A pleno pulmón

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Lamentos colectivos

Cuando tenemos la suerte de asistir a una reunión privada con viejos amigos la conversación puede fluir sin tapujos.  Los disimulos políticos y sociales desaparecen momentáneamente; y el grupo tiende a las confidencias personales, al “lamento colectivo”, sea económico o social. -¿Cómo es posible que los delincuentes sean dueños de las calles? -¿Cuál es la causa de que un hombre procesado por robo docenas de veces esté libre para reincidir? Este tipo de preguntas se escucha todos los días.  La gente elabora entonces una lista de quejas que no se atreve a presentar delante de la Policía o de las autoridades judiciales.

 Los dominicanos de clase media y mayores de 40 años no se acomodan fácilmente al “nuevo estado de cosas”.  Les parece inaceptable que, una y otra vez, los gobiernos recurran a diversas versiones del “Plan Renove”.  Se quejan de que los políticos de todos los partidos se enriquezcan rápidamente, no sean encausados casi nunca y, además, no se les exija declaración jurada de bienes, ni pago de impuestos sobre la renta.  “El estado de cosas” no es tan nuevo como se dice. Llevamos muchos años sufriendo  las mismas cojeras; y lo que es peor, atrapados en una prolongada impotencia.

 No funciona adecuadamente el sistema carcelario; tampoco el sistema judicial; y ha sido puesto en entredicho el valor del “sistema de partidos políticos”.  También tenemos crisis del sistema de titulación de tierras.  Los periódicos reseñan escándalos de todas clases: Bahía de las Águilas y sus pretendidos propietarios; desaparición de drogas incautadas; robos de aviones o de helicópteros; vinculación de autoridades de la DNCD con traficantes de narcóticos.  Este cúmulo ingrato de “acontecimientos sociales”, aprieta como un dogal sobre el ánimo de las personas comunes. 

¿Por cuánto tiempo podremos  continuar sin que haya reacciones colectivas? -¿Puede contarse con la mansedumbre permanente de la sociedad dominicana? Esta situación afecta a todas las clases sociales;  primero, porque no hay seguridad ciudadana para ningún grupo particular: ni garantía de empleos para los pobres; ni estabilidad social para los ricos mantener el ritmo normal de sus negocios; la clase media siente amenazado su relativo bienestar.  Una coyuntura peligrosa, pues nadie desea vivir “todo el  tiempo” con miedo y sin esperanza.

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