La farsa populista

La farsa populista

 

 

        Rosario Espinal entiende que la democracia dominicana es “una farsa” debido a que nuestro sistema político “se ha estructurado en torno a la redistribución clientelar, tanto en la época más excluyente del balaguerismo de los 12 años (1966-1978), como a partir de la transición democrática de 1978”. Para Espinal, todos los partidos que han accedido al poder “han promovido una redistribución selectiva de recursos para beneficiar grupos favorecidos por el gobierno de turno, sean políticos o empresarios, mientras las grandes masas han permanecido desamparadas y dependen de la cooptación electoral para recibir beneficios”, dejando entrever que el populismo es “un tipo de respuesta política a la exclusión social” adecuado, máxime que “los sistemas democráticos de institucionalidad redistributiva han sido prácticamente inexistentes en América Latina”, por lo que no queda, al parecer, otro camino que el populismo, principalmente porque éste no implica “un rechazo a los derechos que garantiza la democracia constitucional” y ya que, a fin de cuentas, “la legalidad no está al margen de la justicia social” (“Los peligros de la farsa democrática”, Hoy, 20 de marzo de 2013).

         Difiero radicalmente de la postura de Espinal, la cual, en el fondo, proyecta teóricamente los prejuicios antiparlamentarios de los populismos de siempre, siguiendo así la trayectoria de intelectuales como Ernesto Laclau, quienes siempre han caracterizado los regímenes parlamentarios como “burgueses” y “antipopulares” y se han decantado por un populismo puro que gira alrededor de un líder mesiánico quien concentra el poder.

         Nuestra democracia, con todas sus carencias y falencias, no es una farsa, sino el mejor sistema que hayamos podido disfrutar los dominicanos en nuestra historia y uno que, por demás, puede reformarse y mejorar paulatina y progresivamente, como lo revelan todas las reformas emprendidas desde 1994 para lograr un sistema electoral transparente, una justicia independiente, un sistema financiero bien gestionado, solvente y líquido, una educación de calidad para todos, un sistema de seguridad social universal y solvente, un nuevo ordenamiento político-constitucional, y un sistema penal que garantice seguridad ciudadana y respeto de los derechos. Nuestra democracia es agria pero es nuestra democracia.

        Tampoco creo que los partidos dominicanos que han accedido a los poderes públicos se han limitado a beneficiar exclusivamente a sus dirigentes y a la clase empresarial pues estos partidos acordaron la implementación de un sistema de seguridad social basado en la capitalización individual, que ha permitido el acceso a nuestros trabajadores a una verdadera seguridad social y cuyas limitaciones se deben fundamentalmente a que no existen instrumentos financieros en los cuales los fondos de pensiones puedan invertir sus recursos, que hoy vegetan en los bancos, al no lograrse todavía el círculo virtuoso que permitiría que los dineros de los trabajadores fomentaran la productividad nacional y contribuyesen a cerrar el déficit habitacional.

      Otra limitación del sistema es la realidad de que el empleo formal es hoy la excepción frente a la regla del trabajo informal.

      ¿Puede este problema resolverse con un sistema de simple transferencia populista-clientelar de recursos a los sectores poblacionales más empobrecidos, como se ha hecho en la Venezuela rica en petróleo o debemos inclinarnos por un sistema que luche contra la pobreza mediante la creación de empleos formales generados por reformas a favor de la productividad, la exportación, la competitividad y la generación de inversión y divisas? Creo que no, que entre el modelo populista de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina es preferible el modelo de México, Brasil, Chile y Costa Rica, que demuestra que es posible lograr justicia social en democracia constitucional.

         El neopopulismo realmente existente en nuestra América no es compatible a la larga con la institucionalidad democrática pues éste limita la libertad de expresión, atenta contra la autonomía de los poderes del Estado y de los órganos extra poder, fortalece el centralismo ejecutivo e hiper presidencial, agudiza las contradicciones sociales al dividir la nación en amigos y enemigos, restringe las libertades económicas más allá de lo que un Estado regulador de una economía social de mercado debe restringir, sofistica el fraude electoral a través del control de los medios de comunicación y del árbitro electoral y persigue política, judicial y fiscalmente a sus adversarios. ¿Es eso lo que queremos para República Dominicana? Obviamente que no.

         Es la propia Rosario Espinal la que señala que el Presidente Danilo Medina está colocado “en el umbral de una estrategia populista”. Yo no sé si ello es así pero si lo es no es noticia para celebrar. Y es que donde quiera que llega el virus populista, principalmente cuando viene desde arriba, terminan erosionándose las libertades y los mecanismos democráticos. Soy quizás un ingenuo optimista al pensar que el Presidente Medina preferirá ser una mezcla de Lula, Bachelet y Peña Nieto y no una burda copia de Chávez, Correa y Evo Morales, tratando de aplatanar la peligrosa farsa populista sudamericana.

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