Las maravillas de la Internet

Las maravillas de la Internet

         Le comentaba a un amigo que una de las maravillas de la Internet es que ahora hay eruditos instantáneos. Basta “gugulear” cualquier asunto y en cuestión de segundos se dispone de un alud de información sobre el tema, tanta que cualquiera se indigesta.

         Pero también la Internet trae sus cananas. Por ejemplo, escuché recientemente a un premio Nobel de literatura quejarse, durante una tertulia en Funglode, de cómo había circulado por la red digital mundial un artículo de periódico con su firma ¡que él nunca escribió!

         Es una cosa tremenda la cantidad de vagos, estúpidos, inconscientes y malucos –y a veces unos que reúnen las cuatro condiciones- que poseen a su disposición la capacidad de abusar de la Internet. Y muchas veces, personas que de buena fe utilizan este maravilloso recurso informático y comunicacional, creen que todo lo que leen allí merece credibilidad, es auténtico o autorizado.

         Recientemente he padecido en carne propia lo que comento. Quizás sea un elogio que lo que uno escribe sea reproducido inconsulta y deslealmente por medios digitales que toman artículos de diarios u otros medios donde legítimamente se publican. No es a eso que me refiero ahora.

         Lo que comento es cómo algún descerebrado, a quien no hay que hacerle el favor de publicar el nombre de su sitio en la red, toma artículos de este periódico, y de otros también, al parecer los “procesa” por un programa informático (¡imposible que un humano sea tan torpe!) que sustituye palabras por sinónimos, y “re-publica” como originales trabajos ajenos.

         A mí, en esa virtud, hasta el nombre me han cambiado pues ahora soy “José Báez Militarista”, para horror de mis Guerrero, tan buenos y mansos que son casi todos comenzando por mi mamá.

         A estos locos, piratas informáticos, lo mejor es hacerles poco caso y me he puesto a comentarlo por la risa que da leer algo propio “re-escrito” tan alocada y disparatadamente, que cualquiera se pregunta si el lector desprevenido no termina con una gran jaqueca.

         Lo más terrible es que una vez colgado en la Internet, comienza aquello a rodar y rodar –como en la famosa ranchera- porque algún idiota hizo siempre lo que quiso, en este caso la estupidez de reproducir ininteligiblemente un artículo robado.

         Hay maneras de perseguir este delito pero debe dolerles más que se les ignore con igual olímpico desdén que el suyo por la ley, la decencia y las buenas costumbres editoriales.

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