nos ha sido informado? Lo más sano que se me ocurre, por calificarlo de alguna manera, es que nos estén distrayendo, embullando, como ya es costumbre, a menos que el cacareado asunto de la escasez de circulante sea mucho más grave que un simple bochinche politiquero.

Acudí, primero porque ya me tocaba y no lo había resuelto debido a que quitaron todos los puestos fuera de Obras Públicas, que rápida e improvisadamente restauraron para la presión del pasado viernes quince. Y, más que nada, porque no quisiera ver a mi hija de veinte años en las manos de un vaquerito ni de todo un sistema de tránsito con la reputación bien ganada que tiene el nuestro. Creo haberles contado una vez, por El Nacional, el caso de una alumna mía cuyo carro fue removido por una grúa y el coronel que la recibió, en vez del dinero, le propuso otra forma de pago. Si eso ocurriera a mi hija, el final sería trágico para todas las partes, y la tragedia sería mucho menos llevadera por la cruel indiferencia de un gobierno igual a los demás, que solamente se interesa por nuestras contribuciones y, en un momento dado, nuestros votos.

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